Soy un caraqueño, hijo y nieto de caraqueños. La verdad lo digo con orgullo pero sin regodeos. Creo que no añade mucho a mi alusión autobiográfica el hecho de haber nacido en el barrio El Polvorín, en la Puerta de Caracas, justo en las faldas centrales del Guaraira Repano. Esa zona tenía un predominio de rasgos propio de las ciudades parameras. Mi barrio era cálido de gente pero muy frío y neblinoso. Crecí viendo y padeciendo su “progreso” como una involución a la que nos empujaba el mismo rentismo petrolero que hoy condenamos como perversión que frenó abruptamente nuestra productividad como pueblo.
De las manos de mis padres y hermano, recorrí desde niño sus acogedoras calles. Me encantaba La Pastora, sus casas fabricadas con bloques de adobe y techadas con hermosas tejas de arcilla roja. En la medida que fuimos dejando atrás la niñez, los paseos independientes nos llevaban más lejos. Cada esquina de Caracas, con sus nombres llenos de anécdotas y leyendas fue algo que siempre me sedujo.
Armando, especialmente él, mi papá, hacía de cada paseo a pie un verdadero viaje turístico en el que debíamos aprendernos el nombre de cada esquina y las historias que él recordaba, de una pedagogía de calle y amor. Cada regreso a casa era un repaso de lo aprendido. Así me fui enamorando y enraizando más en una Caracas que no había visto nacer aún a la avenida Baralt y mucho menos a la Cota Mil, hoy avenida Boyacá.
De Caracas -quiero hacer especial mención hoy- las llamadas Torres del Centro Simón Bolívar me impactaron por su belleza y majestuosidad. Un verdadero patio para la recreación citadina, con una fuente ornamental en la Plaza Diego Ibarra y frente a la unción entre las torres Norte y Sur, el lugar preciso donde se exhibe el Mural de Amalivaca, creado por ese multiartista caraqueño llamado César Rengifo.
Ahora, un montón de años después, uno de los lugares que más frecuento laboralmente son estas torres que son ejemplos patrimoniales de una arquitectura concebida para el respiro y bienestar del ser humano y no para su asfixia, que es lo que ha ocurrido con el surgimiento anárquico de edificaciones posteriores sin identidad, copias de modelos gringos o europeos y con una ajenidad hacia nuestras condiciones climática, de fauna y flora.
Como caraqueño disfruté la recuperación, por la Revolución Bolivariana y la iniciativa de nuestro Comandante Hugo Chávez, de la plaza y su fuente en el corazón moderno de la ciudad. Sin embargo, sigo observando con tristeza el franco deterioro de unas torres que muchas de las generaciones más jóvenes no reconocen por su nombre ni identidad caraqueña.
Una también caraqueña, Alejandrina Reyes, cantora y poeta, ahora en funciones de Ministra del Poder Popular para la Cultura, tomó la iniciativa de motorizar en trabajo voluntario en el que nos sumamos a limpiar las plantas correspondientes a los niveles Mezanina y Avenida, de las Torres. Se puede empezar por algo. Se quiere avanzar hacia algo. La belleza de la cuna de Simón Bolívar y tantos otros grandes caraqueños como Francisco de Miranda y Andrés Bello, convoca a la recuperación de sus torres emblemáticas. Lo sueño, lo deseo, sé que juntas y juntos vamos a lograrlo. El socialismo también es compromiso de conservación, es belleza, es raíz patrimonial. Y debemos enfatizar en obras que Somos Venezuela.
Ilustración: Xulio Formoso