“No sabemos todo lo que puede un cuerpo”
Spinoza.
“El cuerpo de la mujer, es un factor capital de los limites con los poderes de la vida”
Rosi Braidotti.
En esta entrega me distancio una vez más del relato para acercarme de soslayo a una palabra tan enigmática por la dimensión estética que abarca, como también confusa por la complejidad que hoy en día tiene su significado. Para ello he decidido avanzar en este espeso bosque de la especulación y salir tan rápido como pueda, dejándome llevar inicialmente por la música de Zoé, un sonido tan marcadamente MTV Latino que no despertaba en mí ningún interés.
Lejos del etnicismo ya conocido de las bandas mejicanas, Zoé es una agrupación musical donde el ángel de lo raro le cerró el paso al ángel de lo banal a través de una espiritualidad cosmopolita que me resulta desinteresadamente estereotipada, pero que en poco tiempo se fue abriendo paso y como una obra de arte que empezó a caminar por sí sola, fue dejando atrás la batería de luces de una industria cultural que estandariza los ánimos, para terminar siendo el leitmotiv de la columna de hoy.
Un mundo de interpretaciones giran alrededor de este concepto, Zoe es más que el conjuro de un nombre con un delicado encanto femenino, significa básicamente Vida, su etimología deviene en el vitalismo de los cuerpos, este concepto desde hace varias décadas ha movilizado a toda una corriente de pensadores que han puesto en el núcleo central de sus discursos este nombre.
Para la filosofa Rossi Braidotti, Zoe representa la vitalidad sin entendimiento de la Vida, que continúa siendo independiente e indiferente del control racional.
En la estetización del mundo postmoderno, esa dimensión de la apariencia que pretende al ser de las cosas, nos pone en la primera fila del estadio de la sociedad del espectáculo y del formalismo romántico al que también sucumbimos queramos o no como multitudes y corporeidades. Allí Zoe reaparece en el retorno de los cuerpos reales que devienen en el cuerpo salvaje con apetito de deseos y de voluntades más allá de lo humano que la subyuga. Esta categoría es recurrente desde el origen de la biopolítica, donde los mecanismos de control social cada vez incorporan tecnologías para establecer su régimen.
El asunto se podría imbricar mucho más, por la superposición de los significados y las representaciones que colisionan entre ellas.
Los discursos de biopoder se encuentran en la epidermis de lo cotidiano pero se indiferencian bajo los paradigmas culturales.
Por ejemplo, las drogas de diseño que consumismo antes y durante un concierto, la bebida energética que recompone el calcio perdido y los electrolitos de la descarga en la hiperexcitación de sensaciones y emociones que nos proporcionan los contenidos simbólicos transmitidos sobre el escenario, los estudios anatómicos que materializan la cama que nos espera para el descanso, los ingredientes de la dieta anti-resaca, el manejo y control del huso horario, el café de la mañana siguiente, son productos biopolíticos regulados por la hegemonía de estos mecanismos de control.
Por una parte los gobiernos lo tienen muy claro, estos mecanismos están por encima de sus propios poderes fácticos y no son otros que los poderes del capitalismo que se las juega hasta en el último gabinete del genoma humano.
No hay otra explicación por la cual la música de Zoé, se reprodujo sola en una de mis redes sociales (hoy no para de sonar) y quizás en las suyas después de leer esta columna.
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