Cuando tenía 12 años yo escribía canciones de amor, recuerdo que las traducía en inglés y las cantaba como una empedernida enamorada del sueño americano. Cuando cumplí 14 ya revisaba universidades de Nueva York en donde pudiera obtener milagrosamente una beca con base a todo mi talento. Luego cumplí 18 y recorrí el subte de Buenos Aires buscando la universidad Nacional de las Artes (UNA), pero nada salió como planeé (porque no era el lugar). Siempre estuve segura de qué quería hacer en este mundo, hablaba sola en mi cuarto y escribía monólogos de diversos personajes que pudiera interpretar. Así es el arte, un día puedes escribir sobre una mujer solitaria que necesita conocer el mundo, y al otro día puedes escribir sobre la rebeldía y el libertinaje que puedes experimentar dentro de él.
Muchos hablamos de lo que es enamorarse de otra persona y todas las experiencias de tus primeras veces con alguien diferente, pero he escuchado pocas historias que hablen de lo que puede ser enamorarse de lo que amas. Tu arte, tu sueño, tu visión… tu profesión.
Yo siempre lo supe y estuve muy segura de que mi sueño estaba dentro de un mundo externo a la realidad. Una vez viajé a Italia y en una plaza de Roma decidí cantar, quizá suene arriesgado, pero la verdad es que estaba en un país diferente, un continente distinto y una cultura apartada de la mía, en donde hacer estas cosas –es muy normal– sin embargo, estaba nerviosa. Al terminar de cantar, un artista callejero se me acercó y me preguntó de dónde era, yo le respondí: Soy de Venezuela. Él sonrió y dijo “Oh, Venezuela… Virgen de Coromoto”, me pareció una respuesta elocuente, ya que siempre que un extranjero escucha de dónde vengo; relaciona mi país con la política. Este señor sabía algo más y me pareció interesante. Luego el calló unos segundos y me dijo “Tú voz es igual a la de un artista prodigio, no tienes nada que aprender del mundo, el mundo va a aprender mucho de ti”, sus palabras tocaron mi espíritu y cuando regresé a Venezuela me tatué “Credi in te stesso” en honor a aquél momento, sonaré almática, pero aquella cita se convirtió en mi himno. Es verdad, todos nos dedicamos a experimentar el mundo y sus placeres, pero no se trata de eso, tu propósito va más allá.
Aquí viene lo duro. La realidad, ser artista es un don hermoso, pero en un lugar oscuro, donde puedes ser alabado y de la misma forma pisoteado. Es un mundo realmente competitivo, la gente sonríe, pero silenciosamente trata de hundir tus sueños hasta hacerte creer que no naciste para esto. La pregunta es ¿Te ha sucedido algo igual? Tu respuesta será un sí. Ningún sueño se obtiene fácil, solo debes trabajar en ser tu propia constancia y tú propia meta. No mirar lo que hay a tu lado, ni sentirte inseguro. He comprendido que la belleza es relativa y la externa tiene un protagonismo temporal, un día eres hermosa, al otro eres anciana, perdiste belleza o moriste. ¿Obtuviste sabiduría? Es momento de cuestionar.
Puedes amar tus sueños, pero debes amar el proceso para cumplirlos, no importa lo duro, lo complicado o lo lejano que lo veas. Si naciste con el don, solo debes trabajar en convencerte de que puedes hacer algo increíble con él.
No busques los placeres, busca enseñar todo lo que tienes. No digo que nunca disfrutes de ellos, solo no los pongas en un primer plano, porque los placeres después de un tiempo aburren y la sed de ser, comienza a morir, hasta sentirte inútil dentro de este inmenso mundo. Ya comprendo a Shakespeare “Ser o no ser, ésa es la cuestión” Es cierto, he allí la razón, la causa y el efecto. Somos lo que hacemos, no lo que creemos. Ser no es creer, ser es hacer. Ser es arriesgarte.
En mi presente aún amo ser distintos personajes… aún me siento como la Maga con su paraguas viejo y dañado que enamoró a Cortázar. Aún sueño, pero aún sigo trabajando por cumplirlo.
No te detengas, los locos soñadores tenemos todo para dar cuando salimos de la burbuja y materializamos las ideas.
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