¡Deja el drama!

Vivimos en tiempos muy convulsos, llenos de agite y angustia. Lamentablemente no todos sabemos manejar el estrés de la mejor manera y eso, la mayoría de las veces, puede traducirse en una crisis de gritos y llantos, dignos de un casting para protagonizar una novela mexicana o mayamera. Cuando uno está en la escena climax, sollozando con la lágrima en cachete y el rímel chorreado, siempre sale alguien a decir: ¡ay no! ¡deja el drama!

Desde chiquita

Creo que tendría unos 4 años y estábamos en la casa de la abuela, una vecindad de unas 12 casas unidas por un gran patio lleno de árboles y grama, al final un muro largo donde uno podía sentarse a conversar pero que del otro lado tenía el pequeño estacionamiento que se había construído para las pocas familias que allí vivían. Por tener una altura considerable del otro lado, las mamás, tías y abuelas siempre gritaban que dejáramos la inventadera brincando y saltando hacia el estacionamiento.

Entonces ocurrió que una vez, yo estaba sentada en ese muro y un bachaco rojo de esos culones que pican duro, se me encaramó en el brazo, acto seguido me dispuse a emitir un soberano alarido que muy bien pudo haber roto cualquier récord de decibeles, lo cual provocó que mi señor padre, al escuchar ese escándalo y temiendo lo peor, pegó una carrera hacia el muro que ni Usain Bolt hubiese soñado. La velocidad que agarró fue tal que cuando llegó al muro ni me vio y saltó, pensando que yo me había caído hacia el estacionamiento. Toda la vecindad alborotada, Victoria se cayó, decían. Hubo algunos que hasta llamaron a los bomberos, las vecinas lloraban y yo, como toda una espectadora, agarrando dato, detalle a detalle de lo que podía ocasionar un gritico por un simple insecto.

El aspaviento, para quienes no lo conocen, se define como la demostración excesiva o exagerada de sensaciones o sentimientos. Cada vez que a usted, se le vaya la mano en expresar alguna emoción, ya sabe qué es. Siempre aprendí de mis familiares mayores a armar una alharaca para cualquier cosa, alegrías, rabietas, tristezas, etc. Entonces cuando era yo quien las hacía es que yo era una dramática y una exagerada. Mi papá siempre decía que cuando yo estaba a punto de protagonizar un berrinche, ponía una «trompita» con la bemba, lo que le advertía para que se preparara con cancha.

Drama

Lupita

Cuando comencé la escuela primaria, en mi colegio había muchas actividades para hacer en las tardes. Una de ellas era Teatro, me atraparon las tablas como dirían por ahí, emprendí entonces una carrera como actriz infantil, donde podía ser todo lo exagerada posible sin ningún tipo de coto ni restricción. Me encantaba dramatizar, era buena, humildemente. Memorizaba diálogos enteros y entraba en personaje sin problemas.

Fue allí donde pulí y perfeccioné, mis dotes como aspirante a ser Lupita Ferrer y a trabajar para ser la mejor a la hora de sufrir. Generalmente no me gusta llorar, ni tampoco andar deprimida, pero cuando me toca pues me desboco y me arrastro en el piso, mientras me voy arrancando los cabellos uno a uno, rezongo con un lagrimón como los de CandyCandy guindando de la mejilla y hago pucheros infalibles que obtienen resultados maravillosos.

Drama

La reina del drama

En mis andanzas como Cuaima (actitud que ya no mantengo y que se los conté a detalle aquí) tuve innumerables ocasiones en las que di rienda suelta a mis aptitudes histriónicas, que ya había macerado con el paso del tiempo y el paso de diversos compañeros, que tuvieron que calarse mis pataletas novelísticas por cualquier razón que así lo ameritaba.

Esta batería de respuestas, poses y muecas que iba acumulando, eran expuestas en cualquier locación. Dentro del carro, en el cine, en un supermercado, en plena calle, en una fiesta y así. No siempre era necesario montar un show con carpa ni una superproducción del cubano Joaquín Riviera, con plumas, escarchas y lentejuelas incluidas. A veces con tan sólo sacar la trompita era suficiente.

Drama

No más llorá

En conclusión, yo no pudiera dejar el drama ni queriendo, es peor que el cigarrillo, porque me formé para ser una dura tanto en drama como en comedia. Está en mi ADN y muy adentro de mi psiquis. Lo que se me ocurre es que puedo dosificarlo y no desparramarlo todo en una sola sesión. Aprender a respirar profundo y a aceptar las cosas como son, con todo lo que implica, así sea que te rompan el corazón o que seas la última en la cola y se acabe el pan justo cuando te toca, que le caigas mal al jefe o que no te dejen ir a la fiesta de 15 años de fulana o que no te dejen tatuarte, que si no puedes comer carne todos los días o la quincena la gastas en un kilo de queso.

Hagamos ese ejercicio, saquemos paciencia desde lo más profundo de nuestro ser y busquemos la manera de no caer en la tentación de hacer un a escena de Marimar ni de «maldita lisiada» en plena avenida y que hagas pasar un mal rato a quienes te acompañan y no lograr nada. Con la mente clara, las soluciones aparecen con facilidad.

Ser malcriada tiene sus consecuencias, la mayoría de ellas negativas. Tomemos esa bocanada de aire y dejemos fluir, dejemos el drama atrás y como dice la mexicana en esta canción: No más llorar.