Ya sabemos que ningún venezolano puede pasar un día tranquilo sin llevarse una dosis de realidad o de patria, como le quieran decir ustedes. Tener un plan diario, es decir, despertar con la intención de hacer todas tus diligencias es utópico, incierto. Como a mí, que, aprovechando mi día libre, me organicé. Todo iba bien hasta que dije: ¡Coño, tengo que comprar tickets del metro!
Al principio, cuando el Metro de Caracas anunció la fecha para vender los boletos, yo compré unos 10 el primer día. Pasé unos 45 minutos haciendo una cola que no pasaba de 30 personas. Se pudo entender, en cierta parte, que era el comienzo, que el cobro era engorroso por los billetes de la vieja y de la nueva denominación; porque hay personas que no leen, que no se informan y esperan llegar a la taquilla para preguntar y aclarar dudas, o esos que se ponen sacar cuentas cuando ya es su turno. Esos nunca faltan.
Ahora bien, ese día yo andaba con un ratoncito y una sopita que había comprado por ahí porque en la noche anterior me quedé callejeando, pero hice mi cola. Aguanté la pela. Cuando tuve esos boletos azules en mis manos pensé que había coronado, que estaba listo, que ahora yo era el papá de los helados y que podía viajar tranquilamente porque sí, pues, compré mi vaina.
Sabía, además, que como buen venezolano, el lunes próximo -cuando se suponía que iban a comenzar con el cobro del pasaje- las casetas iban a estar repletas de personas que dejaron la compra para último momento. Yo de bolas que estoy de acuerdo con que uno pague su vaina, porque así también tendremos más derecho para reclamar un buen servicio, pero resulta que las instalaciones del sistema no estuvieron repletas, sino desbordadas.
Da dolor de güevo, de verdad. No hallo otra manera de decirlo. Dos semanas después las colas siguen interminables. Si permitieran ingerir bebidas uno preparara una caroreña bien fría, se va con unos panas y se lo disfruta, pero qué va. Al principio pensé que era cuestión de la gente, pero me di cuenta de que nuevamente estábamos -y estamos- siendo burlados. Como si ya no tuviéramos suficiente.
En días pasados, después de salir del trabajo, me llegué a Plaza Venezuela porque es una estación impelable para mí, siempre paso por allí. Vi que la cola estaba sumamente corta y me llegué para aprovechar de comprar los tickets del metro porque los que tenía ya se me estaban acabando. Resulta que un trabajador del Metro estaba despachando a quienes llegaban porque ya no iban a vender más, solo a las personas que ya quedaban en la cola. Coño, pana, después dicen que es a uno al que le gusta pelear.
Peleé, reclamé. En ese momento eran las 7:45 de la noche, porque vi la hora justamente para sustentar esta publicación. ¿Cómo es posible que ante las inclementes colas de usuarios, para el colmo, el Metro de Caracas establezca un horario para la venta de los boletos que tanto necesitamos los ciudadanos, sobre todos los que trabajamos y a diario hacemos uso de ese servicio? Marico, no sean brutos.
Pero eso no es todo. Ya sabemos que el subterráneo progresivamente se ha quedado sin trabajadores, me sustento además en algunos reportajes que he realizado -soy periodista- y quienes allí trabajan me confirmaron que muchos prefieren irse para otra empresa en donde les pagan mejor o se han ido el país motivados por la crisis. En fin, el punto es que solo una persona, una taquilla, está habilitada para la venta.
Es hasta tragicómico porque el Gobierno nacional criticó a los bancos que habilitaban apenas algunas taquillas para dar efectivo y eso provocaba que se formaran grandes colas en las entidades bancarias. Sucede lo mismo en el Metro de Caracas. En cada estación -realmente no sé si ya todas están habilitadas-, por lo que he llegado a ver, solo hay una taquilla en la que venden los tickets. Una compra que debería ser normal y rápida, se convierte realmente en otra odisea.
¿Acaso el presidente del Metro de Caracas no sabe de esta situación? A lo mejor sí, porque él mismo dijo en una entrevista que usaba el subterráneo para movilizarse. Claramente estoy ironizando, porque hay quienes insisten en hacernos pasar por idiotas que no tenemos la capacidad de razonamiento ni entendimiento. Esto, la venta de los boletos, no es nada más que una falta de respeto y otra de las tantas burlas hacia los ciudadanos.
Porque, de paso, luego de pasar probablemente hasta dos horas haciendo una cola, viene un miliciano para romperte el papelito de color en tu cara porque ni siquiera los torniquetes sirven y, por lo visto, esas personas tampoco tienen la noción del reciclaje. Pero aquí vamos nosotros, tratando de seguir echándole bolas.
Durante y después de la odisea. Luego de haber sido publicada esta nota, me digné a ir a comprar mis tickets. Comencé a hacer la cola, en la que habían unas 40 personas, y cuando iba por la mitad los trabajadores que se encontraban en la caseta pusieron el cartel de cerrado. Eran las 12:45 del mediodía. Esperé algunos minutos y me dirigí hacia ellos.
−¿Chica, no van a seguir vendiendo tickets?
−Dentro de un rato
Comencé a encenderme.
−¿Cuántos minutos es dentro de un rato?
−Cuando entre el otro turno
Comencé a pelear. Le dije, sin ofensas, unas que otras cosas que honestamente ahora no recuerdo con exactitud, pero le lancé que era una falta de respeto que cerraran la caseta y nos dejaran haciendo la cola. Alcé la voz y no permití quedarme callado con tanta indignación.
Dentro habían siete trabajadores. Siete. ¿No podía ninguno vender mientras llegaba el otro grupo? Ante mi reclamo, se acercó a la ventanilla otro trabajador y muy «profesionalmente» me dijo que a mí no se me estaba prohibiendo que viajara. Me hizo seña que pasara. Claro, se habían ido los milicianos y habían abierto la puerta por donde pasan las personas con discapacidad y adultos mayores.
Eso bastó. Le refuté, con toda razón, cada una de las cosas que me dijo. «¿Y cuando venga de regreso no me van a pedir tickets? ¿Me van a dejar pasar gratis de regreso o voy a tener que hacer otra vez una cola y perder mi tiempo? Eso no es una respuesta, por esto es que todo esto no sirve», recuerdo a duras penas haber dicho.
En ese plan estuve por unos minutos. Qué ineficientes, pana. Me he dado cuenta de que cuando reclamas por un buen servicio a muy pocas personas les importa, aunque les afecte. Mientras yo exigía la atención y denunciaba el abuso, nadie, absolutamente nadie de la cola se sumó. Es verdad, por eso estamos como estamos. Algunos me daban la razón, pero a regañadientes, hablando como para adentro, será.
Volví a mi lugar. La cola estaba un poco más corta porque algunos cayeron y pasaron. Esperé unos 15 minutos más y compré 10 boletos. Solo 10 boletos porque es lo que venden por persona. «Luis, cálmate, no sigas peleando porque igual te vas a ir con tus 10 boletos, no tiene sentido». Igual ya había hecho el papelón de viejo que se queda refunfuñando. Compré y me fui.