Yo no quiero una guerra, y aun estando entrenado mejor que un Marine, no quisiera nunca que llegara una situación semejante, porque más heroico que matarnos, es sostener a diario la Paz.
Soy de los que anhela, como aconseja Sun Tzu, que nuestros generales y políticos operen por los medios inteligentes para evitarla, ya que no es mejor estratega quien gana la guerra sino quien la evita, y que no se entienda la segundo a “rendirse”.
Hace unas semanas el Presidente de los EEUU, Donald Trump, dijo con un desenfado increíble, que no desestima una operación militar sobre Venezuela, y no es descabellado observar que ésta ya empezó con las sanciones financieras, si tomamos en cuenta una reflexión de Luis Brito García cuando una vez escribió que “la economía es lo mismo que la guerra pero por otros medios”.
Esta última orden ejecutiva de la Casa Blanca revela una rara intención humanitaria de salvarnos del “autoritarismo” con el arma potente del hambre, dificultándole aún más al país la compra de alimentos y medicinas que según nos niega deliberadamente la “Dictadura” para sostenerse.
Pero más descorazonador que esta amenaza tangible, es el alivio de varios venezolanos, que por un extravío de la vida tienen la cédula nacional, celebran esta amenaza como un auxilio moderado, sin distinguir que en su euforia reconocen otro capítulo notable de la narrativa del chavismo: la guerra económica.
En el terreno de la guerra formal, no peco de falta de patriotismo, ni tampoco me gradúo de un “sagaz estratega”, al admitir que las opciones nuestras son menores para ganar, y tampoco me refresca el alma que ha sido la guerra popular prolongada la que ha podido hacer ceder a los yanquis, pero a pesar de esa sensatez, sí puedo decir que no es de venezolanos auténticos burlarse de los medios de su país para poder defenderse, considerando que la opción más prudente es la de ser cobardes.
A nadie se le quita un gramo de opositor si condena la amenaza explícita de un potencia extranjera para atacar a su propio país, y tampoco pierden un gramo de inteligencia al admitir que no somos una amenaza inusual para los Estados Unidos, pero parece que con no decir ninguna de las dos cosas, en vez de cuidar su prestigio e inteligencia, están cuidando que no les revoquen la visa.
Y no se trata de que deban hacer una declaración que roce el antiimperialismo militante y que incluya al final la consigna “yanquis de mierda”, pero sí que parezca una posición leal con el país que aspiran gobernar otra vez.
En cambio, algunos desde la posición privilegiada de un medio, han preferido banalizar la intención confesada de atacar a Venezuela con el chiste chato de que si llegaran los marines, que al menos vengan con desodorantes, como si se tratara de una invasión simpática de Amazon y no el de una potencia militar a los que quisieran abrazar sin la preocupación de un mal sudor.
Si bien es un atributo muy venezolano el tomarnos en broma los asuntos más serios, este atajo de chistes roza los bordes de una pequeñez moral que no da risa, siendo esto una falta de valentía mayor que decir como empecé este artículo: “Yo no quiero una guerra aun estando mejor entrenado que un Marine”.
DesdeLaPlaza.com/Carlos Arellán Solórzano