Cuando el Pentágono decidió poner en ejecución la, aparente, acción “suicida” de volar las torres gemelas del Word Trade Center, en Nueva York, ya había inventado a Bin Laden (ese monstruo del terrorismo a quien, casi inmediatamente, culpabilizarían del hecho) y a la esperanza de dar sobrevivencia al poder imperial del capital y su expresión política concentrada en suelo estadounidense.
Tampoco el Departamento de Estado deja para el azar la fecha 11 de septiembre (2001), sobre todo luego de la victoria que habían obtenido al aplicar la Operación Cóndor en el Cono Sur y derrocar (el 11 de septiembre de 1973), mediante un cruento golpe de Estado, al primer gobierno socialista que, en Chile, había logrado asestar un duro golpe al valor simbólico de dominación burguesa mediante la imposición de significado para la “democracia” monolítica e imperial.
Me explico. La victoria electoral de Salvador Allende en Chile, a comienzos de la década de los años 70 -un socialista que jamás ocultó sus fines- comenzaba a demostrar que la verdadera democracia, la de los iguales, era posible y opuesta a la democracia imperial capitalista, reservada sólo para la condición igualitaria de objetos y cosas como mercancías que se pueden comprar y vender, y para los grises papeles que jamás tiene sustento real mientras existen ricos (que nunca son juzgados por sus delitos sociales) y pobres (que son los únicos que pueblan las cárceles como “culpables”).
Al volar las torres gemelas, de propia ejecutoria y en su propio terreno, el imperialismo yanqui estaba dando un redimensionamiento a los conceptos de violencia y terrorismo, con una aplicación implosiva de los mismos, al utilizarlos en la acción de destruir simbólicamente al corazón financiero mundial, a su arquitectura y significado, justo en el centro de la ciudad de Nueva York.
Violencia contra la cosa y violencia contra el símbolo
Es el intelectual, filósofo y comunicólogo francés, Jean Baudrillard, quien nos recuerda (ver: Jean Baudrillard y Edgar Morin. La violencia del mundo. Monte Ávila Editores. Colección Milenio Libre): “La violencia de lo mundial pasa también por la arquitectura, y entonces la respuesta violenta a esta globalización, pasa también por la destrucción de esa arquitectura” (p.2), por ese “objeto simbólico (connotando la potencia financiera y el liberalismo mundial). El objeto arquitectónico ha sido destruido, pero es el objeto simbólico el que estaba en la mira y el que se quería aniquilar” (p.3).
Carlos Marx resalta que la violencia es partera de la historia. Cuando lo hace, entiende que las sociedades divididas en clases son prehistóricas, incluyendo al capitalismo. Su enseñanza es transmitida a partir de la experiencia de analizar a esas sociedades y en especial a la del Capital, llamada a ser la última de éstas, el último sistema de dominación que existirá, previo a la historia o a la sociedad de las mujeres y los hombres libres e iguales.
En el capitalismo, la hegemonía en el uso de la violencia es potestad de la clase dominante, de los dueños de los medios de producción. Pero su empeño constante está en endilgar a los dominados, a los pobres, al proletariado, el ejercicio de la misma y de su forma paroxística de expresión, que es a través del terror. De allí que, por ejemplo, ante la duda o “timidez” para asumir su rol imperial de violentos y terroristas, antes de ejecutar un acto como la voladura de las torres gemelas, el Word Trade Center, ya habían inventado su Bin Laden para culpabilizarlo y colocarlo como líder de un grupo fundamentalista árabe.
Los auténticos y genuinamente violentos, como clase social, los capitalistas siempre tendrán a sus dominados por “culpables” de violencia y terrorismo y terminarán, ante las mismas leyes burguesas, eternamente prisioneros (torturas mediantes, como en la base militar de Guantánamo) o ejecutados por la pena máxima (silla eléctrica o cámaras de gases en juzgados yanquis).
A partir de las torres gemelas
Pero lo que ha permitido, al imperio estadounidense, la ejecución, en su propio territorio, del acto terrorista contra la arquitectura del Word Trade Center, es el significado del ataque contra el valor simbólico de las mismas. Es, en unas pocas palabras, la necesidad de reafirmarse en el poder y reafirmar al neoliberalismo como símbolo de la nueva dominación globalizada del capital.
Por eso, así como la democracia socialista defendida por el compañero presidente Salvador Allende, en el Chile de finales de los 60 y comienzo de los 70, sorprende a la democracia imperial yanqui y los coloca, simbólicamente, en una encrucijada que les rebate la hegemonía desde lo popular y proletario. Hoy, la Revolución Bolivariana y Chavista, confronta a ese mismo poderío imperial con nuevos símbolos y con nuevas esperanzas para las clases depauperadas del mundo.
Es entonces cuando el carácter de batalla simbólica con el que se expresa la guerra de clases y, particularmente en este siglo XXI, obliga a los estrategas del Pentágono a fijar su mirada en nuevas torres gemelas o en los símbolos de identidad de las revoluciones que, como la venezolana, indeteniblemente avanzan. En realidad, pareciera que ya no habrá sorpresas.
Ilustración: Xulio Formoso