En uno de los trabajos de investigación que como periodista me tocó realizar entrevisté a un analista político que me mencionó una situación que es bastante cierta e imposible de ocultar: La crisis en Venezuela está presente en todos los sectores, aquí nada va por separado. Una cadena, ciertamente. No creo que en la actualidad haya algo que podamos hacer o vivir sin que este influenciado por alguna carencia o problemática.
Insistentemente he comentado en mis entregas anteriores la necesidad de que en Venezuela se impulse la cultura y el arte que se ha visto golpeado por ese mismo ambiente de crisis, sumado a una poco visible inversión para el rescate del arte y promover a nuestros artistas.
Comenté la situación que se vive en el aeropuerto internacional Simón Bolívar de Maiquetía y los motivos que habrían causado el deterioro de la obra del artista cinético Carlos Cruz-Diez, y también una de las formas en las que se podría comenzar a recuperar la cultura a partir de ese espacio en el que se demuestra claramente nuestro nivel de educación y conciencia: el Metro.
De acuerdo con mi experiencia, que comúnmente intento estar al tanto de las tendencias artísticas y de vivir y conocer cada una de ellas, he evidenciado que de esa cadena que ya mencioné anteriormente se desprende, desde el arte y la cultura, otra cadena. Quiero decir, la crisis por la que atraviesa Venezuela, principalmente económica, ha tenido un impacto directo en esta área y por ello ha quedado, de alguna forma, rezagada. Si comparamos con años anteriores, en el país se ha registrado una notable debacle.
Estaríamos hablando, en estas condiciones adversas, de una crisis sociocultural. Poco a poco hemos perdido a los grandes talentos, a los grandes artistas, que puedan contribuir con la conservación y cultivo de nuestro arte y de nuestra cultura. Muchos de ellos son jóvenes que se han ido para otras naciones a buscar mejores oportunidades de futuro y vida que aquí en Venezuela, lamentablemente, ya se ha tornado casi imposible; quienes se arriesgan a quedarse en el país -o no tienen las posibilidades para emigrar- enfrentan, como cualquier otro venezolano, las mismas dificultades: escasez de alimentos, medicinas, efectivo, fallas en el transporte público, entre otras problemáticas.
La politización de los festivales y eventos culturales también ha apartado de alguna forma a un porcentaje considerable de ciudadanos. Desde el Gobierno nacional los han aprovechado para hacer proselitismo político. En otras palabras, los eventos que se realicen van dirigidos principalmente a quienes respalden o compartan cierta posición política, al igual que también se ha aplicado esta metodología al momento de decidir a quién o cuál artista se debe apoyar desde los diferentes entes encargados de la cultura en el país.
Recuerdo entonces lo que sucedió con el director de orquestas Gustavo Dudamel cuando dirigió sus críticas al gobierno de Nicolás Maduro por la represión que se vivió durante las protestas opositoras desarrolladas en el país durante el 2017. Luego de manifestar su posición ante estos hechos, desde el Despacho de la Presidencia cancelaron la gira de la Orquesta Sinfónica Nacional Juvenil de Venezuela por los Estados Unidos y, posteriormente, otra que el director tenía con la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar, en el continente asiático.
Es ese mismo escenario de protestas, varios grupos teatrales declinaron en su participación en el Festival de Teatro de Caracas como forma de protesta por los hechos ocurridos y también por la situación en general que llevó a muchos venezolanos a manifestar en las calles, más allá de los grupos y acciones violentas que surgieron en medio de ellas.
Recientemente fui a una librería ubicada en Altamira, Caracas, a preguntar por un par de libros que estoy buscando desde hace un tiempo y la persona que me atendió me recordó que dada la situación de importación y asignación de divisas las librerías también estaban siendo afectadas notablemente. Es muy difícil que lleguen libros al país en cantidad, de la misma manera que ocurría antes, y los que pueden vender se encuentran a un precio que muy pocos podrían costear.
Algunos de los ejemplares u obras que buscamos las podemos conseguir en los festivales del Libro que se realizan en el país y, si quizá se tiene suerte, a un precio un poco más accesible. En este caso, hay una contradicción en torno a las experiencias que viví el año pasado. Por un lado, se realizó en la plaza de los Museos y el parque Los Caobos la 8va Feria de la «Feria del Libro de Caracas: Crecimos juntos» y la definí en otra de las publicaciones que realicé para mi columna como un ejemplo del país que quiero; sin embargo, toda esa emoción desapareció con la Feria Internacional del Libro de Venezuela 2017, y noté con cierta preocupación cómo poco a poco ha perdido calidad, más allá de colocar varios stands repletos de obras y ediciones.
Los museos son otros espacios que han quedado olvidados. En abril de 2017 fue cerrado el Museo de Bellas Artes, en Caracas, como parte de los trabajos de reparación y remozamiento, con motivo de la celebración de su primer centenario. Estaba previsto que para el 24 de julio volviera a abrir sus puertas al público, según informó el para ese entonces ministro para la Cultura, Adán Chávez; sin embargo, a casi un año, el museo continúa cerrado, salvo algunas salas a las que se puede acceder a través del parque Los Caobos, en las que se encuentran algunas exposiciones.
A esta situación le sumo el abandono de algunos de otros centros y lo aburrido que puede tornarse realizar una visita a alguno de ellos. Tienen meses con las mismas exposiciones y no han realizado mayores cambios o ponencias. ¿Quién se anima, en una Venezuela que aún es apática por su cultura, a ir a un museo con estas características?
Si damos cuenta, en el caso del séptimo arte, el año pasado el cine venezolano no tuvo mucho auge ni muchas producciones. Resultaría muy difícil para las productoras y todo el equipo recuperar en taquillas todo el dinero que se invirtió en la producción de alguna cinta. Esto probablemente no es nuevo, puesto que la mayoría de los venezolanos prefieren el cine que se hace fuera de nuestras fronteras y para que una película con sello nacional alcance el éxito debe ser una propuesta sumamente tentativa.
Todo ese auge que tanto había costado mantener en las carteleras del país se fue desvaneciendo, es que la situación económica también dificulta la posibilidad de invertir en una producción. En este aspecto, quiero mencionar que también ha habido este desapego de los venezolanos por las películas venezolanas porque han sido varias las que ha promovido el Gobierno nacional y, debido a la polaridad en la que vivimos, esas cintas pasan desapercibidas y penosamente apenas pueden alcanzar a algún espectador interesado.
La misma situación precaria la tenemos en la producción televisiva. Difícilmente se encuentran entre los canales venezolanos una novela o una serie como solía ocurrir anteriormente. Los actores, actrices y los mismos productores y todo el equipo que hacían posible una producción en el país, ya sea televisiva, cinematográfica o teatral, se han quedado prácticamente sin trabajo y esto los ha llevado también a hacer sus maletas.
En Venezuela entró en la incertidumbre el Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos, quienes en su momento ganaron los escritores Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez. En 2015 no se entregó al ganador los 100 mil dólares y para el 2017 fue suspendido por «restricciones presupuestarias del Ministerio para la Cultura». Este reconocimiento, uno de los más importantes para la literatura en español, no se sabe si se entregará en 2019, cuando corresponda nuevamente realizar el concurso.
El arte ha sido, por cuestión innata, una herramienta de lucha y del reflejo propio de la sociedad. No debemos dejar de ver la cultura como una de las principales fuerzas para comenzar a reinventarnos como parte de un país cuya educación también se ha visto obligada por la crisis. La cultura, sin duda, debe persistir como nuestro espacio para la respiración, la libertad y la resistencia.
De todo esto tiene gran responsabilidad el Estado venezolano, que tiene la obligación de garantizar las manifestaciones y expresiones artísticas y culturales, así como promover y motivas a los grandes artistas, los creadores, de nuestro país.
Y hay, en definitiva, quienes realmente trabajen porque no tienen más que su amor al arte, pero allá afuera hay cientos de artistas ansiosos, con ganas de volver a su país para comenzar con toda la transformación que probablemente tarde varios años, pero llegará, desde la obra cinética de Carlos Cruz-Diez, hasta cada una de nuestras calles, nuestras escuelas e instituciones, nuestros espacios y nuestros hogares hasta llegar al alma de nuestros niños, que llevan sus bolsos tricolor colgando se su espalda como si llevaran todo el peso del país que les estamos dejando.