¿Así o más operada?

¿Qué es lo que se premia en los concursos de belleza? Esta interrogante se ha posicionado en el debate público durante los últimos meses, a partir de la elección de Ángela Ponce, mujer trans, como Miss España 2018.

La polémica se origina al revisar la propia esencia de estos certámenes: Si su función es presentar los rasgos y los roles de lo femenino (y lo masculino) como una obra de la naturaleza que merece ser condecorado, resulta tremendamente contradictorio el hecho de reconocer que estos rasgos pueden ser desarrollados sin importar la determinación biológica.

Lo admitieron: la feminidad es una construcción y la belleza una imposición, un reto. El cuerpo, la conducta y la personalidad son moldeables, y lo que se premia es el esfuerzo por satisfacer los estándares establecidos por la mirada del poder patriarcal.

Vale la pena recordar que hubo tiempos, no muy remotos, en los que resultó una absoluta sorpresa la aparición de concursantes negras. De hecho, esto mucho no ha cambiado. La presencia de mujeres negras sigue inquietando en los certámenes de misses, y la mayoría de ellas todavía buscan la manera de modificar sus rasgos raciales para asimilarlos a los de las mujeres blancas.

Pero, ¿por qué ocurre esto? Como hemos visto, sucede que la belleza es un mecanismo de dominación mediante el cual se establece (y se naturaliza) la supremacía de un grupo sobre otro. Se niega que hay belleza en la negritud, porque se pretende generar desagrado hacia la raza negra. Lo que no agrada, no se acepta; lo que no se acepta, no se defiende. Ha sido tal la contundencia de este mecanismo, que han logrado que buena parte de la población negra se avergüence de sus propios rasgos. Esto también ocurre con las mujeres: nos han condenado a una constante insatisfacción con nuestra imagen, con el único objetivo de volvernos inseguras y neutralizarnos.

Es la misión de los concursos de belleza: reducirnos a objetos que pueden ser infinitamente operables/modificables, hacernos perseguir una perfección inalcanzable, tratarnos como a una cosa, cosificarnos. A tal punto que, como ocurre con todas las formas de dominación, han terminado por arremeter contra sus propios mitos y hoy dejan en evidencia que sus reglas no obedecen a la naturaleza, sino a los dictados del sistema imperante.

DesdeLaPlaza.com/Eglims Peñuela