La fotografía no está en capacidad de mentir por sí misma. En periodismo, una fotografía es información, por lo que, si se está cumpliendo con la tarea comunicacional, por principios de defender y divulgar la verdad, ella no puede ni debe tergiversar lo real. Es un asunto de ética y está contemplado en nuestro Código, que no nació en tiempos chavistas, pero que está guiado por los principios del periodista y Libertador Simón Bolívar, creador del Correo del Orinoco en 1818.
Cuando el fotoreportero o fotoperiodista enfoca, la lente de su cámara ya debe estar apuntando exactamente la verdad. Después debe decirla. La corresponsabilidad social para decir esa verdad fotográfica se amplía hacia la tarea en la que entra el redactor, el montador o diagramador y, finalmente, el editor del medio. Es una verdad en equipo.
Una verdad inmodificable, al menos que una (o todas) de las partes se proponga, adornar, editar, mentir, con su producto comunicacional. Mentir con la fotografía puede ser una tentación estética del responsable del enfoque y el click en el disparador de la cámara. En este caso podría ser una mentira “inocente” o “piadosa” -como se dice en ciertos ambientes religiosos. Pero cuando la mentira fotográfica ha sido premeditada, enfocada y editada meticulosamente para complacerse a sí mismo, para complacer al editor o a una ideología, el asunto se torna grave, puede ser conspirativo, manipulador y hasta terrorista.
Si la foto sirve para calcular muertes, incitarlas, contabilizarlas, es porque el fotógrafo mismo es culpable, víctima o mercenario en una conspiración, urdida con objetivos muy definidos, como crear inestabilidad política, social, conflictividad, derrocar gobiernos o generar guerras civiles. Allí están las fotos de Libia, de Afganistán, de Irak, de Bin Laden (¿de Bin Laden?), de Honduras y Zelaya acorralado, de Paraguay y Fernando Lugo vilipendiado con sotana o rendido en un golpe parlamentario… Allí están haciendo las fotos de Venezuela para culpabilizar a Chávez, a las y los chavistas, a su heredero Nicolás Maduro. Con fotografías de los iracundos asalariados por los estrategas del Pentágono, incendiando calles o personas, destruyendo propiedades siempre que sean sociales, del gobierno, de utilidad para los “colectivos”.
Mirar la “verdad” fotográfica puede ser mirar la mentira, mirar el caos, mirar la visión del opresor, del invasor, de los ejércitos de narcoparacos disparando sus armas mientras sus amos disparan ideología o arengas o fuego cerrado con batallones acordados por convenios con la OTAN, por vecinos santanderistas, por enemigos de la multipolaridad, de la independencia o soñadores con la Patria socialista.
¿Será que en esta urgencia de paz, nuestra Asamblea Nacional Constituyente también necesite legislar, este 2017, sobre la inocente perversidad de la fotografía? Debemos pensarlo, porque encontrar la verdad de la fotografía es una manera de desmantelar sus manipuladas y mediáticas mentiras guerreristas.
Ilustración: Xulio Formoso