El tema es milenario pero no aparece guardado como «enseñanza» de ningún libro sagrado. No es tema religioso, nada tiene que ver con la taumaturgia ni los milagros.
La palabra es esencial en el trabajo y en la comunicación para producir y reproducir la vida. Yo me atrevería a decir que la palabra fue primero poesía, luz y vida. Sólo mucho después a la palabra la seguiríamos para volverla común a todos, la haríamos concepto, erudición y libro, en un proceso que se puede definir como movimiento de apropiación sensible de lo real.
Así que 2020 años después de una cuenta que los dominadores llamaron era cristiana o «nuestra era», seguimos y seguiremos siendo culturalmente verbo. Verbo y verso, imagen y metáfora, narrativa de ficción o ficción sacrificada como ciencia en claustros, academias y también libros.
Quiero compartir, mientras dialogamos en esta acera, en esta calle del planeta, una experiencia cuyo ahora tiene la distancia de más de 30 años. Yo daba clases en la Escuela de Odontología de nuestra Universidad Central de Venezuela (UCV), en una «cátedra libre» en la que podían inscribirse los estudiantes regulares que ya habían cursado, al menos, la mitad de la carrera. Mi propósito era cuestionar (problematizar, a lo Paulo Freire) la canonización de la ciencia, del saber académico y del conocimiento libresco, al que seguimos atados como si es tratase de la «verdad verdadera», en tanto «científica» e impronta inmodificable sobre piedra.
En aquellas clases, todo el alumnado soportaba sus conocimientos sobre dentición, odontología y estomatología en la copiosa bibliografía que consultaba para «acumular» saberes.
Ah, pero cuando yo (este humilde servidor) proponía la lectura de un cuento infantil como, por ejemplo, Un diente se mueve, entonces se descalificaban los conocimientos allí plasmados, por estar en el orden de la ficción.
Quiero, cuando reflexionamos en torno al verbo, a la cultura de la humanidad basada en la palabra, contribuir a problematizar el conocimiento esclerosado en nuestros cerebros. Y además, hacerlo en medio de la FILVEN 2020 y también en medio del Festival Mundial de Poesía. Dos fiestas que en Venezuela ha propiciado la Revolución Bolivariana, en el convencimiento de que ella es cultural o no es revolución.
Por eso también me propuse, en plenas sendas fiestas, escalar de nuevo La Montaña Mágica desde sus faldas. Ya lo había intentado, por allá a finales de los años 60 cuando Los Beatles, hippies y poetas decían que entrábamos a una nueva era, la de Acuario. Tiempos de amor y paz en el epicentro de las dudas y las guerras: «Hablas como un civil» me increpa entre murmuros, Joachim mientras leo de nuevo esa maravillosa novela de la literatura universal: «La guerra es necesaria. Sin guerra, el mundo no tardaría en corromperse, como lo ha dicho Moltke». Nos lo narra de manera brillante Thomas Mann en su seductora novela (Der Zauberberg) gestada en 12 años (1911 – 1923) de co-reclusión solidaria junto a su esposa, en un sanatorio suizo.
La Trepadora venezolana, del escritor criollo Rómulo Gallegos me ayuda a entender que no hay cima imposible de alcanzar. Le doy la razón, luego de haberme sensibilizado, muy joven, leyendo Los Miserables, esa novela de Víctor Hugo a la que el comandante Chávez le encontró varias lecturas. Unas 40 que compartió, casi como leyendas del llano, para contribuir a sensibilizar nuestra conciencia: «hay muchos Jean Valjean por ahí -señala el Comandante Chávez, una de las tantas veces en la que hace gala, con orgullo, de haber leído Los Miserables– que terminan en las cárceles porque tienen que terminar robando en una panadería, como Jean Valjean, quien pasó, creo que fueron 15 años, preso por robarse un pan. Entonces, estando en la cárcel, se metió en otro lío, apuñaleó a otro, golpeó a un guardia, le metieron cinco años más y entonces se fugó, lo capturaron, le metieron cinco más, y así fue hasta que llegó 15, 18 años por haberse robado un pan, Jean Valjean, hay muchos. Muchos Jean Valjean andan todavía por ahí».
La palabra poesía y luz que ilumina la conciencia de la humanidad en el recorrido por trochas, calles, avenidas, cerros, montañas y alamedas, como las que se reabren hoy en Chile, mientras Bolivia regresa a su esencia plurinacional de Patria nueva y el propio pueblo estadounidense hace tambalear los cimientos del poder imperialista en su seno,como una gigantesca implosión cuya espoleta se activa de tan sólo pronunciar la Poesía en los labios de la humanidad ennuevecida con el poder de su palabra.
Festejar a su altura, como lo hace Venezuela ahora, en el desarrollo de dos actividades de proyección mundial: la Feria Internacional del Libro (FILVEN 2020) inaugurada este jueves 12 de noviembre y el XIV Festival Mundial de Poesía con fecha de inicio el día 14 de este mes y año, parece convertirse en una profecía de paz que vence las injusticias y desigualdades, que derrumba los egolátricos imperios fundados en el supremacismo y la explotación de clases capitalista.
Festejamos a la altura de la palabra, de la conciencia, de la vida, con el placer de leer y compartir, con el placer de reivindicarnos como humanidad en un corazón de unidad llamado Poesía.
En fin, el verbo se hizo poesía o se hizo libro y… libérese usted con él, si lo desea. Esta semana de noviembre, sirve para eso.
Ilustración: Iván Lira