La ama de casa es esa mujer residual hecha
vapor que “casi nadie puede ver”. Mujer-ausente
deambulando por estas páginas. Practicante de
sortilegios que hace malabarismos con el cúmulo
de tareas que se le atribuyen. Audaz con el movimiento
y la improvisación. Capaz de resolver
con su lógica “elemental” lo que pareciera ser un
“gran problema”. En su vaivén, no cesa de hurgar
el espacio inconmensurable de su recinto minucioso.
Mujer-ama: cotidianidad tácita.
Antonia Cipollone
Prólogo de Ama de Casa,
Yurimia Boscán
Todxs nos sabemos cómo termina el dicho. Yo tenía la opción de colocar “el elefante se cogió a la hormiguita”, pero no funciona si seguimos apuntando a desnaturalizar los machismos; tampoco funcionaba si lo invertía y colocaba “la hormiguita se cogió al elefante” porque bueno, no queremos cambiar las cosas para seguir estableciendo relaciones de competencia. Recordemos que el feminismo no es una antítesis ni un antónimo del machismo, por tanto no busca competir con él y subyugarlo en el sentido más duro de la opresión, sino que es una forma distinta de ver los sentidos comunes, y a partir de allí, cambiarlos.
El feminismo apunta, en ese sentido, al reconocimiento y visibilización de las mujeres como seres vivos y sentipensantes, de modo que no podemos pretender hacer lo mismo que los hombres, competir con ellos a ver quién lo y la tiene más grande, subyugarlos, no reconocerlos, apabullarlos, oprimirlos. Nosotras no tenemos pipí, hermanas. Y aquella que desee tenerlo pa seguir cogiendo y conquistando, es otro sujeto móvil del patriarco-machismo.
Si bien el discurso machista busca callarnos en todo sentido, nosotras no podemos salir con la carajitada del toma y dame, y del si tú me hiciste esto yo te pago con la misma. Nah. Acá nos valemos de otros códigos, de otras formas de hacer, de los poderes constructores y transformadores de las mujeres, de la fuerza y la resistencia que se sabe en la construcción empecinada y sistemática de nuevos códigos relacionales que apunten a la emancipación de la cuerpa y el ser de todxs. Lo que es tan de una se vuelve lo que es tan de todxs porque el feminismo no es ni puede ser una secta. Es otra forma de emancipación, es apuntar a la libertad y en ese sentido no puede ser exclusivo. A la mierda lo VIP.
¿Suena jipi? De bolas, porque en ese sentido, así escrito, no podemos ver concretamente lo que los poderes transformadores de las mujeres hacen y de lo que son capaces. El otro día estaba en un foro y una compa colombiana se paró y dijo “las mujeres hacemos. Hacemos, siempre. No nos quedamos en la racionalización de las cosas, en el cientificismo, en la posibilidad teórica que constantemente nos descalifica y deslegitima porque no andamos soltando conceptos. No. Nosotras hacemos”.
Pero, ¿qué es lo que pasa que pareciera que nosotras no hacemos pero los hombres sí, o que ellos hacen más que nosotras? Entra otra vez el betica de la competencia. La comparación existe para darle más peso a quien más mea, y quitarle peso a quien se quedó cortx. De modo que cada acción, por mínima que sea, es seguida de una comparación porque allí reside su legitimación, y allí está su fuerza/debilidad. Ay, las dicotomías.
Si esa acción no es comparable no deja rastro alguno: esa jeva es más bella que la otra, es más flaca, es menos inteligente, es más capaz, es más arrecha, es más cagada, es más fea. ¿Seguimos? Sin comparaciones no habría medallitas, y de las medallitas se vale el machismo patriarcal para legitimarnos y para hacernos existir, o para desaparecernos. Una jeva que no es comparada no está en el rankin, no está siquiera en el ruedo. Existimos gracias a la comparación, en medio de la idealización de lo que deberíamos ser y la invisibilización de lo que sí somos.
¿Y qué somos en verdad? Sangre, músculo, hueso y carne que respira, piensa y come, pero que amamanta si le da la gana, menstrúa si le da la gana, coge si le da gana. Hay un sentido común intrínseco y estructural en nuestra crianza que nos convenció de que nosotras tenemos que estarle rindiendo cuentas al mundo de lo que supuestamente somos porque en esa rendidera de cuentas probamos que sí somos lo que esperan de nosotras. La vaina es que en medio de este desastre nosotras no dejamos de hacer, nunca. Aquella compa cuánta razón tiene: hacemos, hacemos todo el tiempo. Y los resultados de esos haceres no sólo son concretos, trascienden a construcciones emocionales importantes que nos sostienen. Ella decía que “los hombres andan opinando y emitiendo juicios, construyendo la palabra. Y nosotras nos quedamos en casa acompañando a la pana que aborta, cuidándole los muchachos a la vecina, comprándole las pastillas a la hermana, protegiendo a la compa que el marido la cayó a coñazos, lavando camisas blancas pal colegio. También, nos quedamos en casa. Y eso, amigas, también es política”.
Esa habladera, esa acompañadera, esa lloradera, esa sufridera, esa risa pulsante, fuerte, que ilumina y levanta espíritus, se hace práctica concreta y está tan naturalizada que acá nadie anda sacando la cuenta de cuántas compas hemos acompañado, de cuántos platos hemos lavado, de cuánto hemos cocinado, de cuántas camisas blancas hemos lavado, de cuántas reuniones hemos organizado, de cuántas responsabilidades hemos asumido, de cuántas decisiones trascendentales con la fuerza de dejar saldo político y organizativo hemos tomado. Y, ¿por qué? Porque acá una mira patrás solo pa recordar la mala vaina, y agarra su cesta o su muchacho o su lápiz o su corazón y sigue caminando pa’lante. Como he dicho, acá una llora a moco suelto mientras sigue caminando, porque echarse a morir es pura perdedera de tiempo. Resulta, incluso, aburrido. Acá no hay tiempo de estar sacando cuentas de ná, y así mismo, tiene que dejar de haber tiempo para la competencia empedernida, el apabullamiento y las opresiones con los mismos códigos machistas con los que nos oprimen a nosotras.
En medio de naturalizar las tareas cotidianas, las responsabilidades políticas que conscientemente o no hemos asumido en esta lucha, hemos naturalizado también oprimirnos con el hacer de esas tareas. Pareciera que la consciencia se libera, que las ideas nos liberan, pero que el hacer se hace con los mismos códigos opresores. Qué interesante, ¿no? Una cuerda de mujeres echa’as pa’lante, a voz viva, teta al aire, corazón necio y empedernido, que siguen lavando camisas blancas a mano, siguen cocinando pa todo el mundo después de llegar de la chamba, siguen lavando esos platos en los que no comieron, siguen esperando por todo el mundo cuando nadie espera por ellas, siguen cediendo sus voluntades, sus tiempos. Aquellas mujeres de las que siguen disponiendo como coleto viejo.
Entonces pasa que nos arrechamos en banda, nos decepcionamos, lxs mandamos a comer mierda gruesa, pero seguimos haciendo. Arrechas, pero seguimos haciendo. Coño, es que no queda de otra. Detenerse no es opción. Ahora, si detenerse implica echar pa’tras y modificar la estrategia, brutal: la primera parte de la chamba la tenemos lista (el hacer), nos queda es la segunda que es la más jodida (saber cuándo detenernos). Hay que pausar pa entender que esas cotidianidades nuestras signan e inician movilizaciones creadoras que cambian las cosas, y en ese sentido debemos desnaturalizar y conscientizar que son haceres políticos. La cotidianidad es política.
Acompañándonos, sabiéndonos, reconociéndonos con esa mismita pulsión amorosa que no olvida ni deja atrás, entendamos que las mujeres formamos parte de “los poderes transformadores del pueblo”. ¿Qué hacemos nosotras sino creer empecinadamente? ¡Creamos en nosotras también! Ojo, pero con paciencia y salivita, haciendo que los procesos de comprensión y descubrimientos sean pedagógicos, porque arrecharse y continuar no sirve de nada, sino seguir el mardito código que nos oprime tanto. Arrecharse y seguir es morir calladitas, como nos quieren. Y acá, en esta tierra rebelde las mujeres vamos bien boca suelta, frenteando.
Con paciencia y salivita, entendamos que las cosas no salen a la primera, que los procesos son procesos porque cuestan y se dan paulatinamente, que no todo depende de nosotras, que no somos más ni menos que nadie (especialmente que ninguna), que sí podemos pausar y echarnos para atrás y quien no quiera esperar que se joda, que sí podemos decir que no, que sí podemos decir que sí, que claro que transformamos y hacemos. Cada vez que estemos en medio de una jornada organizacional, volteemos alrededor y contemos cuántas mujeres asumieron responsabilidades duras y andan frenteando, formando peo.
El machismo está bien acostumbradito a callarnos, a poner palabras en la boca nuestra, a convencernos de que no podemos o de que somos menos. Venzámoslo comiéndonos el miedo que nos produce la concreción del seguir haciendo. Con paciencia y salivita, brindemos por la certeza de que sonriendo y bailando vencemos al enemigo casi seductoramente, en lo más mujer que somos y podemos ser.