Muerte, resurrección y otra vez muerte de un mito occidental
Existe un consenso superficial y conveniente acerca de lo que llamamos arte. Si a este concepto le agregamos el adjetivo de contemporáneo, podríamos entender que se trata a grandes rasgos de un arte de ahora, un arte que se está haciendo en este momento. Pero en los mundos del arte las palabras sufren grandes metamorfosis, y no podría ser de otra manera si entendemos que la energía del arte es una energía transformadora y trasmutadora. Lo cierto es que la idea de contemporáneo, que lleva ya más de medio siglo forzando realidades y emociones, ya no tiene que ver con plazos de tiempo traicioneros, sino con ciertos mecanismos de dominación sobre el mercado, el uso de los museos, los mecanismos de propaganda y por supuesto los botones claves que mueven el capital en los predios del arte. Este contubernio, este agavillamiento calculado y frío ha generado obviamente un ámbito estético, es decir podemos identificar (más o menos) un campo semiótico estético perteneciente a lo que se llama “arte contemporáneo”.
Los márgenes de ese campo son bastante caprichosos, no podría ser de otra manera ya que están dictados por amaneramientos académicos, cenáculos de estafadores semióticos, emporios económicos de dudosa procedencia, comparsa de publicista asalariados y por supuesto los creadores cortados a la medida de este mundillo. Pero ya esta nomenclatura de arte contemporáneo quedó en la historia. Lo “contemporáneo” que nació revolucionando y gritando en el período de entreguerras europeo, ya es un anciano venerable al que se le han ido sedimentando encima otros escolasticismos, otras modas, otros caprichos del poder, otros dogmas de fronteras convenientes. Este torbellino de restos, de poéticas, de guerras, de sueños colectivos y de historias de manipulación ha llegado a estos días y es sobre él que navega un “mundo del arte” por donde ya el apocalipsis ha pasado varias veces.
Y es que este mundo del arte (pongámosle la frontera de nuestra preferencia) está dibujado desde un dogmatismo afanado en detener los tiempos revolucionarios, y en perpetuar una relación de poder basada en un oscurantismo de cofradía secreta muy parecido a las mañas medievales. Los creadores, dentro de esta relación de poder son unos “débiles jurídicos” que bailotean al son de los caprichos de quienes ostentan los podercitos de turno. Las relaciones de poder heredadas de la lógica burguesa y retardataria se aferran a sus prebendas como náufrago a tabla. Los creadores se suman a la comparsa, los mecanismos públicos de promoción perdidos en la estratósfera repiten fórmulas ya agotadas y hacen como si nada estuviera sucediendo, las maquinarias económicas sacan provecho desde su pragmatismo y de los nubarrones de la desesperanza.
No es muy halagüeño este panorama del arte contemporáneo, pero es muy real. Salga a la calle y pálpelo en la esquina. Vaya a los museos, a las bibliotecas (las que quedan) y láncese desde el acantilado de la belleza y el conocimiento al mar del arte de estos días. Pero nada se detiene y los sedimentos siguen depositándose sobre los malabarismos semióticos y las ocurrencias académicas y sobre todo sobre las habladeras de paja que no dejan nada. Por aquí dejo ese tema.
DesdeLaplaza.com / Oscar Sotillo