La palabra es o puede ser contundente, pero no tangible. Por la palabra, los seres humanos, logramos apropiarnos conceptualmente de la realidad. Sin embargo la realidad seguirá siendo realidad mientras que el concepto de la misma es tan sólo una representación simbólica de ella.
Cultura y comunicación nacieron y crecieron parejas cuando los pequeños grupos humanos comenzaron a transformar la naturaleza y producir sus bienes, así como las herramientas que -como prolongación de sus manos y sentidos- le permitieran optimarlas en contribución al equilibrio de la vida y su relación con el resto de la naturaleza.
A la necesidad de contar sus hallazgos le sucedió la palabra y de ésta la comunicación oral de los logros, el salto del canto al cuento y de estos, entonces, también a la grafía.
La voz, mucho después, también se haría noticia y entonces aquellas ganas de ver dónde nos escuchamos. He allí el periodismo, la conversión en oficio de lo que nació como amorosa y solidaria vocación colectiva.
Cuando hoy, en este siglo XXI y con otros cuantos siglos en reversa, celebramos (en este caso en Venezuela, el 27 de junio de cada año) el «día del periodista», oportuno es preguntarnos si estamos viendo dónde nos escuchamos.
¿Por qué ver dónde nos escuchamos? Pues porque el periodismo, formal y académico como hoy lo conocemos, nació en capitalismo y tiene adscripción de clase. Es decir, responde esencialmente a un criterio hegemónico acerca del mismo y son las grandes corporaciones de la comunicación las dueñas de los medios de producción de la comunicación.
Desde esa perspectiva, asumir la conciencia del explotado, del proletario, para hacer periodismo, constituye un verdadero compromiso para defender la verdad, recogerla, expresarla y «ver dónde nos escuchamos». Si nos escuchamos, somos aplaudidos, reconocidos y asalariados por los explotadores, por los dueños de los medios de producción y también de comunicación, es muy probable que entonces estemos sumidos en las alienantes relaciones que reproducen la explotación y, por tanto, de perpetuación del dominio del capital.
Hace falta ver dónde nos escuchamos, pero también dónde se nos lee y por qué un determinado número de caracteres también convierte en hegemónica la mentira, la falsa noticia, la ideología.
El asunto no es tecnológico -aunque también es importante discutir este tema- el asunto es de conciencia contra ideología. Por eso el periodismo debemos celebrarlo desde la crítica, desde la problematización epistemológica del mismo, pero también desde el cotidiano oficio de mirarnos a nosotros mismos.
Ilustración: Iván Lira