Eran esos años de 1980 cuando el Teatro Teresa Carreño comenzó su camino a convertirse en el atractivo de expresión artística más importante de Latinoamérica y con él todo el embellecimiento de Bellas Artes, una de las zonas que, a mi modo de ver, es el corazón cultural de Caracas que recoge también una gran diversidad social, artística y sexual.
Aunque es propio de muchas zonas de la capítal, caminar por Bellas Artes es concentrarse con cientos de personas pertenecientes a diferentes creencias y preferencias. Una cosa totalmente maravillosa y resulta hasta encantadora. Es decir, todo este complejo que alberga los museos de Bellas Artes y de Ciencias Naturales, el Parque de Los Caobos, el antiguo Ateneo de Caracas -ahora Universidad Nacional Experimental de las Artes- y hasta las conexiones con las residencias de Parque Central, a través de la larga avenida Bolívar, en donde se encuentra el Museo de Arte Contemporáneo de Caracas, promovido por la gran Sofía Ímber, y un poco más adelante la Galería de Arte Nacional.
Se conserva aún después de unos 30 y pico de años, toda esa época maravillosa en la que un importante porcentaje de los habitantes de Caracas encontraron una especie de refugio, un lugar para dejar a un lado las diferencias y convivir sin ningún otro tipo de preocupaciones, para expresarse y simplemente ser.
En palabras más propias y de calle: La Bellas Artes de los maricos, de los artistas marginados que al final terminan siendo grandes artistas, de los marihuaneros clandestinos y de las prostitutas, que comenzaron a hacer de este lugar un centro de completa diversidad. Quien vaya a Bellas Artes no juzgará a nadie, porque para eso está en Bellas Artes. Probablemente sería un característico contraste con esa llamada «gente de clase» que admiraba cada puesta en escena en el Teresa Carreño antes de la llegada de los 2000.
Hace poco estaba leyendo un libro de José Simón Escalona llamado ‘Cuentos de Muchachos’, y justamente en él hallé parte de lo que aquí he expresado. Todo este patrimonio que llevamos guardado en la cartera, los días ochentosos de la música disco, de gente «de ambiente» y de convergencia. Hablaba sobre un grupo de «locas» discriminadas que pretendían crear una organización llamada Rumberas Unidas Mediante las Bellas Artes (Rumba), una asociación pro rescate de las ‘Las Rumberas del Caribe’. La historia inicia, entonces, en la Cinemateca Nacional, ubicada en el Museo de Bellas Artes. El espacio perfecto de la diversión caraqueña.
Cuando camino entre esta gente, igual que yo, homosexual, y a veces también alcohólico, con algo de artista frustrado, de marihuanero y también de prostituta, admiro detalladamente a los hippies que, aunque algunos le tengan cierto tipo de miedo por su aspecto, son emblema; al igual que el señor que vende las películas piratas, pero de esas que no consigues en todos lados, las que casi nadie ve, las de diversidad sexual, las de los directores rezagados y aquellas venezolanas de la época de oro de nuestro cine nacional, como ‘Cheila, una casa pa’ maíta’, ‘La hora cero’, ‘Hermano’, también ‘El cisne negro’, ‘La piel que habito’, y otras tantas más.
Pero no es solo él. Aquí se mezcla lo intelectual y lo sorpresivo. No pueden faltar esos que disponen de cientos de libros usados que alguna vez formaron parte de alguien, aunque a veces vuelven, de alguna forma, a quien un día pertenecieron. Y allí, justamente, es cuando te sorprendes. También el famoso señor de los Bonsáis, los que venden artesanías y el de los discos de vinilo de grupos musicales que se resistían al olvido.
Eso sí. Caminar preocupado por la inseguridad no es disfrutar. Debemos insistir -e insisto, en primera persona- que se deben rescatar y conservar todos los lugares que recogen un gran significado social, cultural y artístico. Se han conocido muchos casos de robos y también se hace evidente el abandono de algunos espacios en los que los caraqueños pueden llegarse para el esparcimiento y que pueden contribuir a su formación.
Hay tantos lugares en Caracas repletos de diversidad que conservan tanto misterio y encanto, pero en Bellas Artes… aquí guardo, y lo menciono con cierta nostalgia, mis noches de tragos y de unas que otras hojas secas; algunas de mis tardes favoritas de lluvia, silencio y cafés. De abrazos inesperados, de encuentros.
En Bellas Artes alguna vez comenzó una historia, y allí mismo terminó.