Por: Nito Biassi
¿Todo aquel que comete un acto de terror es perseguido por los fantasmas del pasado? No siempre los que mataron se hacen cargo de las muertes. Algunos no sólo no se arrepienten sino que las vuelven a cometer. Pero a otros, los asesinados, se vuelven fantasmas que los acosan. La justicia, a veces, tiene caminos de misterios y locura. Este es un relato ficticio con nombres ficticios, pero basado en un caso real ocurrido en un hospicio argentino. La triple A (Alianza Anticomunista Argentina) actuó desde 1973 hasta 1976 cuando desaparece, y sus miembros pasan a las filas de los Grupos de Tareas, equipos que durante el Proceso militar se encargaba de los secuestros, asesinatos y desaparición de personas.
Se escondía en los rincones oscuros de la casa, tenía miedo. Voces y pasos lo perseguían, él lo sabía, los escuchaba murmurar. Se decía a sí mismo en susurros: “Varelita ya está viejo, no es el pibe de ayer, que no lo agarren a Varelita porque lo amasijan”.
A veces le parecía que figuras como fantasmas lo acechaban desde su pasado violento; en ese momento subía al altillo y escondido repasaba su vida.
Siempre había luchado por lo que creía justo, Perón y la Patria. Por eso cuando el Secretario lo convocó para formar esa alianza contra los zurdos que infectaban lo más sagrado de las creencias
Peronistas, no lo dudó. Como nunca dudó, cuando le ordenaban eliminar esos elementos que pretendían contaminar lo más puro y esencial de las doctrinas del General.
Pero eran muchos muertos, y ahora en sus sudarios blancos irrumpían en su pieza para buscarlos; él los sentía desde el altillo, que revisaban su cama para sentir el calor, que buscaban entre sus cosas papeles que lo culparan de tantas muertes. Pero él no tenía la culpa, sólo cumplía órdenes y muy bien, aunque a veces se le iba la mano. Como con el Ruso prestamista, que lo vivía persiguiendo por la plata que le debía. Está bien que esa vez él no apretó el gatillo, pero fue casi lo mismo. Lo acusó a la Alianza que le prestaba plata a los zurdos para que compren armas. Ni un día duró y chau deudas.
Cuando estaba en el altillo sentía pasos y voces de mujeres, no es que les tuviera miedo a las mujeres, siempre las había dominado. Un par de sopapos y chau. Pero acá no eran mujeres reales; eran fantasmas. Eran las hermanitas esas que iban a la villa a cambiarles las ideas a los infelices que vivían ahí. Qué show que se hizo con las dos monjitas. Primero que lo hicieran entre ellas, “todas las monjas seguro que así se calman la calentura, entre ellas. Como lloraban las putitas”, después las hizo arrodillarse ante él y cuando estaba acabando, bang bang, les voló la cabeza. “Nunca más iban a joder esas monjas de mierda.”
Cuando ya no sentía voces, bajaba del altillo y corría a esconderse en una de las piezas de la planta baja, agradeciendo haber encontrado una casa tan grande con tantos refugios donde esconderse. Desde esas piezas los miraba de más cerca; podía ver como lo buscaban sin encontrarlo.
A veces salía de la pieza de la izquierda y en la mesa al costado de la cama encontraba una bandeja con comida. Cuando no daba más de hambre la comía; primero con cautela, después se tranquilizaba pensando que los fantasmas no comían, por eso le dejaban para comer.
Hasta que sentía pasos y se volvía a esconder en el altillo o en alguna de las dos habitaciones de la planta baja, observando cómo los fantasmas del pasado lo buscaban inútilmente. Siempre fue más inteligente que ellos.
Como los venía burlando desde que los zurdos hidepu, se hicieron con el poder. Con lo tranquilo que estaba, nadie hablaba de la Triple A y a estos zurdos de mierda que ganaron las elecciones se les dio por revolver el pasado. Ahí empezó su calvario. Hasta que encontró esa casa enorme, pero hasta ahí lo perseguían, no los zurdos de ahora, sino los del pasado.
Una noche, estando en el altillo, cansado de tanto esconderse, decidió ser valiente y enfrentarlos. Esperó pacientemente hasta que sintió pasos y la puerta se abrió. Dos fantasmas con mortajas blancas entraban a la habitación, el de adelante llevaba una bandeja con comida.
(Tomado del informe de enfermería a la Dirección del Hospicio por el caso del paciente Gustavo Adolfo Varela)
… cuando entrábamos a la habitación para llevar la comida, el paciente como siempre se encontraba subido al placar, pero esta vez dando un grito saltó a la cama y, tomando el cuchillo de la bandeja gritó: “nunca me tendrán vivo” e intentó clavarse el cuchillo de plástico en el pecho. El mismo le causó un pequeño corte, pero el paciente se desplomó.
Se le toman los signos vitales y, al encontrar que no respiraba se inician las maniobras de resucitación, mientras se llamaba a emergencia, que llega con la Caja de Paro. Por más de 30 minutos se realizan las maniobras de resucitación con resultado nulo. A las 13:10 el doctor Tremolin declara muerto al paciente.
Causa: Shock cardiogénico.
Diagnóstico de internación: Esquizofrenia paranoide.