La fase superior del capitalismo pudiera estar dejando de ser el imperialismo. Es probable que la aparición de nuevas relaciones de poder -y ya no de producción- den al traste definitivo con la hegemonía del capital. Sobre todo si se toma en cuenta que es un área financiera de nuevo tipo, con determinismo electrónico y cibernético, el que ocupa el mando ahora.
La aparición de criptomonedas, virtuales y totalmente intangibles, para expresar las relaciones de intercambio entre mercancías obliga a una nueva interpretación de aquello de «la acumulación de capital en pocas manos».
El capitalista moderno ya no necesita manos sino códigos binarios llenos de poder. La aparición del «centavito virtual» conocido hoy como bitcoin ya no reclama manos, bolsillos ni grandes bóvedas bancarias. Es más, se convierte en franca amenaza para la banca, tal como es conocida hasta el presente, y terminará imponiendo nuevas formas de dominio «sin explotación» y nuevas expresiones de su hegemonía, en el campo ideológico y político.
Quedar chinos
Hace más de medio siglo que China, un país gravemente empobrecido y dividido cultural y linguísticamente, se impuso militar y políticamente sobre el hegemón yanqui y en la voz de su líder, Mao Tse Tung, declaró su revolución cultural. Para entonces era inimaginable concebir a China venciendo la pobreza, unificando su idioma y convirtiéndose en potencia mundial. Hoy, aunque la realidad sigue imponiendo retos de igualdad social y económica a sus conciudadanos, China es un poderío económico, científico, tecnológico, militar y político que supera al, hasta ahora conocido Imperio yanqui.
China ha puesto al desnudo (ha dejado chino) al imperio más grande del mundo y ha contribuido significativamente al establecimiento de una multipolaridad mundial y empieza a demostrar que es posible romper con el pensamiento único impuesto a raíz del dominio del capital en las relaciones de producción.
Un poco antes que China, los bolcheviques lograron, hace 100 años imponerse sobre el Imperio zarista e intentaron superar -simultáneamente- formas clasistas de producir los bienes materiales, como el feudalismo y el capitalismo. La primera revolución socialista del mundo sería obligada -un poco más de medio siglo después- a dar «dos pasos atrás» y regresar al oprovioso dominio del capital, a la división de la Unión Soviética y a la pérdida de los avances socioeconómicos masificados ampliamente entre la clase trabajadora de los países que conformaron la URSS.
La luz Bolivariana y Chavista al final del túnel
El siglo XXI encuentra su alborada con una nueva revolución popular que ilumina al mundo. Se trata de la Revolución Bolivariana, un complejo y poco común movimiento que nace en Venezuela bajo el liderazgo de Hugo Chávez, que alcanza el poder político en las elecciones presidenciales del 6 de diciembre de 1998 y rápidamente se convierte en esperanza para los pueblos en lucha del mundo entero. Enriquecida por las experiencias Rusa, China, también vietnamita, pero -sobre todo cubana- la experiencia inspirada en el llamado ideario del «árbol de las tres raíces» (por el pensamiento y ejemplos fundamentales de los patriotas venezolanos: Simón Bolívar, Samuel Robinson y Ezequiel Zamora) asume la definición de revolución antiimperialista y socialista, lo que la incorpora al «eje del mal» y la lleva a ser considerada por el Imperio yanqui como «amenaza inusual y extraordinaria» para sus intereses.
Como ningún proceso revolucionario auténtico es lineal ni aislado, el venezolano reclama una lectura que, al menos, debe tener presentes los elementos mencionados en esta nota: la historia libertaria e independentista venezolana; las revoluciones socialistas en el mundo; el desarrollo político, económico y social de Rusia y China y el desgaste indiscutible de las relaciones de producción capitalista y sus intentos de salvación mediante fórmulas neoliberales. A lo cual se le debe sumar, en la última década, la aparición de un sistema financiero de soporte tecnológico e informático que genera referencialmente las llamadas criptomonedas, algunas de las cuales nacen en países anticapitalistas como Rusia, China y Venezuela.
Para los avances de la humanidad, estamos en el día cuando el Imperio yanqui quedó chino. Es decir, estamos pisando el futuro que empezó ayer y que tiene a Venezuela, a su pueblo y a su Revolución Bolivariana y Chavista, como un factor determinante de los nuevos tiempos y del mundo nuevo, diferente y posible.
Ilustración: Xulio Formoso