Peores no pudieron ser las primeras horas del lunes. No eran las 8:00 de la mañana cuando supimos de la partida, a otro plano, de Luis Peña. Como señalamos en otro espacio, es duro creer lo que no se quiere creer. Aceptar lo que no se quiere aceptar.
En segundos, no sé cuántas conversaciones revolucionarias asaltaron mi mente; una de ellas, de las más contundentes, la deuda que contrajimos y que no pagamos: Dictar un taller a noveles periodistas, a objeto de que aprendieran a redactar noticias a ser leídas en radio.
Se nos adelantó en el espectro, Luis, fiel creyente y practicante de la comunicación popular como instrumento liberador de conciencias. Su emisora Un Nuevo Día, así bautizada en honor al barrio que lo vio nacer en Catia, queda para la posteridad como demostración firme de las convicciones de quien fue su director.
No terminábamos de reponernos de la noticia, cuando el siguiente golpe a las neuronas nos lo propinó el viaje de otra guerrera del mundo de la comunicación: Asalia Venegas.
Fue de las primeras (tal vez la primera), en darnos el ejemplo de ética periodística en las aulas de la Escuela de Comunicación Social de la UCV. Mirarla y escucharla durante su cátedra, era palpar que los sueños pueden cristalizarse en cuanto a calidad académica se refiere.
Era un placer derrotar el agotamiento de un día completo de trabajo, para ingresar a esos espacios en los que ella compartía sus conocimientos, sus experiencias, sus expectativas y sus molestias.
Toda una dama de la docencia, Asalia entregó a quienes fuimos sus pichones, lo mejor de su apostolado profesoral. “Culpable” es de que hayamos terminado de creer, a finales de la década de los años ’80, en el papel que los medios están llamados a jugar en la formación de las conciencias.
Asalia y Luis, gracias por todo. Acá nos mantendremos hasta el día en que nos corresponda hacerles compañía. Y lo haremos como ustedes lo preferirían: Con la verdad por delante.