“Los andenes son solo despedidas” dice en un verso de una de sus canciones el trovador Ismael Serrano. Lugares de encuentros y desencuentros. Parajes de la nostalgia, espacios para ser ignorados como un pasajero más, los terminales de pasajeros son también el breve transporte en que no estás, que no llega nunca y, cuando llega, no lo puedes abordar porque el costo del pasaje lo han incrementado una vez más.
Entre la poesía y la tragedia, el imperialismo ha convertido al “servicio público” de transporte en una potente arma de guerra. En Chile lo supimos así cuando ayudaron a derrocar y asesinar al compañero presidente Salvador Allende en 1973. En la actualidad lo vemos conspirar desde las sombras donde pulula la contrarrevolución disfrazada de espoleta.
Hemos dicho con insistencia que el transporte en Venezuela es la mecha corta para el estallido de una conspiración en la que no harán falta las fuerzas de invasión para intentar desarrollar una guerra.
Cuando la CIA revisó in situ aquel estallido social de incontenible rebeldía que desmontó temporalmente las agresiones que contra Venezuela había diseñado el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM) para ser aplicado a partir de los inicios del año 1989, comenzó inmediatamente a montar un laboratorio para el diseño arquitectónico de estructuras similares, pero controlables por ellos, para la desestabilización de regímenes progresistas, revolucionarios o rebeldes, que no fuesen afectos al dominio imperial estadounidense.
Es por eso que, en el caso de Venezuela y también todavía en el de Nicaragua, pertrechos de guerra como el sistema transporte (aunque en países como el nuestro parezca desorganizado y descoordinado) juegan un papel muy importante en la tarea de desestabilización económica y social.
El nuevo incremento, esta semana, en el precio de los pasajes es una prueba de lo que decimos. De manera inconsulta, sin mucha planificación pública y con la burla (lo cual, de paso, no es muy difícil) a los aparentes controles del Estado, la tarifa por traslados subió –al menos- al doble de lo establecido luego del 20 de agosto de 2018.
El breve transporte en que no estás, si se te ocurre ocuparlo, te exigirá que pagues la tarifa completa, aunque seas estudiante o de la llamada “tercera edad” (lo cual, por cierto es una derogación por el sector privado de una ley o decreto establecido por un debilucho Estado como el venezolano). “O pagas o no viajas en mi unidad”, defienden hasta con sus puños, los conductores y colectores de autobuses que no siempre son suyos sino de las mafias que se los rentan.
Es que, como decimos al comienzo de esta nota, entre la poesía y la tragedia, la guerra ha convertido al “servicio público” de transporte en una potente arma de guerra. Ahorita la disparan a discreción, como artillería que aspira funcionar en una invasión que, no necesariamente, tiene por qué ser cruenta.
Al transporte hay que dejar de observarlo con mirada romanticista, aunque siga invitando al encuentro de parejas inocentes a la guerra. El Estado está obligado a dar la cara y contribuir a organizar al pueblo para enfrentar esta forma de conflicto demoledor e invasión que hoy está en pleno despliegue.
Ilustración: Xulio Formoso