Me pregunto, cuántas personas saben de qué se está hablando cuando se nombra la mazamorra y la respuesta inmediata es que muy pocas. Mi generación creció comiendo mazamorra y la de mis padres, mucho más.
La mazamorra es una especie de atol muy espeso, al cual se le puede añadir edulcorantes, sal y algunas especias o, simplemente, consumirse al natural. Está hecho de maíz integral, es decir, granos que no han recibido ningún tipo de procesamiento industrial que pudiese llevar a alterarlo.
La mazamorra era consumida por nuestros pueblos indígenas de Abya Yala, muchísimo antes de la llegada del conquistador. Si a ver vamos, nuestra cultura alimentaria y también la culinaria, tienen en el maíz uno de sus productos centrales.
Pero no es sólo eso, sino que todo un sistema de creencias gira en torno al cereal que desde nuestra Abya Yala se ha dado a conocer en el mundo entero como fuente natural de carbohidratos integrales, proteínas, grasas, vitaminas (especialmente las del complejo B y, en particular B6, B9 y B12) y minerales como el Magnesio, tan importante en el fortalecimiento del sistema nervioso central.
Nuestros pueblos originarios estaban convencidos de que el origen de la vida humana partía del maíz. Libros sagrados como el Popol Vuh así lo contemplan. También, grandes novelistas como el guatemalteco Miguel Ángel Asturias, quien, en su Hombres de maíz, narra la creencia del pueblo Maya-Quiché de que el hombre y la mujer provienen del maíz.
Toda una memoria de vitalidad y cultura que intenta ser arrebatada con la llegada del conquistador español y que los procesos colonizadores europeizantes quisieron minimizar, subestimar o borrar, en su afán por convencer a Abya Yala de un nuevo gentilicio americano, con monoteísmo europeo y origen de la humanidad en el barro (como Adán y Eva) y no en el maíz.
Parecen sutilezas. Pero no. Se trata de moleculares procesos de colonización que están destinados al memoricidio, como paso seguro para conducir a los pueblos hacia un pensamiento único y hacia una sola cultura de aplanadas manifestaciones y perversidades.
Petróleo y maíz
En Venezuela, el maíz de nuestra exquisita y nutritiva mazamorra, comienza a desaparecer entre la década de los años 20 y 30 del pasado siglo XX, producto de la aparición del petróleo como riqueza que brota desde nuestro subsuelo y despierta la codicia inmediata de las grandes transnacionales que corren presurosas a instalar aquí sus campamentos de “asistencia” y ayuda para la explotación, refinación, distribución y exportación del hidrocarburo.
Aparejado a ese proceso que acentuaría el neocoloniaje yanqui, ya iniciado con el establecimiento de la Cuarta República, en 1830, llega al país toda una ola de productos de preparación rápida e instantánea, entre los que quiero destacar aquí las hojuelas industriales de maíz, conocidas por su nombre en inglés de corn flakes, registrado como marca de “alimento” por la transnacional fabricante y distribuidora de armas y destrucción, Kelloggs.
El corn flakes asume la tarea culturizadora colonialista de borrar de nuestra memoria y de nuestras mesas, a la mazamorra. Pero con ello no sólo borra la memoria, sino también nuestro paladar y los nutrientes de los que se despoja al maíz cuando se le convierte en hojuela, a la que en el mismo complejo proceso industrial se le agregan algunos de los elementos de los que se les ha despojado, pero ahora de forma sintética, como las vitaminas y minerales y, en algunos casos, la fibra, la glucosa y los nitritos.
Todo un proceso neocolonizador cuyos inconfesables fines están destinados por el capitalismo, en sus 500 años de perfeccionamiento en la “explotación del hombre por el hombre”, para dar perpetuidad al dominio imperial del capital, no sólo en el campo de la producción, distribución y consumo de los bienes materiales, sino también en el de las representaciones, las creencias y la ideología.
La cerveza de maíz
Al igual que lo que se podría lograr con la fermentación de cualquier cereal que es llevado a la generación de bebidas etílicas, con el maíz, nuestros pueblos indígenas disfrutaron de sabrosas chichas o caratos, como el de acupe, elaborado éste con maíz previamente germinado, molido y mezclado con agua y papelón.
En la actualidad, investigadores de México y otros países de Nuestramérica (Abya Yala, antes de la colonia) están fabricando cerveza a partir del grano malteado de maíz y no esconden sus hallazgos ni su producto. En Venezuela, donde la producción de cerveza se sigue escondiendo bajo el aparente procesamiento genuino del grano de cebada, la utilización del maíz es indiscutible, pero la diferencia de costos en la producción y procesamiento de ambos granos es muy distante en inversión, por lo que empresarios como los de la Polar y todas las industrias cerveceras que operan en el país, prefieren ocultarlo y seguir pidiendo al Estado dólares preferenciales para la importación del grano de cebada.
La cerveza de maíz que se fabrica y consume en Venezuela, tiene entonces, además del engaño especulativo de empresarios inescrupulosos como Lorenzo Mendoza, el propósito de generación de un endorracismo que obliga a tener como “malo” o “inferior” a nuestro grano de maíz, frente al europeo grano de cebada.
Todo un camino de memoricidio y aculturización impuestos, primero por el coloniaje español y, actualmente, por el neocoloniaje imperial yanqui. Una cadena de dominación en la que, hasta sus actores locales, sirven a los mismos intereses del gran capital, por mantener sometidos a nuestros pueblo.
Venezuela soberana y en proceso de Revolución Bolivariana y Chavista debe plantearse este tipo de temas, como parte de la obligatoria descolonización que debe conducirnos a nuestra independencia definitiva y a la construcción de la Patria socialista. Es parte de nuestra compleja tarea por alcanzar la libertad.
Ilustración: Xulio Formoso