Nunca tanta gente se había enorgullecido tanto de haber limpiado pocetas como sucedió hace pocos días luego que el Presidente Nicolás Maduro mencionara que hay más de un venezolano desencantado en el extranjero limpiando baños.
El comentario destapó una ola de indignados que nos reveló un atípico y novedoso entusiasmo por el subestimado oficio de limpiar pocetas, obviando que más de uno es un profesional porque desde pequeño lo amamantaron con el miedo de que si no estudiaba, terminaría limpiando baños ajenos.
Obviamente el oficio de asear baños no es indigno y tampoco son indignos quienes lo hacen, pero sí creo que es menos digno fingir un aturdimiento de alma cuando en el fondo más de uno, ya con el título universitario en la mano, respiró aliviado porque ya no sería un invisible trabajador de la estopa.
Es discutible la conveniencia del comentario del Presidente, dado el cargo que ostenta, pero es necio leer los mensajes de reprobación de gente que seguramente le ha hecho un desaire peor a quienes limpian los excusados, como por ejemplo dejando sus escombros expuestos o un reguero anónimo y fermentado de orines durante una parada forzosa en un baño de carretera o de una discoteca.
Si una lección positiva se puede sacar de toda esta polémica en redes sociales, es que en un segundo muchísimas personas se despojaron, al menos en apariencia y por un instante, del complejo generalizado y nada edificante de usar a los trabajadores de la limpieza para amedrentar a los niños que no quieren estudiar, dándoles a éstos la justa relevancia de su trabajo.
Pero para que este cambio de conciencia pudiera parecer genuino, los que hoy salen en defensa de la dignidad de quienes limpian los baños, deberían hacer igual con los transportistas, ya que más de uno ha dicho con rabia que maldicen la suerte de ser gobernados por un chofer de Metrobús.
DesdeLaPlaza.com/Carlos Arellán Solórzano