Desde que somos niños crecemos, en muchos aspectos, como si fuésemos una prolongación de nuestros padres y, en menor medida, de aquellas personas cercanas a nuestro entorno. Muchos desarrollamos, entre tantas cosas, la tendencia partidista del círculo con el que convivíamos a diario y fue por eso que, en determinado momento, tuve cierto coqueteo con algunas de las políticas de Hugo Chávez. Mi familia revolucionaria tuvo mucho que ver en eso.
Claro que, al final, nos encontramos con dos opciones: o terminamos de desarrollar aquello con lo que hemos crecido o, por el contrario, nos damos cuenta de que la realidad es una cosa completamente distinta a lo que creíamos.
Es aquí cuando todas estas vivencias y metas inconclusas se convierten en un válido argumento para refutar a aquellos que todavía algunas personas defienden, incluso nuestra familia, en donde, en este caso, dicen ser revolucionados y replicar –solo eso, replicar- lo que ven y escuchan en los medios estatales. Con fervor o no, lo creen, aunque ello implique comer piedras.
Nunca he alzado banderas por algún partido político ni por lo que de ellos se desprenda, eso lo saben todos, mucho menos en los momentos históricos que hemos vivido en los últimos años y que han sido verdaderamente frustrantes para todos los jóvenes que esperábamos lograr una estabilidad económica, social y profesional.
El problema, a veces, no es que tengas familiares que respalden el llamado proceso revolucionario, eso no; el problema radica en que hay quienes viven en la negación constante y prefieren mantenerse en cualquier excusa para justificar que el chavismo no fracasó, que quienes gobiernan no fracasaron, sino que, por el contrario, han sido unos valientes que han luchado contra cientos de ataques, como lo han querido hacer ver.
En términos generales, tanta lucha tampoco nos ha llevado a nada porque, como es sabido, perdimos un tiempo valiosísimo irrecuperable mientras que un determinado sector no hacía más que escudarse detrás de la excusa de que es blanco de guerra por parte de adversarios. Por más verdad que en su momento haya sido, demostraron una incapacidad exclusiva para solventar los problemas, incluidas las necesidades más básicas.
Los migrantes venezolanos también han sido centro de críticas, pero sacando a aquellos que solo buscan generar lástima y compasión en otros países, en otras tierras, quedan todos los que se vieron en la obligación de abandonar a su nación para lograr lo que en su propia tierra no era posible lograr y no será posible lograr en mucho tiempo. Mencionar o enumerar cada una de las vivencias o tragedias que cada uno ha vivido resultaría imposible.
Indigna que, a pesar de cada historia lamentable que conocemos, haya quienes se nieguen a reconocer que la solución a todo este torbellino que vivimos es un cambio político en donde todo, completamente todo, sea restituido porque la gran mayoría de los venezolanos, estoy seguro, ha dejado de creer y confiar en este sistema, aunque solo unos cuantos aseguren que no. Pero, para desdicha nuestra, no tenemos ningún otro lado hacia dónde ver.
Es casi incomprensible que ni siquiera vivir tan de cerca la realidad haga cambiar el pensamiento de aquellas personas: de verdad creen que todo es culpa de factores externos y salvan de la responsabilidad a los gobernantes, quienes son los únicos que toman decisiones, que hacen y deshacen a nombre de todos. En días pasados alguien muy cercano se atrevió a decirme que yo no tenía nada (vivo alquilado y apenas tengo unas que otras cosas) porque he malgastado mi dinero.
Si lo vemos desde el punto de vista de que todo en este país está exageradamente caro y que debo pagar aún así por ciertas cosas, entonces sí, lo he malgastado, pero esta carencia no ha sido porque me ha provocado o porque no he trabajado, sino muy por el contrario: en un sistema tan podrido como este cada quien busca la forma de enfrentar una realidad insólita que no permite ni siquiera que te establezcas, a pesar de que luchaste para tener una profesión que a estas alturas, y después de tantos desaciertos, te cuestionas si valió el esfuerzo, el tiempo y la dedicación.
Ciertamente tuve un coqueteo con Chávez hace bastante tiempo, pero no fui chavista y hasta creo que a estas alturas ya lo pagué: no me fui del país, se me bloquearon cientos de oportunidades y todavía uno busca la forma de resolver la situación. Había políticas que ciertamente muchos venezolanos necesitaban, que eran necesarias, pero hasta cierto punto porque otra de las realidades es que existe un pueblo –ahora aborrezco la palabra pueblo- que se acostumbró a que quienes gobiernan les regalen todo, que les den todo sin obligarlos a pagar más que un voto a su favor en los procesos electorales.
Y la gente se ha conformado con eso. Como joven, como profesional y como trabajador, lo mínimo que espero es vivir en un país de oportunidades que me permita conseguir toda la estabilidad que siempre he esperado y he anhelado sin necesidad de que alguien venga a regalarme absolutamente nada. Estoy seguro de que muchos entienden lo que aquí comento, salvo aquellos que solo están pendientes del facilismo, de que le regalen todo y de enchufarse en cualquier cargo que le sea posible, sin importar que eso implique muertes, decadencia y el sacrificio del verdadero progreso de miles y miles de venezolanos.
Pero sigue siendo sorprendente que a pesar de todo esto, todavía tengas familiares que son chavistas, defendiendo un legado que nadie sabe dónde está o si realmente comenzó. Chavistas con caras largas, cuando comienza a pegar el hambre y la ansiedad; ojitos de corazones desesperanzados.
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