Amor, pasión, drama y locura serían los adjetivos perfectos para describir el partido quizás, más importante de la historia del fútbol, que como de costumbre no terminó defraudando a los amantes del deporte más popular del planeta. Los equipos argentinos Boca Juniors y River Plate lucharon a muerte en el estadio Santiago Bernabéu de Madrid por alzar el el título de la Copa Conmebol Libertadores.
Ambas oncenas llegaron a la casa del Real Madrid con la misión de conseguir su séptimo y cuarto título, respectivamente, pero fueron los «millonarios» quienes alzaron la copa tras un partido que fue apasionante tanto en la cancha como en las gradas. Desde el primer minuto de juego cada equipo fue planteando su estilo de juego siendo River quien dominaba las acciones, mientras que Boca respondía con rápidos contragolpes.
Los goles riverplatenses llegaron por intermedio de Lucas Pratto (’68), Juan Fernando Quintero (‘110) y Gonzalo Martínez (‘115), mientras que el delantero Darío Benedetto (’44) adelantaba en principio a Boca con un contragolpe letal.
Para River este trofeo significa el cuarto que consigue en su historia tras los conseguidos en las ediciones de 1986, 1996 y 2015. En tanto que los bosteros siguen sin conseguir la séptima copa, algo que no hacen desde 2007 cuando vencieron a Gremio de Porto Alegre.
Con este escenario se cierra el capítulo más apasionante, oscuro y millonario del fútbol suramericano. La final que tuvo que haber concluido el pasado 24 de noviembre en el estadio Monumental de Buenos Aires, fue postergada por los hechos de violencia acontecidos contra el autobús de Boca y fueron varios los escenarios que se estudiaron para llevar el partido en sana paz.
Sin embargo, la «nueva Conmebol» hizo lo impensable y nos quitó la final soñada de nuestro balompie para llevarla hasta suelo europeo. Este hecho no deja de sorprenderme al ver como el ente rector del fútbol suramericano no pudo organizar el partido en Argentina o en otro de los países que lo conforman.
Lo ideal hubiese sido jugarlo en el Monumental y luego de concluida la final imponer una severa sanción a River por los hechos violentos, además de una suspensión a su cancha por determinado tiempo y una multa económica. Creo que esto hubiese sido lo más lógico y así no se le hubiese fallado a esos hinchas que fueron a ver fútbol ese día y por unos pocos terminaron viéndolo desde el televisor.
Otra de las opciones sensatas era jugar el partido en una provincia de ese país tomando en cuenta lo hecho en la Copa Argentina donde los partidos se celebran en un estadio neutral y con ambas hinchadas presentes. De hecho, este año River venció a Boca en la final de dicho torneo y lo disputaron en el estadio Malvinas Argentinas de Mendoza con ambas aficiones y no ocurrieron hecho de violencia.
A pesar de que esto o aquello sea lo más lógico, la tan difícil forma de ver el fútbol para los argentinos los llevó a dejar al desnudo los problemas sociales y dirigenciales que poseen, así como la incapacidad o la no voluntad de organizar un partido de fútbol con ambas hinchadas presentes.
Espero que el hecho de haberse jugado en Europa le enseñe a los «albicelestes» una forma efectiva de organizar partidos de alto riesgo, además de llevarlos a una profunda reflexión como sociedad de esta oportunidad quizás única en la vida que tuvieron de ver a Boca y River en una final de Libertadores.
Por su parte, los dirigentes de la Confederación Sudamericana de Fútbol deben ponerse los pantalones y hacer cumplir los estatutos, buscar la transparencia y que este fútbol no sea dominado en las oficinas por los que tienen más poder, si no en la cancha como este deporte se merece.
¡Qué la fiesta siga y el fútbol no pare!
@AlejandroRCD24