Pequeñas historias de amor que salieron publicadas por el diario La Voz del Interior: Córdoba Apasionada. El amor, de la Colonia al Chat
Ahora sí, amor, para siempre juntos
Entrecerró los ojos, la habitación estaba fría y en silencio, miró a su costado y se dio cuenta de que estaba solo, tremendamente solo. Recordó el robusto cuerpo de su mujer; ya no estaba; hacía ocho largos meses que se había marchado. Esa enfermedad que se la llevó tan rápido, tan de golpe dejándolo con esa angustia, con ese dolor.
Abrió los ojos, miró su pieza, los muebles, los cuadros, las fotos ¿Cómo fue que llegó a este lugar? Hacía tanto tiempo que había salido de su Siria querida, su patria. Cerró sus ojos y el recuerdo del viaje en el barco se agolpó en su memoria. Ese barco que lo llevaba tan lejos de su lugar. Los barcos son lentos, pero rápidos cuando nos alejan de los seres queridos, y ese barco lo trajo al confín del mundo. Las olas, el incesante movimiento y cuando el viaje se estaba por terminar, el miedo a que todo haya sido en vano, el miedo a no poder entrar a este país. El capitán reunió a toda la gente y les comunicó que sólo iban a permitir el ingreso a matrimonios: nada de solteros, solo familias ya formadas.
La angustia se apoderó de todos; familias enteras iban ser separadas; tenían que casar a los miembros que eran solteros. El matrimonio era la única solución. El capitán podía casar, tenía la autoridad. Una familia pensó en él como candidato para su hija, aunque no estaban convencidos, eran una familia pudiente y ella era niña aún. Dudaban en entregarla a un desconocido y dudaron tanto que decidieron arriesgarse y se arriesgaron y nada pasó. Llegaron al puerto de Buenos Aires y se separaron, él vio a esa niña, que iba a ser su mujer perderse en la distancia y en el tiempo.
Cerró los ojos, cuánto tiempo había pasado, mucho, desde esa vez que él, con pocos pesos había comprado un campito por la zona de Media Naranja, al noroeste de Córdoba, pero le faltaba plata para hacerlo producir. Tenía que trabajar en la zona, de peón, de changarín.
Abrió los ojos, y miró las fotos. Ahí estaba ella, y la recordó joven, la recordó con su eterna energía, con su corpachón, con su bondad; la recordó en su juventud y alegría; y su mirada vagó en el tiempo y llegó a las calles de San Francisco del Chañar, esas calles que lo veían pasar lenta y cansinamente, y recordó ese paisaje agreste del norte de Córdoba, de estas tierras que lo cobijaron cuando decidió emigrar de su oriente medio, de estas tierras que le traían el recuerdo de sus tierras allende los mares, tan lejos, que sus ojos se llenaban de distancias, océanos y arena. Triste recuerdo cuando se estaba solo.
Cerró los ojos y la vio en su mente, ella estaba parada frente a la puerta de su casa. Sólo su presencia en esa casa de gente acomodada le sacaban de sus ojos tanta tristeza, le hacían olvidar tanto trabajo. Ella que lo miraba con ojos de tan enamorada cuando pasaba frente a su casa, que le hacía girar la cabeza cuando ya había pasado la cuadra. Nunca se imaginó que ella lo iba hablar, a él, ni más ni menos que a él, al Turco, al changarín que vivía hoy pero mañana ya no se sabía, ¿cómo la chica de una de las familias más acomodadas de San Francisco del Chañar le iba a hablar?. Pero esos ojos de enamorada cada vez que pasaba por la casa. ¿Se acordaba ella de que en el barco casi fue su esposa? ¿Se acordaba ella de ese barco y de que casi los casan para poder entrar al país? Y ella que lo saluda y él que le habló. Y eran cierto nomás esos ojos de enamorada, y también era cierto del amor que se tenían.
Y abrió sus ojos, y se acordó de la familia de ella, de la guerra que le hicieron, porque él era pobre, a pesar de su campo, por ahora improductivo, pero como le decían los padres de ella, ¡la tierra sola no se come! Y las visitas a escondidas y el pasar por la casa, y charlar disimuladamente y la decisión de ella. Y esa reunión en la casa con toda la familia presente. La familia que preguntaba, ¿cómo iba a mantener a su hija? Y él ofreciendo su terreno, como garantía. Cuánto tiempo tuvo que esperar para que pudieran estar juntos, un año, doce largos meses, hasta que por fin se casaron. Y fueron a vivir a su chacra de Media Naranja, si hasta el nombre, era para el amor, vivía en Media Naranja con su media naranja, y fueron felices a pesar de la pobreza, y se amaron y tuvieron hijos, tres maravillas de hijos.
Giró la cabeza y miró la foto, sacada en el paredón del dique de Cruz del Eje, ella y él a su lado, casi no se lo ve, tan robusta tan grande, como grande era su corazón e inmensa su bondad. Por Dios cómo la extrañaba. Si todo el mundo la quería y preguntaban por ella. Jajaja, como esa vez que vino doña Catalina, y entró buscándolos, entró porque la casa, como su corazón, siempre estaba abierto, y entrando a la pieza, se saludaron y le preguntó por él, jajaja, estaba al lado y ni lo vio. Tan grandota era. O cuando en la intimidad empezaban a jugar y ella lo terminaba alzando en los brazos, como si no pesara nada.
Cerró los ojos, una lágrima se empezó a escapar, tanto dolor, tanta tristeza, tanta soledad. Suspiró pensando en ella. Y deseó que el tiempo terminara, deseo que todo se acabara o simplemente deseó estar con ella.
Sintió un rumor como de ropa rozando, abrió lentamente los ojos y ahí estaba ella, sentada en el sillón, mirándolo con esos ojos de enamorada. Cerró los ojos y suspiró pensando: “la veo en todas partes”. Abrió los ojos dudando si esa imagen aún permanecería y estaba, seguía allí. Sí, ella estaba allí mirándolo con esos ojos de enamorada, como la primera vez, como siempre. Quiso hablar y no pudo, ella se puso un dedo sobre sus labios, pidiéndole que no hable y se levantó despacio, se acercó y tomándole la mano se sentó en la cama a su lado. Se miraron largamente, hasta que ella lo tomó rodeándolo con sus brazos y lo alzó de la cama. Lo sostuvo. Había adelgazado, y sí, los ocho meses sin levantarse. Ella acerco la boca a su oído y le susurro: “Ahora sí, amor, para siempre juntos”.
Y los dos se marcharon de la habitación.