Doña Bárbara, voluptuosa, imponente, dañosa, regia, perversa, hermosa, vampira, figura espectral, criolla venida en arquetipo, enigma. “¿Quién era doña Bárbara la devoradora de hombres o la maligna a quien el amor redime? (…) ¿El sueño de morir en sus brazos no persiste?”, se pregunta el ensayista y crítico venezolano Juan Liscano en el prólogo de una de las tantas reimpresiones de Doña Bárbara (1976) y también nos lo preguntamos nosotros cuando una y otra vez la leemos.
“Se habla de un bongo que bajaba por el Arauca y en el cual alguien creyó ver a una mujer”, y queda así forjada la leyenda, 30 líneas antes de concluir la novela, para recrear la duda del suicidio, la conjetura del destino, la cábala y mímesis con la sabana, esa misma que sorprendió a los conquistadores extendida ante sus ojos, natural e indómita, que insufló de vida a la literatura latinoamericana. ¿Ella es o ella esconde a doña Bárbara? ¿Cuántos enigmas la rodean?
El “Tema mítico de doña Bárbara” que escribe Liscano explica cuál es la figuración del personaje, más allá de la exégesis simplista de la dicotomía civilización-barbarie, ahonda en su experiencia individual, vicisitudes y psicología que son su ímpetu, que la llevan a la ambición y venganza, que resultan de una frustración del amor, de una violación.
Otra interpretación, alegórica, muestra “la imagen dolorosa de una patria violada secularmente, es el resultado de la violencia frustadora (sic.) y deformante” que ha vivido un país que retrasa su entrada al siglo XX, cuya esperanza es un proyecto reformador que se enfrente a la tiranía de entonces, representada por Juan Vicente Gómez.
Una tercera, de connotaciones tanáticas, le señala como “devoradora de hombres”, hechicera, fascinante. “Es la Macha en un mundo machista donde la mujer queda relegada a papeles subalternos” y que desaparece para realmente convertirse en símbolo de feminidad.
Génesis de un mito
Lo simbólico no está completamente distante de lo histórico. Ese asombro con el que se mira a la mujer guaricha que representa Doña Bárbara es el mismo que demostraron los conquistadores que transitaron estas tierras, posterior escenario para el romanticismo que mimetizó paisajes con personajes, quienes maduraron su autenticidad en el criollismo y con la tesis positivista del determinismo geográfico, de lucha contra “una geografía que lo subyuga y hasta lo devora”, como señalan Oscar Sambrano Urdaneta y Domingo Miliani en Literatura Latinoamericana (1971), surge el realismo objetivo de la novela regional o novela de la tierra.
Rómulo Gallegos había publicado un relato intitulado La rebelión, que luego pensó rehacer con el nombre de La casa de los Cedeño, cuyo protagonista hacía un viaje a los llanos venezolanos y en coherente formación de escritor, el autor visita en una Semana Santa el hato La Candelaria, en Apure, donde en 22 días ininterrumpidos escribe el texto de La coronela, primer nombre de la obra. En el prólogo de la edición conmemorativa del 25º aniversario de la novela, hecha por el Fondo de Cultura Económica, relata Gallegos el encuentro inspirador de los personajes y su hechura, en abril de 1927.
“Llegué, adquirí amigos y al atardecer estaba junto con ellos en las afueras de san Fernando. Gente cordial, entre ella un señor Rodríguez, de blanco pulcramente vestido, de quien no me olvidaré nunca, por lo que ya se verá que le debo”. Entonces Rodríguez comenzó a hablarle de aquel hombre, doctor en leyes, que comenzó a abusar y se entregó a la bebida; y Gallegos imaginó la presencia del personaje diciéndole: “Esta tierra no perdona. Mire lo que ha hecho de mí la llanura bárbara, devoradora de hombres”, en un ya prefigurado Lorenzo Barquero.
El otro personaje era una mujer “que era toda un hombre para jinetear caballos y enlazar cimarrones. Codiciosa, supersticiosa, sin grimas para quitarse de por delante a quien estorbase”, y así le fue presentada al autor a Doña Bárbara. Esa doña se llamaba realmente Francisca Vásquez, crecida en la rudeza de la sabana y que por entonces vivía con un catire, descendiente del general José Antonio Páez, como señala el testimonio del poeta Andrés Eloy Blanco quien pudo conocerla mientras ejercía su oficio de abogado en Apure.
Éxito literario
Días antes de la Semana del estudiante, en 1928, el manuscrito de La coronela, llega a imprenta pero la represión estudiantil obliga a Gallegos, maestro de muchos de estos jóvenes, a suspender la impresión e irse a Europa para acompañar a su esposa, Doña Teotiste Arocha, quien recibiría tratamiento quirúrgico. Rumbo a Italia, a bordo de un barco, siente las ganas de arrojar el manuscrito al mar, tentación que no cumple.
Hay dos fechas atribuidas a la publicación de la obra, 15 de febrero y 11 de agosto de 1929, imprecisión posiblemente sustentada en el tránsito del autor entre Europa y Venezuela. Explica Liscano que en Italia, Gallegos trabaja el manuscrito durante junio, julio y agosto de 1928, en el tiempo de la recuperación de su esposa, para luego de una revisión final entrevistarse con el editor Araluce en Barcelona, España, que la imprime a un costo total cubierto por Gallegos, quien se queda con gran parte del tiraje.
El retorno a Venezuela es el 15 de febrero de 1929, donde es distribuida para la venta y una de sus primeras críticas, hecha por Jesús Semprún, corresponde a la edición número 94 de la revista Cultura venezolana (mayo-junio), de lo que se infiere que agosto podría ser un mes atribuido sobre la génesis de la obra, por corresponder con el primero de los momentos de su etapa editorial: la edición en España, que sería en el agosto de 1928, la cual dista de su distribución y venta en Venezuela, que debió haberse hecho en febrero del año siguiente.
La historia de una mujer mestiza, que encarna a la naturaleza y paisajes de la llanura, enfrentada al proyecto civilizador de un joven abogado llamado Santos Luzardo, a quien desea, pero de quien también se resiste con hechicerías, codicia y venganza, a la vez que lo cela de su hija Marisela, obtuvo el premio del Mejor Libro del Mes en Europa, para conformar el catálogo obligatorio del gran público lector de entonces, incluso, el dictador Juan Vicente Gómez pide que en una sola sesión de lectura le sea narrada la novela, deslumbrado le ofrece a Gallegos ser senador por Apure y el Ministerio de Educación, cargos que el autor rechaza.
Mujer y símbolo
En 1943, es rodada la primera versión cinematográfica de la obra, con guión de Gallegos, dirigida por Fernando de Fuentes y protagonizada por María Félix y Julián Soler; en 1998 realizará el remake la directora venezolana Betty Kaplan, con Esther Goris, Ruth Gabriel y Jorge Perugorría; en 2008 una serie con los actores Edith González y Christian Meier, realizada por RTI Internacional, Sony Pictures y Telemundo; hay que incluir, inevitablemente, el mashup literario Doña Bárbara, devoradora de zombies.
Escribía ya Liscano en la década de 1970 que “La razón de la aplastante mediocridad de las versiones audiovisuales de Doña Bárbara, pese a la presencia de María Félix en la cinematográfica, se debe a que éstas conceden al argumento la importancia principal”, puesto que no toman en cuenta al valor alegórico de la novela y su escenario, donde Gallegos rescata la virtudes del habla popular del llanero, describe la contienda del proyecto modernizador y el “símbolo de lo que estaba ocurriendo en Venezuela en los campos de la historia política”, en palabras de su autor.
Para Liscano ésta “fémina primordial” desde una perspectiva junguiana está identificada con “figuraciones monstruosas del inconsciente colectivo” que no se destruye, sino que tan solo cambia sin perderse como símbolo de un Eterno femenino aunque en la novela, más no en la ficción, haya “desaparecido” en medio de llanura. “La vampiresa termina desdoblándose en una imagen benéfica de ella misma ¿Desapareció bajo este aspecto o volvió a su forma maléfica?”. Hay que averiguarlo.
DesdeLaPlaza.com/Pedro Ibáñez