El pasado martes 27 de junio me volví a vestir con la franela roja donde están plasmados los ojos que miran desde el amor patrio. Era el día del periodista y me desplacé por varias calles, escenarios, lugares que frecuento y otros que no tan seguido. Encontré compatriotas que me saludaron con preocupación: “Camarada, debería evitar ponerse esa franela. Hay mucho loco suelto y lo mejor es que se cuide”.
Me pregunto y les pregunto ¿por qué debemos escondernos? Los ojos de Chávez deben seguir mirando, sin descanso, con firmeza, con ternura, con convicción bolivariana y socialista… ¿Quién soy yo para esconder que Chávez vive en mí? ¿Quién soy yo para vendarle la mirada al Comandante? ¿A cuenta de qué nos debemos esconder en las catacumbas, como aquellos cristianos después de la muerte de su líder, el Nazareno?
Yo vengo de la generación de los clandestinos. Militante revolucionario durante los períodos gubernamentales del llamado “puntofijismo”, trabajábamos y hacíamos nuestras tareas políticas con mucha discreción. Podían llegar a asesinarte, desaparecerte, torturarte, aprisionarte. Las listas de nuestros mártires, en aquellos tiempos, rebasan las tres mil víctimas, sin incluir en las cifras a los masacrados de Cantaura, Yumare o “el Caracazo”. El crimen, los asesinatos y desapariciones, formaban parte de una rutina de proceder de los gobiernos de entonces, del puntofijismo, en aquel intento por defender al Estado, al estatus quo de los dominadores, a sus verdugos.
Actualmente, los revolucionarios de siempre, ahora agrupados por el Comandante Hugo Chávez, en el ideal Bolvariano, Robinsoniano, Zamorano y socialista, somos Gobierno desde las elecciones victoriosas del 6 de diciembre de 1998. Chávez presidente y, ahora, Nicolás Maduro presidente chavista que gobierna obedeciendo al pueblo, en estos últimos tres años, han representado el poder Ejecutivo, constitucional. Como todo proceso político, nuestra Revolución Bolivariana fue construyendo su perfil simbólico con el ideario de Bolívar, Robinson y Zamora, con el color rojo, con nuestra radical alegría, con los ojos de Chávez inmortal, plasmados en vestimentas muros y carteles, pero sobre todo en nuestros corazones.
Sobre esa memoria, sobre los espacios simbólicos que caracterizan nuestra patria, nuestra identidad, nuestra revolución, está atacando el perverso enemigo que se ha propuesto desestabilizar a nuestro país, derrocar al Gobierno constitucional, arrancarnos la soberanía y entregar nuestra patria al imperio yanqui-sionista para que se subordine a los intereses del gran capital. Si a través de la violencia, del terrorismo, de las amenazas, de la muerte, de la propagación del miedo, consiguen arrinconar a nuestro pueblo, desmovilizarlo, silenciarlo, clandestinizarlo, la derrota sería inminente. Hace falta resistir a todas esas arremetidas, defender nuestra patria es defender nuestra memoria, nuestra identidad, nuestros símbolos, nuestras calles, porque las calles son del pueblo y no de la burguesía, no de las oligarquías, no de los apátridas pitiyanquis.
Ahora vamos con fe a un proceso electoral, a realizarse el 30 de julio del presente año, que debe ser exitoso en la conformación de la Asamblea Nacional Constituyente, soberana. A ella no podemos llegar clandestinos. El pueblo debe seguir en la calle, defender con dignidad sus espacios, los de la memoria, los físicos, los de calle, los de la dignidad. Nada que temer. El Plan República vigilará celosamente –como lo ha hecho siempre- la seguridad de los centros de votación y de las personas que a ellos acudan para ejercer el sufragio. Nadie debe pasar a la clandestinidad. Votar con la frente en alto y con la convicción de que estamos contribuyendo a la defensa integral de la Patria, a la renovación del Estado, a la construcción de la paz, al perfeccionamiento de nuestras leyes para el cumplimiento de la tarea revolucionaria de ser definitivamente independiente y construir la Patria socialista.
No es momento para la clandestinidad, sino para esgrimir el rosto digno y el cuerpo erguido de los patriotas, que avanzamos con fe hacia la victoria a las que nos convocaran nuestros libertadores, con Simón Bolívar y Hugo Chávez a la cabeza.
Ilustración: Xulio Formoso