De sopetón, en pleno estadio de Sousa (Túnez), un grupo de jóvenes despliega en agosto una bandera gigantesca del Estado Islámico. De golpe, algunos de los seguidores del equipo Raja Athletic Club de Casablanca dan vivas en septiembre al Estado Islámico mientras hacen cola para acceder al campo. Nunca Al Qaeda cosechó tales aplausos en público.
El fenómeno empezó en primavera y, pese al salvajismo demostrado por la organización terrorista en verano, aún persiste. La erradicación de las minorías cristiana y yazidí del norte de Irak; el asesinato en Siria de dos rehenes estadounidenses y de un británico etcétera no les ha hecho desistir.
No sucede en todos los partidos ni se contagia a todos los espectadores, pero hay un pequeño segmento de la juventud árabe que con sus gritos y banderas negras tiende a trivializar el terror. A veces hasta los jugadores contribuyen a ello.
El equipo Étoile Sportive du Sahel, de Sousa, una ciudad al sur de Túnez, rindió el 6 de abril, antes de empezar el partido, un homenaje a uno de sus hinchas, Maher Magmagui, que murió tres días antes en Siria cuando luchaba en las filas del Estado Islámico.
Magmagui, que componía canciones en apoyo de su equipo, formaba parte de un violento grupo de fans autodenominado Brigadas Rojas. Uno de los jugadores, Baghdad Njayah, volvió incluso a recordar al difunto tras marcar el primer gol del partido.
Este homenaje es interesante » porque demuestra hasta qué punto la yihad en Siria es ahora un banal fenómeno de sociedad», escribió poco después David Thomson, autor del libro Tunisie, la tentation du jihad (Túnez, la tentación de la yihad). Este pequeño país del Magreb es, de todo el mundo árabe, de donde más combatientes han partido rumbo a Siria e Irak: unos 2.500, según el Ministerio del Interior. Marruecos figura en segundo lugar con unos 1.200.
Sin que fuera necesario hacer ningún homenaje la bandera negra del Estado Islámico ha irrumpido también en las gradas que ocupan los jóvenes más broncas de otros estadios tunecinos como Rades, El Menzah etcétera.
El fenómeno parece empezar a propagarse a Marruecos. El lunes pasado fue colgado en las redes sociales un vídeo en el que un grupo de seguidores del Raja Athletic Club de Casablanca, que esperaban el domingo para acceder al campo, corean en árabe (a partir del segundo 44) las siglas del Estado Islámico al mismo tiempo que aplauden. Después gritan sonrientes al unísono «¡Alá es el más grande!» y «¡Vayamos a hacer la yihad!».
Como ya sucedió en Túnez, la prensa marroquí reprueba la actuación de los jóvenes. A ojos del diario Libération es «chocante». Es «una broma de mal gusto«, asegura el semanario Tel Quel, que subraya que se trata de un «acto aislado».
¿Cuántos de estos jóvenes hinchas tunecinos o marroquíes saben que su deporte favorito ha desaparecido de las tierras que controla el Estado Islámico del autoproclamado califa Aboubakr el Bagdadi? La guerra no permite ahora jugar ningún campeonato, pero la doctrina del califato es la misma que la del Afganistán de los talibanes: jugar al fútbol es haram (pecado). No hay nada pernicioso en dar patadas a un balón ni está prohibido por el islam, pero se trata de un deporte occidental y, por tanto, debe de estar prohibido.
Desde la Plaza/Ignacio Cembrero-Orilla Sur/AMH