Hace 500 años la violencia viajó en barco hasta nuestras tierras. Abya-Yala fue invadida por el conquistador, armado de ideología de cruces y espadas. Después de unos amagos por las costas del territorio que ahora estamos obligados, histórica y culturalmente, a llamar América, los representantes mediáticos y militares del imperio europeo, desembarcaron para el exterminio, de los cuerpos más rebeldes que ofrecían resistencia. Punzados con “fierros”, degollados con espadas, colgados en los mismos árboles con los que los pueblos hacían vida armónica como iguales en la naturaleza, nuestros “indios” fueron masacrados. A los sobrevivientes –hubo territorios donde la saña del conquistador no dejó ni uno vivo- se les fue masacrando progresivamente sus creencias, sus culturas, su memoria.
La violencia del conquistador europeo y sus progresivos dominios y hegemonía se “atenuaron” bajo parámetros de supuesto consenso que más tarde se conoció en nuestro país (también en nuestro país, no se trata de una exclusividad) como “democracia representativa”, ese eufemismo inventado por los neocolonizadores para disfrazar la dictadura de la clase explotadora como espacio donde sus explotados aparecen como “iguales” en un papel o en una convocatoria periódica comicial, en la que se eligen los verdugos.
La añeja violencia pentacentenaria del colonizador tiene sus medios para llegar hasta los colonizables o ya colonizados. En sus inicios llegó en barcos. Hoy, los medios son más expeditos y voraces, los medios electrónicos, el internet y el 2.0, capaces de soportar fotografías, videos o imágenes, fijas y en movimiento, son utilizado, en manos del conquistador y sus operadores, como artillería cargada de mensajes ablandadores y moldeadores de la conciencia.
Al colonizado, antes de que el territorio donde habita sea invadido, ya se le invadió el pensamiento, la conciencia, la memoria, individual y colectiva. Es lo único que explica que haya personas contentas con su explotación, con la invasión de sus territorios y sus mentes, al punto de divulgarlo en un festín, que la moda de los últimos años ha resumido en frases e imágenes que los “viajeros” resumen en “SOS Venezuela”, como antes “SOS Afganistán”, “SOS Libia” o “SOS Irak” en un mismo y estereotipado recurso de invasión mental, estudiado por Carlos Marx en sus temas en torno a la alienación del Capital.
La violencia de una fotografía o de un video, donde aparece un joven venezolano, de piel morena y rasgos generales de “ser un pobre”, “infiltrado” o “chavista”, al que unos “pacíficos manifestantes” lo incineran vivo, no es un simple truco tecnológico. Es el lenguaje fascista del invasor de estos tiempos, que se regodea con sus crímenes y las vende como “verdades informativas” en grandes medios o vehículos de viaje invasor hacia las conciencias. Conciencias que terminan ideologizadas por la hegemonía invasora, alienadas y felices de así estarlo. Tal como se lo propuso el colonizador, el invasor, el imperialismo que representa los intereses del capitalismo en el campo hegemónico, de sus aparatos ideológicos (para llamarlos como lo hizo Louis Althusser), de las estrategias políticas y militares.
Es la violencia para perpetuarse en el poder. Es la violencia para recuperar espacios como el de Venezuela, del pueblo culturalmente soberano de esta Patria, que decidió romper con el pensamiento único capitalista y su imperio, construyendo sus propios caminos de multiculturalidad, de multipolaridad, de independencia y de construcción de su mundo nuevo y posible, de su Patria socialista.
Alertar sobre estos temas y desmantelar la violencia del colonizador a partir de propuestas de paz e igualdad, como las que se adelantan -hace casi dos décadas- por la Revolución Bolivariana y Chavista es, en este momento, un asunto de pueblo originario en Constituyente, de la vuelta al poder originario organizado, que participa y es protagónico en la conformación de su Asamblea Nacional Constituyente.
Ilustración: Xulio Formoso