Esteban Laureano Maradona fue un médico ruralista, que desarrolló mayormente su labor profesional en la localidad de Estanislao del Campo, Formosa. Naturalista trabajó codo a codo con los aborígenes de la zona, Tobas, Mocovies, Pilangás que le enseñaron el uso de las plantas medicinales de la zona. Nunca quiso honores. Murió a los 99 años. Este es un pequeño homenaje a ese gran hombre
Esteban Laureano Maradona es uno de los 14 hermanos que vivieron su niñez en la zona rural de Esperanza, Santa Fe. De su padre, Waldino Maradona Garramuño no tiene buenos recuerdos, lo describe como una persona estricta en demasía que no escatimaba el castigo corporal. De su madre, Petrona Encarnación Villalba Sosa, tiene los mejores, según sus propias palabras el pudo llegar a recibirse de médico gracias a ella. Emparentado con familias tradicionales de San Juan y de políticos, su padre mismo ocupo una banca de senador en la provincia de Santa Fe. Toda su infancia transcurrió a orillas del río Coronda. Cursó sus estudios primarios y secundarios en Santa Fe, terminado los estudios se fue a Buenos Aires a seguir la carrera de medicina.
De humilde andar, se caracterizó por no lucir ropas caras, ni comer en lugares costosos como los estudiantes de su época. Iba a comer a un lugar por 0,89 centavos por el almuerzo y la cena. En ese lugar de comidas encuentra el refugio familiar de contención. Alberto Sache hacía de maestro particular. Cuando se recibió el Dr. José Sache le ofreció abrir un consultorio en Capital Federal pero, el prefirió ir a zonas donde hacía más falta.
Se trasladó a la ciudad de Resistencia donde con la ayuda de su madre instaló consultorios, y se dedicaba a su pasión: el estudio de la flora y fauna autóctona y el uso de las plantas en la medicina. Además de la labor periodística ya que colaboraba en el diario La Voz. En 1930 se produce el golpe de estado de Félix Uriburu que derrocó al gobierno constitucional de Irigoyen. Entre 1931 y 1932 da una serie de charlas explicitando la ley 9688 de accidentes en el trabajo y su aplicación. Esto le valió la persecución por parte del gobierno que lo obliga a exiliarse al Paraguay.
No fue un exilio fácil, cruzó de noche el río acompañado de contrabandistas y prófugos de la justicia. Al arribar a la costa paraguaya es detenido y llevado a Asunción. Estuvo preso un tiempo prolongado porque sospechaban de espionaje, en ese momento la zona estaba con relaciones muy tensas, principalmente con Bolivia. Toda esa tensión culmina con la guerra del Chaco Boliviano (1932-1935). Para limar asperezas se ofrece como médico. Es nombrado en el hospital Naval, del que llega a ser Director, allí según sus propias palabras llegaban los barcos repletos de soldados, el se ocupaba de todos los soldados, incluso los Bolivianos, ya que la muerte, decía, no hace distinción. Se llegó a enterrar a los muertos en el patio de una gran escuela que había en la cercanía. Durante su dirección se abrió la puerta del hospital a la población civil. La guerra fue muy dura, la zona del chaco boliviano es una zona seca, sin agua potable. Muchos soldados morían de sed y hasta llegaban a beber su propia orina. El agua estaba contaminada, y eso produjo la gran plaga de fiebre tifoidea. Se atendía con los pocos medios que se tenía, se llegaron a hacer amputaciones con serruchos de carpintero y sin anestesia. En esa época también empezó a realizar labores en la colonia de leprosos de Itapirú y, confeccionó el reglamento de Sanidad Militar.
Fue durante esos años que conoció a Aurora Ebaly y nació el romance, él la define: “Aurora era una niña que después, yo pensaba en formar mi hogar”. Ante la pregunta ¿Y por qué no te casaste? Contesta desde la tristeza: “Porque se murió”. Aurora Ebaly murió el 31 de diciembre de 1934 de fiebre tifoidea. Nunca quiso ser atendida por su novio médico. No quería distraerlo de sus pacientes necesitados. El mismo cuenta que Aurora había prohibido a la familia que le mencionaran la enfermedad. Hasta que un mes antes de la muerte, le llega un telegrama que estaba muy enferma, cuando arribó a la capital ya era tarde. Falleció. El funeral se hizo con todos los honores que la joven sobrina del Presidente se merecía. Los barcos de guerra fueron adornados de blanco y flores. En ese funeral no sólo murió Aurora también el deseo de formar una familia. Ella fue la única pareja que se le conoció.
Nace la leyenda
La guerra del Chaco llegó a su fin, en Argentina el gobierno de Uriburu había caído. Nada lo retenía en ese país. En vano fueron las ofertas de cargos y puestos públicos. Estaba decidido a partir. Tenía pensado ir a Lobos, Buenos Aires, donde vivía su madre y abrir un consultorio. Pero antes iba a ir por Formosa desviarse a Salta y Tucumán para ver a sus hermanos. Pero no fue así, el tren paró en una estación en el medio del monte de Formosa, era el 2 de noviembre de 1935, un hombre preguntó entre el pasaje si había un médico pero, dejemos que el mismo lo cuente:
“Había que tomar una decisión y la tomé. El tren que me llevaba a Tucumán, donde vivía mi hermano, estaba a punto de arrancar. Yo estaba en el andén del Paraje Guaycurri (que con los años sería Estanislao del Campo) cuando vi muchas manos que se alzaban suplicantes y voces ininteligibles que me llamaban en idiomas diferentes. Entonces me subí a un sulky tirado por una mujer cincuentona muy preocupada y me dejé internar en la maleza. Poco después, como dijeron por allá, le había “salvado” la vida a una indiecita que después se me presentó como Mercedes Almirón y que hoy vive en Tucumán rodeada de sus nietos y sus bisnietos. Un parto distócico había estado a punto de terminar con ella y con el bebé. Fue entonces cuando decidí perder mi pasaje en el tren, que aún me aguardaba, y no volver nunca a las comodidades de mi consultorio en Buenos Aires. La bienvenida me la dieron indios, criollos y algún que otro inmigrante, todos enfermos, barbudos, harapientos. Yo mismo me di la bienvenida a ese mundo nuevo, aún a riesgo de mi salud y mi vida.”
Al principio no fue fácil. Era de los médicos que si el paciente no iba, él iba al paciente. Caminando por la trocha de las vías se dirigió al pueblo de los aborígenes. Al llegar tuvo su primer enfrentamiento con el curandero Pablito que lo tomó del cuello y lo quiso ahorcar. Fue salvado por la gente del pueblo que lo acompañaba. Después el mismo Pablito fue un gran compañero de lucha contra la enfermedad y maestro de la utilización de hierbas medicinales.
Cincuenta y un años se terminó quedando en esa parada ocasional que le hizo para atender un parto que venía mal. Le ayudó la madre y nació una niña que actualmente vive en la ciudad de Tucumán y se llama Dolly Rodríguez.
Después se instaló en la posada del pueblo, una especie de almacén de ramos generales que tenía piezas que alquilaba, en la suya pequeña, entraba una cama, una mesita y dos sillas. Ahí también atendía. La estadía no le era gratis, tenía que pagar por la pieza. Pero siempre dio a entender que había compensaciones ya que él les traía clientes cuando se tenían que quedar por curaciones o tratamientos.
Tiempo después compró su casa al hijo de un ex empleado del ferrocarril. En la que vivió y la que todavía pertenece a la familia Maradona. Es la casa que se observa en la primera foto. No tenía luz eléctrica, ni agua corriente ni baño. Usaba una letrina que estaba fuera de la casa.
Resumir su larga labor en la zona es imposible para una nota, basta decir que formó una asociación que le sirvió para pedir terrenos fiscales donde estaban los aborígenes y allí fundó la colonia Juan Bautista Alberdi. Ayudó a que se creara la escuela, si bien nunca fue maestro, no era lo suyo, enseñó a los pobladores a trabajar la tierra, comprándoles todos los elementos para esa tarea.
Gran escritor y dibujante, tiene excelentes libros con la flora y fauna del lugar, con descripción de las plantas curativas. Dijo que la mejor Universidad que tuvo para aprender de plantas medicinales fue la Universidad de los indios como la llamaba él.
Escribió 14 obras de las cuales sólo se han editado tres, las demás esperan que se cumpla la ley del Congreso de la Nación que promulga la edición por parte del gobierno.
Muchas veces se lo llamó el Albert Schweitzer de los tobas y matacos, a lo que el contestaba: “Nunca pude entender quién inventó esas macanas de que yo era como Ghandi o de que era el Albert Schweitzer de la Argentina —comentaba—, eso no me causa gracia porque yo odio el exhibicionismo en cualquiera de sus manifestaciones. Yo soy sólo un médico de monte, que es menos aún que un médico de barrio”. “Schweitzer sí era un hombre ilustre, él sabía música; era un eximio organista, más allá de su gigantesca obra en África. Y cómo pueden compararme con Ghandi, justamente con él, que con la no violencia salvó a todo el pueblo. Y a mí, sólo por haber cumplido con mi deber, me quieren hacer fama, justamente a mí, que siempre me creí el más inútil de los 14 hermanos. Cómo voy a ser un hombre ilustre si de chico fui retraído, taciturno; fui mal alumno, desordenado, rebelde, solitario y de carácter fuerte. Era medio desobediente y a veces prefería quedarme pintando abajo de un ombú antes que leer libros”.
Siempre dijo: “Yo sólo cumplí con el juramento hipocrático”.
Murió a los 99 años en la casa de un sobrino en Rosario, nunca quiso honores. Rechazó la pensión vitalicia y sólo cobraba su magra jubilación. Entre los premios se destacan Estrella de la Medicina para la Paz, entregado por las Naciones Unidas y en 1950 el Premio al Médico Rural Iberoamericano (otorgado por representantes de organismos oficiales, entidades médicas y laboratorios medicinales). Que constaba de una placa y dinero, rechazó el dinero para que fuera donado en becas a jóvenes médicos rurales formoseños. Estuvo dos veces nominado para el premio Nobel de la Paz, en 1988 y 1993. Esteban Laureano Maradona, un pequeño hombre que dejó grandes huellas.