Ahora cuando estamos festejando los 237 años del nacimiento de Simón Antonio de la Santísima Trinidad, me lo imagino emparrandado como uno más de nosotros, compartiendo en el barrio, entre iguales.
Según desde donde leamos la historia de su vida, de sus luchas, victorias y derrotas, sabremos con mayor precisión que tan pana nuestro fue y es. La historia es la historia de la lucha de clases, no lo olvidemos. Y el catirito Bolívar, nacido por los lados de donde quedaba el convento de San Jacinto, en pleno centro de Caracas, era el hijo de oligarcas españoles que aquí se habían convertido en blancos y adinerados oligarcas criollos.
Pese a esa genuina adscripción de clase que, socioeconómicamente, identificaba al Libertador, la inmensa mayoría de los pasajes de su historia de compromisos y luchas, lo acercan en actos y opciones de principio, con las clases más marginadas de entonces, incluyendo a los negros esclavizados, entre quienes Hipólita y Matea destacaban en afectos profundamente familiares.
Las luchas y compromisos de quien se convierte en nuestro Libertador en el desarrollo de estrategias político-militares y en el liderazgo de combate en múltiples batallas, sin dudas que lo hacen de los nuestros, de los explotados, de los panas del barrio, de los conviven en el mismo vecindario.
Ese perfil no le molestaba. Yo estoy seguro, era su particular y radical opción de clase, más allá del «sello» original de contarle entre la clase de los platudos, de los morocotudos para ser más exactos. Le molestaba sí a los burgueses, a la clase dominante europea, española y a los monarcas que se habían instalado en este «nuevo mundo», con el propósito de vencernos y convencernos de que su conquista y colonización era para salvar nuestras almas y nuestros cuerpos, siempre y cuando fuésemos obedientes a los designios de dios y del rey, o viceversa: del rey y hasta de dios.
Por eso que uno de los suyos, nacido en cuna oligárquica, se les volteara y colocará al lado de las mayorías pobres, oprimidas y esclavizadas, en procura de la Libertad y la Independencia, era algo completamente inaceptable. De allí el afán por sacarnos a Bolívar del vecindario, por perfilar su nariz y blanquear su piel en cada cuadro, de modo que entendiéramos y aceptáramos sólo la historia que los dominadores nos contaron: La historia de un Simón Bolívar derrotado, abandonado y en el exilio, muriendo «de tuberculosis» y no asesinado, envenenado, como lo sospecharon sus más cercanos y, en este pleno siglo XXI, su gran aliado, el bolivariano Hugo Chávez, ordenando desde la Presidencia de la República las más detalladas, científicas y acuciosas investigaciones, que arrojaran detalles acerca de las verdaderas causas de su muerte, la certificación de que los restos en el Panteón Nacional fuesen comprobadamente los suyos y la elaboración electrónica de un rostro determinado por su carga genética, entre muchos otros pasos firmes para desmitificar y desmontar la historia dominante, impuesta por los enemigos de la libertad y la verdad.
A este Bolívar del vecindario que hoy estamos recordando, siempre lo hemos reivindicado desde el barrio, desde el pueblo de Capaya donde una fuerte tradición histórica oral le adjudica allí su nacimiento y no en Caracas, como lo escribe la versión «oficial» de los hechos.
Simón Antonio, el nuestro de cada día, ya no nos lo volverán a arrebatar. Simón Bolívar es el pana, el camarada que está entre nosotros, ahorita mismo, ayudándonos a definir las estrategias necesarias para vencer en cada batalla de la guerra multifactorial que nos han declarado los imperios de siempre y los colonizadores de hoy. Por eso ¡Ánimo! Celebremos su cumpleaños, pero sobre todo celebremos la conciencia plena de que ¡Juntos Venceremos!
Ilustración: Iván Lira