Cuando los conquistadores llegaron a América, no sólo encontraron grandes civilizaciones desarrolladas en arquitectura, arte y astronomía, sino que también grandes avances en la forma de entender y practicar la medicina
Los conquistadores que llegaron a nuestras tierras, encontraron pueblos en distintas etapas de desarrollo cultural. También encontraron en la misma situación la forma en que esos pueblos trataban las enfermedades.
Cuando arribaron a la actual isla de Cuba, “la medicina era ejercida por los behíques. [Estos] conocieron y trataron entre otras enfermedades: las diarreas, la constipación, el asma, las dificultades para la emisión de orina, los dolores que acompañan las dismenorreas, el acné, las contusiones, las heridas, úlceras o infecciones parasitarias externas como las producidas por niguas y piojos.
Se preocupaban por la atención a las parturientas, realizaban la castración, reducían las fracturas y hacían pequeñas sangrías. Como medidas preventivas aislaban a los enfermos contagiosos y enterraban a los muertos” (Gelpi Leyva. 2004). En este primer encuentro, los conquistadores que no traían personal sanitario, recurrieron a ellos para curarse y tratarse de las enfermedades.
Cuando arriban al continente, se encuentran con una gran civilización: la Azteca, que según algunos historiadores se podía comparar evolutivamente a la Roma Imperial, por la arquitectura y por los avances que iban “desde la alimentación al ocio, el deporte y el juego, pasando por la higiene personal y la colectiva, mediante acueductos y alcantarillas, que poco tenían que envidiar a las del Imperio romano” (Rubio Pilartes. 2011).
Políticamente estaban organizados en ciudades autónomas e independientes. Comparando sus ciudades estados, a la mejor tradición Helenística, y las ciudades del Medioevo atiborradas de gente, sin cloacas y sin higiene, se daba una notable diferencia. Esto es consecuencia de la concepción antropológica de ambas culturas. La concepción de los habitantes originarios está más próxima a la visión de la cultura griega, con su visión Cosmogónica. Es decir, el hombre es una pieza más del cosmos que está en un eterno movimiento. Los habitantes de América hablan de una pertenencia a la naturaleza. Eso los distingue de la cultura occidental y más de la época de la conquista. La Edad Media tenía una visión teocéntrica. Esto da como consecuencia una visión del mundo con un concepto de autoridad vertical. El hombre es el intermediario entre Dios y la naturaleza, a la cual domina y utiliza en su nombre.
La visión cosmogónica de los pueblos originarios, que aún permanece hasta nuestros días, habla de una pertenencia del hombre a la naturaleza. Así se da en el pensamiento del pueblo Colla:
Si no conocemos a los animales
que nos han dado para cuidar,
que nos han prestado para que vivamos,
eso sí que a la Pacha-mama va a enojar.
Somos pastores, nuestra tierra es el hogar,
no cuatro paredes, no un pueblo o una ciudad.
Los animales son parte de la tierra,
viven con nosotros, pero no por nosotros.
Somos caminantes del mismo sendero
y la senda es nuestro hogar. (Biassi. 2014: 6 )
Esta pertenencia se da en todas la culturas de los habitantes originarios como señala, Orlando Sánchez con respecto al pueblo Qom: “… debe señalarse que aún perduran aspectos de una peculiar cosmovisión que integra toda una realidad en tres estratos, donde debe coincidir la armonía de los que constituyen:
- Los seres sobre la tierra (plantas, animales, hombre).
- Niveles inferiores, por debajo de la superficie de la tierra y del agua (animales inferiores que habitan en ella).
- Seres superiores en lo alto de los cielos (en medio de vientos, nubes y tormentas, etc.)” (Sánchez. 1986: 29).
Esta visión de la naturaleza impresiona a los que estamos acostumbrados a pensar el mundo desde la visión judeo-cristiana, como expresa el Dr. Monsalvo: “Siguiendo este camino, es de esta manera vivencial como voy aprehendiendo una de las cosas más bonitas que ha impactado en mi vida provocando transformaciones más allá de lo profesional: ese sentido de pertenencia a todo el Universo.” (Monsalvo. 2004).
El hombre pertenece al Universo, no es el dueño que puede hacer uso, como en el sentido bíblico, ni abuso como en el sentido capitalista. Las dos posiciones anteriores llevan a la destrucción del medioambiente, porque el hombre se cree con el derecho de utilizar todo en su provecho. En estas antropologías el hombre es parte y custodia de la naturaleza, es el encargado de protegerla, porque él mismo es naturaleza.
En la concepción mapuche el hombre es dueño de lo que cultiva, el resto pertenece a los espíritus protectores de la naturaleza. “Los dioses creadores destinaron un ngen a cada una de las entidades de la naturaleza recién creada. Y cada ngen es un «espíritu dueño de un elemento de la naturaleza», que asume la tuición sobre su bienestar y continuidad” (Grebe. 2000: 3).
Los ngen son los entes protectores, pero a su vez reguladores de los nichos ecológicos, en los cuales el hombre está incluido: “Junto a los ngen se generan los principios de una etnoecología nativa. Ellos contribuyen al equilibrio del medio ambiente, ejerciendo un control sobre la explotación excesiva de recursos naturales, su depredación y contaminación. Para estos fines, los ngen hacen uso de las potencias benéficas asignadas a ellos por los dioses desde el momento de la creación del mundo mapuche” (Grebe. 2000: 4).
Este cuidado del medioambiente deja a los mapuches solamente como dueños y protectores de los que ellos producen, como expresa Grebe: “De acuerdo a los principios compartidos por los hombres y mujeres mapuches tradicionales, ellos no pueden considerarse dueños de las áreas de bosques y naturaleza silvestre que suelen estar incluidas en los terrenos de su reducción o áreas vecinas. Los mapuches son dueños solamente de lo que ellos mismos han plantado y/o criado -sean estos árboles frutales, hortalizas, cereales, animales domésticos, etc.-. En consecuencia, los bosques silvestres junto a la totalidad de su flora y fauna nativas no les pertenecen a los hombres sino a los dioses creadores. Y estos últimos han entregado a los ngen -en su calidad de espíritus guardianes- el cuidado y resguardo de la naturaleza silvestre” (Grebe. 2000: 4).
Este tipo de relación del hombre con la naturaleza también genera un tipo especial de forma de entender la salud y el arte de curar. Cada pueblo entiende al arte de curar de distintas maneras, aunque la mayoría lo entiende como una pérdida de equilibrio entre los elementos internos y externos. Por ejemplo, para el pueblo Qechua “existe una sola enfermedad: “Pérdida del ánimo”. Y todo lo que nosotros categorizamos como “enfermedades” son, para esta Medicina, síntomas de esa única enfermedad. ¿Por qué se pierde el ánimo? Porque hay ruptura de la armonía. Enojos, agresiones y contaminaciones son algunos de los tanto ejemplos de ruptura de las relaciones armoniosas” (Regalsky. 1995).
En la concepción de los Pilangá, no tienen una palabra que denomine salud, lo que ocasionó una búsqueda del significado salud para poder encontrar la síntesis en un vocablo. Así cuenta su experiencia la Dra. Acevedo: “… hace pocos días, mientras estábamos confeccionando un cartel que indica la planificación de las futuras charlas, una de las personas que gestiona en salud, y que colabora diariamente con su comunidad comentó que en idioma pilagá no existe la palabra «salud». Entonces, le pedí que me dijera qué significa salud, para él. También invité a los demás a que hicieran su aporte. Intentaba abrir mis oídos para escuchar conceptos sobre una palabra que ellos no utilizan: salud.
Para Pedro Yansi, una persona está sana si goza el día; tiene ganas de trabajar, de compartir con los demás; si tiene ganas de practicar deportes; si quiere reír junto con sus amigos; se levanta temprano y no duerme todo el día.
A lo que Carlos Gómez agregó que cuando un hombre está sano no está quieto, siempre quiere hacer algo: hacer una chacra.
Victorina Alberto dijo que cuando se está sano no duele nada.
Y por último Norma Arce se animó a hablar y concluyó que la salud es cuando la tristeza se convierte en alegría (…) lo que hace de interesante este proyecto es saber que en cualquier momento surge una mirada nueva, un concepto nuevo. Y uno cambia” (Acevedo. 2003).
De esta manera la enfermedad es un estado interno y externo de equilibrio. La medicina es el acto por el cual podemos recuperar el equilibrio, y los encargados de esos son los llamados curanderos pero que, en cada pueblo tienen su nombre propio. El del pueblo Qom es el Pio’oxonaq, quién es él, veamos como lo define Orlando Sánchez: “Desde tiempo inmemorial la profesión del médico propio de la comunidad se la concibe como un llamado que lleva a poner en práctica las dotes naturales, desarrolladas instintivamente y asistidas por una fuerza espiritual. Estos miembros del pueblo son los custodios de las tradiciones. El saber de estos médicos no es adquirido por estudios intelectuales, sino desarrollados instintivamente, a partir de las dotes personales, de la observación y la paciencia. Los médicos reconocidos por la comunidad son requeridos tanto en trances difíciles de dolencias y enfermedades del cuerpo, como así también en problemas de comportamiento o de relación entre personas y comunidad.
La atención del enfermo va acompañada de otros elementos (medicina natural) y consejos generales de comportamiento, conocidos por tradiciones de sus antepasados” (Sánchez. 2004: 27-28).
En el caso de los mapuches existían varios tipos de médicos, como expresa Cruz-Coke en su Historia de la medicina chilena: Vileus, eran los médicos metódicos, que creían que las enfermedades se transmitían por insectos, eran los encargados de combatir las epidemias en el pueblo. Ampiver, Eran médicos empíricos, sabían tomar la presión y hacer curaciones menores. Trataban las enfermedades a base de hierba. Machi, realizaba una medicina mágico sacerdotal, acudían a ella cuando los otros dos fallaban. Poseía algunos conocimientos de anatomía y fisiología. Era capaz de curar enfermedades mono-sintomáticas, pero no de relacionar signos con síntomas. Tenían conocimiento de aguas termales, hierbas medicinales y realizaban pequeñas operaciones como reducción de fracturas y extirpación de pequeños tumores. Producían infusiones y ungüentos para uso medicinal. En ocasiones especiales se juntaban los tres tipos de médicos en una reunión llamada thauman. Además existían dos tipos más de médicos que se dedicaban exclusivamente a la cirugía. El Cupove, que sería el equivalente al anatomopatólogo y que realizaba las autopsias y el Gutave o cirujano por excelencia que curaba ulceras, heridas y todo tipo de trauma. (Cruz-Coke. 1995).
Así la medicina se fue desarrollando en base a una antropología que respetaba la naturaleza y una concepción antropológica que veía al hombre como un todo de él y su medio ambiente. Al avanzar la llegada de la medicina occidental, a través del Protomedicato, hubo un choque entre ambas corrientes. Los médicos aborígenes fueron perseguidos y los pobladores pasaron a ser atendidos exclusivamente por los médicos de los conquistadores que, consideraban toda medicina nativa como brujería y por lo tanto debía ser perseguida por hereje. Este concepto que permaneció desde la época del Virreinato hasta casi fines del siglo XX, produjo infinidades de casos de Iatrogenia por no respetar las tradiciones, la cultura y la creencia en la propia medicina de los pueblos originarios. Los médicos no trabajaban en conjunto con los que ejercían el arte de curar de esos pueblos ni respetaban el deseo de los pacientes ante el pedido del curador de su comunidad.
Por suerte, fue también a fines del siglo XX, que un grupo de profesionales de la salud que vieron que trabajar en forma aislada de los médicos de las comunidades producía más daño que beneficio, entonces, empezaron a trabajar en conjunto. Primero en algunas comunidades, por ejemplo de wichis en Bolivia. Después en algunas comunidades de Qom, hasta ser programático por parte de los gobiernos. Como cuenta el Dr. Monsalvo: “En el año 1997 soy convocado por el Equipo de Coordinación del “Proceso de Participación de los Pueblos Indígenas” (PPI) a participar de encuentros con las comunidades Qom y Wichí en Formosa. Allí se expresa fuertemente la valoración de la partera indígena y del médico propio. Entre las numerosas fichas que fueron sistematizadas, hago mención de las siguientes: “El curandero aborigen tiene que tener derecho a curar en su forma o costumbre. La partera indígena tendrá derecho y reconocimiento del Estado, el cuidado de la embarazada hasta el parto. El indígena tenga el derecho a utilizar los medicamentos autóctonos” (Luis Segundo, Qom)” (Monsalvo. 2004)
Como también se expresan los mismos Qom en la voz de uno de sus escritores: “Tenemos en nuestra cultura personas que tradicionalmente saben atender a muchos pacientes.
Parteras tradicionales. Otras personas pueden atender a pacientes con accidentes (torceduras) como traumatólogo tradicional” (Sánchez. 1986: 28).
De la misma forma se están ejecutando programas con los pueblos Mapuches como el Programa de Salud Mapuche y Mesa Local (PROMAP), desarrollados por el Ministerio de Salud de Chile.
Para concluir podemos decir que la civilización que llegó a América desde Europa, cometió muchísimos errores, algunos muy graves e irreparables otros, que si bien no se pueden solucionar, se pueden ir subsanando. Para eso, es necesaria una apertura de mente y una aceptación que no somos la única cultura, ni la mejor, que hay otras formas de entender y pertenecer al mundo sin dañar nuestro medio ambiente ni a nosotros mismos, representados por nuestros pueblos originarios, los primeros habitantes de estas tierras. Por medio de ese respeto se va lograr una interacción no sólo en el campo de la cultura y de la ecología, sino también de la medicina, evitando de esa manera producir casos de Iatrogenia cultural.