Cuando G.W.F. Hegel planteó la Dialéctica del amo y el esclavo logró explicar la relación entre individuos que se oponen entre sí mediados por el miedo la la muerte: el amo es amo porque «no teme morir» mientras que el esclavo es tal porque tiene miedo de morir y «para su salvación» se deja someter y trabaja para que su amo disfrute de su ocio.
La relación no es simple ni cartesiana. No es vectorialmente unidireccional. Los opuestos se enfrentan como tésis y antítesis que generan en su movimiento una síntesis.
Poco tiempo después a la exposición por Hegel de la aludida dialéctica, un contemporáneo del filósofo idealista alemán, Carlos Marx -coterráneo del primero y nacido en la ciudad de Treveris- explicaría desde la perspectiva del materialismo histórico el despliegue de la confrontación socialmente motora entre ricos y pobres. Amo y esclavo se evidencian en lucha de clases (de contrarios, tal como en la dialéctica hegeliana) en el que el primero es burgués y el segundo proletario.
De esa manera teórica el pensamiento eurocéntrico del siglo XIX asume a la dialéctica materialista para entender la guerra de contrarios, que deberá concluir en una síntesis comunista en la sociedad de los iguales.
Mucha de esa “agua” sigue pasando bajo el mismo puente desde donde observamos sin que lleguemos a bañarnos dos veces en el mismo río (Heráclito). Seguimos llamando “al río” de la misma manera, entendemos a la lucha de clases como motor de la historia y, enarbolando las banderas de la libertad, de la justicia social y de la igualdad procuramos un nuevo proceso de producción en el que todas y todos metamos culturalmente las manos para obtener los bienes de la sociedad, aportando las fuerzas requeridas según nuestras propias capacidades. Ah, pero donde también la distribución y consumo de lo producido se haga bajo la igualdad de las necesidades de cada quien.
Visto lo razonado aquí, de manera muy sucinta, los revolucionarios del mundo, el proletariado de nuevo tipo, se expresa por oposición a su contrario burgués en una lucha que para alcanzar su «muerte» (en el mismo sentido hegeliana y marxista) pasa por diversas «negaciones» y éstas por «negaciones de las negaciones» que -si nos lo proponemos y lo ejecutamos- podrán concluir como síntesis en la Patria socialista.
El amo hoy sigue siendo una clase poseedora de medios de producción, que agrupa a sus representantes más conspícuos en una simbólica cúpula de amos que se reúne anualmente, para seguir pensando cartesianamente la realidad, en el denominado Grupo Bilderberg (este nombre por alusión al hotel donde se congregaron por primera vez, hace más de medio siglo).
El esclavo hoy sigue siendo la clase de los proletarios, de los pobres del mundo, de los «necesitados de comer para no morir» y sin tener con qué. El esclavo, en Venezuela, es hoy el Bolivariano. Un tipo de proletario muy particular, impulsado por lo que el Comandante Hugo Chávez denominó «el árbol de las tres raíces», para aludir a un cuerpo doctrinario sobre el cual se sustenta esta revolución socialista del siglo XXI que se conoce aquí y por el mundo como Revolución Bolivariana.
Con esas referencias histórico-pragmáticas la Dialéctica del amo y el esclavo se despliega entre el polo de poder de los «amos del mundo», conocidos pública y comunicacionalmente como Grupo Bilderberg (aunque la totalidad exacta de sus componentes no esté plenamente determinada) y el polo de anti-poder, el social o de clase de quienes oponen la «negación de la negación» (para decirlo en el mismo lenguaje hegeliano), representada -para efectos de esta nota de opinión- por el polo de los Bolivarianos.
Conste que esta «actualización» de la Dialéctica del amo y el esclavo, con nombres simbólicos e inconmensurables, no tiene otro propósito sino el de llamar la atención acerca de una guerra que, por múltiples determinaciones, se está desarrollando en nuestro soberano suelo patrio.
Ilustración: Iván Lira