Las recientes nominaciones al Óscar corroboraron lo que es un secreto a voces: la Academia de Hollywood se ha convertido en un bastión más de lo políticamente correcto.
En estos tiempos en que al parecer todos tienen miedo de molestar o incomodar a la opinión pública, la Academia ha decidido asumir una postura similar. Al parecer se han olvidado del requisito más importante para otorgar a una persona u obra algún reconocimiento: el mérito artístico. Ahora lo que más importa es complacer a las minorías.
Si bien es cierto que a las películas, actores y actrices nominados de este año les sobran razones para recibir premios y otros elogios. También es verdad que se nota a leguas que las motivaciones para la nominación de algunos (obras y actores) son extra artísticas. Sobre todo en casos puntuales.
En el Óscar de este año la nominación de Pantera negra y otros desaciertos indican que la Academia está ansiosa por quedar bien, por demostrar que “no discriminan” y que son capaces de incluir todo tipo de películas.
En otros tiempos, una cinta taquillera como Pantera negra jamás habría sido nominada. Es evidente que el tema racial ha sido determinante para incluirla.
En años anteriores la genial El caballero oscuro (2008) de Christopher Nolan (que quizás es una de las mejores películas de ese género que se han filmado) no recibió una nominación similar.
¿Por qué Pantera negra si? ¿Para evitar que los actores negros no sientan -otra vez- que el Óscar es “extremadamente blanco”?
Por otro lado, me sorprende la nominación de Yelitza Aparicio como Mejor Actriz. Demás está decir que me encantó Roma y pienso que su actuación en esa película es muy correcta. Cumple con lo que amerita el personaje. Sin embargo, me parece absurdo nominarla a una categoría junto a intérpretes que evidentemente poseen una experiencia y talento superior.
También es obvio que sus características físicas y nacionalidad la han ayudado a entrar en la pelea por la estatuilla. La Academia n quiere parecer “racista” al dejar de lado a una mexicana con rasgos indígenas.
Siento que este año se les ha ido la mano, pero esta atracción por lo políticamente correcto no es novedad.
Hace unos años, la muy elemental y predecible (aunque bien filmada) cinta de Barry Jenkins Moonlight (2016) fue nominada resultando ganadora como Mejor película.
Desde su nominación supe que ganaría y también que el premio era inmerecido. No porque la película este mal filmada o no merezca algún reconocimiento. Más bien porque había otras que quizás lo merecían más. Si ganó fue debido a su temática y a la necesidad de la Academia de quedar bien (una vez más) con el colectivo LGBT.
Incluir entre las ganadoras una película sobre la homosexualidad funcionó en su campaña por parecer “inclusivos” y “justos” en su forma de repartir sus galardones.
De igual modo, la manía por lo políticamente correcto también estuvo presente el año pasado cuando fue nominada Greta Gerwig en la categoría de Mejor Director. Su película Lady Bird (2018) no es precisamente una demostración de creatividad o innovación a la hora de hacer cine. Su nominación fue una evidente necesidad de quedar bien con las mujeres en medio del revuelo que armó (y sigue armando) el #MeToo.
La enfermedad de lo políticamente permite obviar un premisa elemental cuando se trata del arte: la obra (y quien la ejecuta) debería defenderse sola. Nada hay fuera de ella (ninguna razón social, de raza o género) que pueda estar por encima de la obra misma.
Siendo mujer, latina y negra entiendo que es necesario potenciar la inclusión en el mundo. Nadie debe ser discriminado por su raza, sexo u condición. No obstante, nadie merece ser premiado por ninguna de esas razones.
Así las cosas, este será un año más en que no veré el Óscar.
Luisa Ugueto Liendo
@luisauguetol