La foto de portada que escogí para esta entrega es mía. Ese soy yo. Desde que me la tomé he pensado que tengo un gran parecido con Édgar Ramírez y no creo que alguien pueda decirme lo contrario (ver foto aquí: https://www.instagram.com/p/BlOn0iMnVfb/). Otro de los motivos es porque quedé, según cosas mías, como aquellos escritores que salían sumamente estéticos al lado de un escritorio, frente a una máquina de escribir o sentados en alguna silla desgastada, en tono blanco y negro, y no hacía falta nada más para llamar la atención que aquella sencillez de la imagen porque uno, que les lee a veces, ya los conoce más allá de sus palabras.
En las últimas semanas, quizá en los últimos meses, he atravesado por un vacío creativo que no me ha permitido desarrollar temas para presentarles. Esto posiblemente se deba a mis preocupaciones personales, laborales e incluso algún altibajo emocional más bajo que alto que no me deja, en cierta parte, plasmar las inquietudes que quiero compartir con ustedes. El 9 de noviembre pasado cumplí un año de haber comenzado a escribir mi columna Intronersos para Desde La Plaza, que se convirtió en mi ventana para decir cientos de cosas que había conservado, para sincerarme y para hacer mío todo aquello que en algún momento fue de alguien o simplemente para expresar alguna crítica por cosas que seguro ya saben.
En medio de todo ese vacío que les describía anteriormente, estuve indagándome, pensando, porque con el tiempo razoné que no quiero escribir solo por escribir porque, a lo largo de estos doce meses, maduré en el sentido de que cada vez me exijo más para entregarles a ustedes, que me leen en algún momento y por algún motivo, y porque considero injusto que mis lectores lleguen a cualquier texto que no puedan disfrutar ni zambullirse. Si bien desde que escribo lo he hecho para mí, entiendo que haya quienes no comprendan lo que intento expresar porque a veces somos tan turbios que no existe absolutamente nadie que pueda interpretar toda aquella maravilla de la manera más precisa.
En medio de uno de mis desvaríos pensé en dejar de escribir porque aún tengo partes que resisten a ser mostradas y que se oponen a que comparta con quiénsabequién aspectos o experiencias que resultan totalmente personales, pero en medio de todo ese trance me encontré con personas que habían leído alguna publicación mía y me hacían llegar sus comentarios, aunque lo que más me reconforta es saber que, más allá de mí, hay quienes sienten todo aquello que expreso, que sienten lo mismo y que, sin siquiera yo pensarlo, se mezclan con lo que cuento. Eso me hace repensarlo todo.
En muchos casos me he mostrado completamente desnudo, porque la desnudez es parte de todos nosotros y, debajo de toda nuestra parafernalia, somos solo humanos. Por ello, esta vez, escogí una de mis últimas fotos para los que aún no tenían claro mi rostro; y dhanyavad, como llamé esta publicación, significa gracias en hindú. Gracias porque he aprendido -aún más- a valorar el hecho de que en medio de todo este tumulto, siempre haya gente que lee cada una de mis columnas.
La primera no sabía ni cómo comenzarla. Reconozco que lo primero que escribí se trataba sobre la poeta argentina Alejandra Pizarnik, pero deseché todo aquello que había escrito porque hasta a mí me parecía aburrido. Fue entonces cuando decidí compartirla de una forma diferente y, quizá, incomprensible: terminé por publicar Mis encuentros con Alejandra Pizarnik, entre noches y cigarrillos, pocos días después de que supiera quién fue aquella poeta que llegó a mí en momentos de muchas soledades.
Y así llegaron y surgieron otros temas, políticos, urbanos, sociales, simples escritos, y todos los que han formado parte de este crecimiento. Un gay se sienta en su mesa fue el primer acercamiento íntimo con mis lectores, un público probablemente ni siquiera tenía claro para ese momento, un tema que me ha pesado desde hace cinco años. En La Bellas Artes de los maricos y otros marginados quise plasmar aquellas emociones fugaces que había encontrado en esa zona de Caracas llena de tanta diversidad.
Sin duda, Antología de mis recuerdos incurables, Caracas versátil, Exilio, Fragmentos y Desistí forman parte de mis publicaciones apreciadas, mis pequeñas, mis más íntimas. Relato erótico: Una noche en La Habana es, sin duda, una de las entradas que más me han comentado, un texto en el que quise ser divertido, exploratorio y en el que incluyo algunos deseos y experiencias que dejan la duda si realmente era yo uno de los protagonistas. A estas alturas, ni siquiera sé en qué parte comienzo o termino en esa historia. Seguida por Chanceo en los baños, otra de pequeñas anécdotas.
Trabajé tanto para escribir Lo que extrañan mis amigos, los que se fueron y me sentí tan bien. Esa la dediqué a aquellas personas que tuvieron que dejar a Venezuela por sus innumerables motivos, un tema tan cercano a mí porque parte de mi familia es de inmigrantes que apostaron por este país.
Se supone que para la persona que crea todas sus producciones deben ser las mejores, pero yo no creo que sea así. Hay publicaciones de las que ahora, un año después, podría avergonzarme o ni siquiera sentirme identificado con ellas o con lo que llegué a sentir o pensar en ese momento. Pero es parte de todo. Pizarnik, incluso, se arrepintió de haber publicado su primer libro. Terminó odiándolo.
Luego de todo esto, de comentarles cómo ha sido parte de mi crecimiento, de mi proceso y de la conexión con mis lectores, finalizo nuevamente agradecido porque, aunque no busco ser conocido por nada, ha sido siempre grato recibir los mensajes de aquellos que han leído y seguido mis publicaciones y también me han escrito para manifestar sus comentarios al respecto. Intronersos tiene un año ya, así se nos pasa el tiempo.