La imagen no da pie a especulaciones. Mientras los niños corean consignas en una marcha de la oposición, sugeridas por los manifestantes, una mujer les pasa un fajo de billetes de 50 bolívares.
El video, que fue difundido en redes sociales y en cadenas de Whatsapp, apenas es la punta del ‘iceberg’. Días más tarde, varios periodistas mostraron sin tapujos la presencia de infantes y adolescentes, a quienes aún les falta un buen tramo para llegar a la mayoría de edad, como «vanguardia» de las reyertas violentas.
Sin camisa, encapuchados, con piedras en las manos y en plena fabricación de cocteles molotov, los menores de edad son parte activa de las escaramuzas alentadas por la oposición contra las autoridades. ¿Los resultados? En la lista de víctimas hay al menos dos adolescentes que murieron en circunstancias aún por determinar: uno de ellos, un violinista de 17 años llamado Armando Cañizales. ¿Qué estipula la ley venezolana para este sector de la sociedad?
Revictimizar
La activista de derechos humanos y ex Defensora del Pueblo, Gabriela Ramírez, aún recuerda que en 2004, cuando se develó un plan de magnicidio contra el entonces presidente Hugo Chávez que involucraba a paramilitares colombianos menores de 18 años, «Venezuela no los procesó ni los apresó como mayores de edad sino que se aplicó el protocolo de participación de niños en conflictos armados».
«Ni siquiera en esos conflictos tan graves Venezuela le ha dado a los niños un tratamiento duro, rígido, fuerte, aún cuando eran paramilitares. Ellos fueron repatriados a Colombia con todos los derechos de la niñez y nuestro país fue pionero en la aplicación de ese protocolo». Lo grave, apunta, es que mientras la ley establece políticas de protección, un sector político los expone.
En medios de comunicación de tendencia abiertamente pro-opositora, por ejemplo, estos muchachos han sido bautizados como «los niños de la Resistencia» y se admite que dentro de las marchas contra el gobierno «nadie se pregunta por qué están allí». Según ese mismo reportaje, muchos son infantes que llegan «pidiendo algo de comer, andan descalzos y en muy malas condiciones de higiene», por lo que se intuye que puede tratarse de niñez en situación de calle.