Una vez más el arte de la política se ha visto ultrajado por el detestable accionar de alguien que, obviamente errado en la interpretación de lo que significa el liderazgo en un campo determinado, al parecer ubicó prontamente su lugar en el fétido basural de la historia. Obviamente, me refiero a Juan Guaidó.
Escribí hace poco, por esta misma vía, que él sería responsable de las muertes (incluyendo la mía), que podría ocasionar su desquiciada carrera por destruir la democracia en nuestro país. Días luego, tristemente, algunos compatriotas perecieron (exactamente el 22 de enero), producto de la oferta engañosa que decidieron comprarle sin tener a mano garantía de éxito alguno. Hoy yacen varios metros bajo tierra mientras él sonríe sin aparente remordimiento.
Al momento de redactar estas líneas, el diputado en desacato (eso apenas es), ni tan siquiera está en el país. Prefirió proseguir la violación a nuestras normas (como hizo el 23 de enero al activar la locura de autocreerse nada más y nada menos que Presidente de la República Bolivariana de Venezuela), abandonado las fronteras nacionales no obstante la prohibición que en tal sentido le había dictado el Tribunal Supremo de Justicia. Ahora, para colmo de males (de sus males), también es responsable del abatido estado anímico en el que sumió a las y los pocos venezolanos que se aventuraron a apostarle una pizca de credibilidad a su ya etéreo papel como pésimo actor de reparto.
Su “lucha” desde el exterior (démosle un segundo de crédito a esta igualmente despreciable presunción), tampoco parece albergar la fuerza suficiente para arrancar una media sonrisa a las y los contados ingenuos que aún puedan seguirle. Los entiendo: no resulta fácil aceptar a un “ídolo” que desde el confort de unas vacaciones inmerecidas suplique una invasión al territorio en el que él no está ¡pero sí ellos! ¿Habrase visto semejante vaina?
No la tiene fácil el pobre (nunca antes usé con tanta propiedad la palabra “pobre”). Hasta yo mismo creo que extraño a Henrique Capriles, y mire que me enjuago la boca cada vez que lo menciono. Es tan atroz el actual capítulo de su vida, que mientras buena parte de los aliados de Donald Trump (Álvaro Uribe, incluido), le sacan el cuerpo públicamente a la posibilidad de una agresión militar, él no se desprende de los testículos del magnate ahora denunciado por acoso sexual para que empiece la mortandad entre nosotras y nosotros.
Así las cosas, al parecer tienen razón quienes desde el inicio vieron en él algo menos que un pelanalga disecado.
¡Chávez vive…la Patria sigue!