Así se llamaba una columna en una revista mexicana que leía en mi adolescencia, en donde se reflejaban los momentos más embarazosos y las situaciones más incómodas por las que habían pasado algunas de las lectoras y como hoy yo quiero compartir con el mundo mi vergüenza.
Pipí
Yo terminé de estudiar mi bachillerato en un colegio que quedaba relativamente cerca de mi casa y me iba en camionetica y me regresaba caminando todos los días. Con el detalle que mis clases comenzaban a las 12 del mediodía y culminaban entre las 4:30 y las 6pm. Los días que salíamos «temprano», el grupito que vivía cerca de mi casa y yo, nos instalábamos en un establecimiento de comida rápida que quedaba en el camino. No consumíamos nada allí, solo nos sentábamos a hablar paja y matar las horas hasta que comenzaba a oscurecer y emprendíamos nuestro retorno a casa. Muchas veces me daba pereza caminar hasta mi hogar y siempre rezaba, para que pasara algún alma caritativa que me diera el aventón hasta mi calle, pocas veces ocurrió.
Una vez, estando en clases comencé a sentirme mal, se me desató una fiebre muy fuerte en plena clase de francés y cuando llamaron a mi casa no había nadie que me viniera a buscar. Nadie en mi familia tenía celular, así que era más complicada la cosa. Tuve que aguantar el malestar hasta que sonó el timbre de salida. Cuando comencé a bajar la calle del colegio me dieron unas ganas terribles de orinar y por más que apreté y crucé las piernas con todas mis fuerzas, me hice pipí encima. Ustedes se imaginarán la escena, yo en plena calle con el pantalón mojado y las piernas chorreadas de orine. Los pantalones azules se ponen negros cuando se mojan, así que no podía ocultar mi pequeño accidente.
Logré bajar con mucha pena hasta la avenida, me senté en un murito y me tapé con el morral y ese día pasó todo el mundo a ofrecerme la cola para la casa. Un vecino, una amiga del otro colegio, la mamá de un pana, un chamo que me gustaba, ¡todo el mundo no joda! y yo con esa peste a recogelatas no me iba a montar en carro ajeno. Pasaron las horas y ya había salido casi todo el colegio, comenzaba a caer la tarde y yo meada. Corrí con la suerte de que una compañera de clases que vivía por ahí bajó a la panadería de la esquina y me preguntó que por qué seguía allí y le tuve que contar. Ella llamó de su casa a la mía y por fin mi papá me fue a rescatar, el pobre tuvo que poner un plástico en el asiento del carro, para que yo me sentara, porque ustedes comprenderán, de tanto tiempo esperando ya me había orinado como unas 3 veces más. Gracias a dios fue solo una infección urinaria que no pasó a mayores y que nadie en el colegio se llegó a enterar, (hasta hoy) porque el chalequeo hubiese sido épico.
Cita sangrienta
No, no maté a nadie. Hace algunos años un muchacho me invitó a salir, el plan era cine y cena (sin derecho a desayuno) era la primera vez que salíamos juntos y yo quería que todo fuese perfecto. El chamo me daba nota y lamentablemente después resultó ser un patán de primera categoría, pero en aquel momento me agradaba su compañía. El día anterior había llegado la que me jode todos los meses y para mí el segundo día es el peor. Cólicos y dolores de cabeza, por no ahondar en el flujo abundante del que sufro cada vez que me viene. Como sabía que iba a estar mucho tiempo sentada, tomé mis previsiones y casi que me pongo un pañal para no sufrir accidentes de ningún tipo, me tomé dos pastillas para el dolor, me emperifollé y salí.
Andábamos a pie y luego de salir del cine, cruzamos la calle para comer en la arepera que quedaba al frente del centro comercial. Nos sentamos, pedimos la comida, comimos y todo iba bien hasta que el pana me hizo reír y yo sentí como explotaba un torrencial en mi entrepierna. Disimuladamente me quité el suéter que tenía y me lo amarré en la cintura sin pararme, pero me dieron ganas de toser y ahí fue peor la cosa. Una hemorragia se desencadenó y no hubo poder humano que la detuviera, era como un chorro imparable. Con mucha pena le expliqué lo que sucedía y a él le dio un asco terrible porque no le gustaba hablar de eso, era el menor de 3 hermanas y siempre le había desagradado el tema y mucho más le disgustaba que hablara de eso, justo después de haber comido, pero ¿qué coño podía hacer? En algún momento nos teníamos que ir y se iba a dar cuenta. Yo necesitaba ir al baño para hacer un control de daños y buscar una solución extrema, así que me puse de pie, me acomodé el suéter para que me tapara el culo que, estaba segura de que lo había manchado por completo y cuando vi la silla casi me desmayo, se había hecho un charco inmenso, de esos de los que a Tarantino le encanta incluir en las escenas clímax de sus películas.
Fue horrible porque ¡las servilletas son blancas coño! y ¿cómo limpiaba eso sin que la gente se diera cuenta?. Me quería matar, la cara del chamo no era normal y al llegar al baño fue peor. No había agua. Me limpié como pude y salí casi que corriendo del local, él ya había pagado y se estaba fumando un cigarro en la calle, (quizás tratando de no vomitar por el mal rato) pero aun así me esperó y paramos un taxi. Me senté de lado en todo el camino y llegué a casa muerta de pena. Más nunca volví a salir con él y yo ahora trato de no salir con nadie en esos días, en los que me siento más mujer.
Patuleca
Era el cumpleaños de mi mejor amiga del colegio. Una chama de familia adinerada que vivía en una casa muy grande por Colinas. La fiesta era temática de los años 60-70-80 y yo me había comprado la pinta completa, que incluía unos zapatos que llamaban «machotes» exclusivamente para la ocasión. Son complicados para caminar, pero los pude manejar la mayor parte del tiempo. Habían alquilado una Rockola Vintage, que estaba ubicada en el centro del gran patio y cada quien podía poner las canciones que les gustaban.
Ya les he contado de mis aventuras etílicas y de como me bebí la vida. Esa fiesta no fue la excepción, entre shots de tequila y cerveza, ron y vodka ya a la medianoche estaba fea pa’ la foto. Fue entonces cuando comenzó a sonar una canción que yo detestaba y que ya había sonado unas 6 veces pero, en medio de la pea, me dio por salir corriendo para cambiarla. El detallito fue que yo no contaba con que, mis plataformas setentosas, iban a sabotearme el acto heroico de dármelas de DJ selector. Fui cayéndome en cámara lenta y las plataformas de 10 centímetros de alto, hicieron que me fuera de boca encima de la rocola y me estrellara contra ella. El coñazo fue tal, que la vaina se apagó y no quiso prender más durante la siguiente media hora. De la vergüenza astronómica que tenía, me metí en el baño y no salí hasta que volví a escuchar música.
Cuando salí, la cara de mi amiga era de «lárgate ya, maldita borracha» y eso hice, casi arruino su cumpleaños pues. En el colegio estuvieron hablando de eso como por 2 meses, me decían la DJ Metelapata.
No se pierdan la secuela de estos cuentos penosos en la próxima entrega.