Amar, como revolucionar son verbos que expresan estados espirituales. En eso se parecen mucho a la poesía y a cualquier expresión artística. Fluyen de un proceso de relaciones entre los seres humanos entre sí y con la naturaleza toda, que van generando una especie de alfabetización de lo real.
En el sentido estricto, hacer el amor y hacer la revolución es lo mismo, pero no constituyen actos exclusivamente deliberados. Objetivar al amor o a la revolución son propósitos subjetivos y permanentemente inconclusos, inacabados. La humanidad va a estar haciendo el amor toda la vida, pero también va a estar haciendo la revolución toda la vida. De allí que ambos “fines” coincidan en ser “utopías” posibles.
Es el capitalismo –y las relaciones de producción que lo caracterizan- el que objetiva todo lo real, sea tangible o intangible, convirtiéndolo en mercancía. Por eso se entiende que en lo cotidiano, la banalización de conceptos como los que hemos tomado para entablar este Diálogo en la acera, de hoy, sean degradados en su uso.
El ejemplo más fácil para entender lo argumentado es el del amor. El capitalismo nos ha impuesto que la práctica sexual en parejas es “hacer el amor”, lo cual aplica para todos los casos de apareamiento entre seres humanos, aún cuando se haga en compra-venta explícita o simulada.
En el caso de hacer la revolución, el asunto le ha resultado más difícil de mercantilizar a los dominadores. Lo más próximo que han alcanzado es estimular a los perros de la guerra para vender armas entre bandos en conflicto. Pero el control sobre las acciones revolucionarias siempre les resulta difuso por cuanto las revoluciones siempre tienen por objetivo el cambio radical de lo establecido, del status-quo.
Roger Garaudy, filósofo francés con mucha vigencia en la segunda mitad del siglo pasado, observa que “toda obra auténtica, al tornar sensible la fuerza y el poder del hombre (y de la mujer), del hombre (y de la mujer) creador (creadora), imprime profundamente en nuestro espíritu y nuestro corazón el sello de la belleza del ser humano”. Es aquí donde, como decíamos al comienzo de esta nota, el amor y la revolución se parecen mucho a la poesía y a cualquier expresión artística.
Por eso propongo que nos detengamos en la interrogante con la que titulamos esta reflexión, de modo que podamos avanzar en nuestra autoalfabetización para la lectura de lo real social. Leer nuestro entorno, las relaciones entre las y los individuos y con la naturaleza es una manera de comprender lo que queremos y tenemos que transformar. Es estar en capacidad de leer que amor y revolución son sinónimos para referirnos a un mismo accionar en función de lograr la sociedad de las y los iguales, la Patria socialista, la salvación del planeta, la culturización bajo el espíritu de las comunas, del comunismo como sociedad sin clases, de superación de la explotación, del opresor capitalismo.
Ilustración: Xulio Formoso