Hay problemas que en la realidad son mucho más crudos de lo que dicen los diarios y me tocó comprobarlo esta semana a través de la crisis del transporte en Caracas y en especial hacia Guarenas.
Y la parte del problema que más me alarmó de todo esto es la lentitud, para no decir la omisión, con que pareciera operar la burocracia que debería atender la situación y aplicar soluciones.
Al mismo tiempo me sorprende la capacidad inalterable de la gente para soportar el maltrato de una calamidad que no solo le aporrea el bolsillo sino que le despoja de poco más de tres horas de vida, que sin alternativas, dedican a la espera.
La sensación de la gente es el de un enorme desamparo entre las exigencias de los transportistas por aumento del pasaje y disponibilidad de repuestos, y la reacción del Estado, que señala un propósito desestabilizador en la relentización y precariedad del servicio, que nunca ha sido decente.
Esperando en la cola para bajar hasta Nueva Casarapa (Miranda), pude observar con ayuda de los demás usuarios, que los transportistas hacen muy poco para que sus exigencias parezcan justas y operan con una indolencia sin grieta de compasión que ocasionalmente, después de las nueve de la noche, cobra el pasaje con un recargo dictado por la discreción del chofer.
Otras veces, cuando son poco más de las ocho de la noche y cuando aún restan centenas de pasajeros en las filas, algunas camionetas informan que no trabajarán más, dejando colgada entre la gente la ansiedad de si podrán llegar hasta sus casas sin tener que pagar un carro pirata.
Yo admito que antes de esta experiencia de poco más de tres horas de espera, tenía una idea superficial de la gravedad del problema del transporte, y sabiendo que no tengo más poder que el privilegio pequeño de escribir y ser publicado, creí conveniente reseñar el caso.
Si otro habitual pasajero de nuestro maltratado sistema de transporte me lee, seguramente y con un sentido exacto de lo real, concluirá que escribo con palabras suaves un problema terrible, y le daré la razón, agregándole que para hacerlo así, hay que escribirlo con arrechera, pero en este momento prefiero la serenidad y no lanzar la primera piedra, que es lo que provoca.
Desde esa serenidad civilizada, me imagino que todos en la fila imaginan lo mismo que yo, de que cada uno de nosotros no estaríamos en esa acera, esperando y rogando un autobús si alguna vez hubieran terminado el Metro que llegaría a Guarenas en 2014 y del que solo hay la evidencia concreta de una hilera de moles de cemento que no tienen más utilidad que demostrarnos el tamaño de nuestra propia incompetencia.
DesdeLaPlaza.com/ Carlos Arellán Solórzano