“Siempre imaginé que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca”, dijo Jorge Luis Borges. Sí, estas es una de sus frases “célebres” más usadas y reusadas en internet. Con fotos y tipos de fuentes amables, te lo encuentras diciendo esto en Facebook, en Twitter, en Instagram y así.
Pero qué poco se aleja de mi tipo de paraíso. Porque como en estas fechas se celebra el Día del Libro, entonces me preguntan cómo es que nació esa obsesión mía por aquel bichito de papel que todo lo salva, todo lo cura, todo lo hace o lo destruye. Sí, en la universidad me dicen “la loca de los libros”, porque todos los lunes, cuando me toca dar clases, ando de arriba abajo con una gran maleta verde turquesa repleta de libros para jugar con mis estudiantes. Muchas veces los elijo al azar y otras con cálculo maquiavélico, porque la cosa es convencer a esos chicos y chicas que tanto pasan pegados a un aparatico electrónico que todas las preguntas que se han hecho están respondidas en los libros.
Cuando yo era niña y no había internet, mi Paraíso era la biblioteca. Un cuatro aparte con un televisor de antena de bigote y cientos, cientos de libros. Pasaba mucho tiempo sola en casa y mis tardes se iban hurgando y hurgando cada uno de esos nuevos amigos que tanto me decían. Recuerdo que me enamoré profundamente de una edición del Círculo de Lectores de Juan Salvador Gaviota de Richard Bach. Tenía unas ilustraciones hermosas en un tipo de papel para nada común (podría haber sido papel calco u Onion Paper), en el que la gaviota iba alzando vuelo página tras página. Me adueñé de ese libro como si vida dependiera de él y lo cuidaba como se suponía debía haber estado cuidando mis muñecas de plástico y cabellera de nylon.
Porque la biblioteca me acompañaba todas mis tardes de soledad durante la infancia comencé a rendirle culto. Porque de eso se trata la lealtad, de agradecer por los favores recibidos y no olvidar los gratos recuerdos entretejidos.
De grande, cuando comencé mi vida de nómada, de aquí para allá y de allá para acá, el primer lugar que dejaba bien instalado era el de mis libros. Porque a lo largo de mi vida he ido acumulando libros. Acumulando, adoptando, cuidando, leyendo ya dorando libros. Y en mi casa de hoy luzco una gran biblioteca que ocupa la mitad de los metros cuadrados de ese diminuto apartamento. Porque es la biblioteca la dueña de la casa. Y es tan así que una vez, hace algunos años, cuando el hampa común entró a mi casa de noche, lo violentó todo menos mi biblioteca: ella quedó de pie luego del desastre, digna, con la frente en alto y, sobre todo, incólume.
La relación con los libros, y con las bibliotecas esos grandes refugios, es sobre todo sensorial y emotiva. Los tocas, los hueles, los limpias, los arrullas y también les derramas café encima o los dejas mojar accidentalmente con la lluvia.
Como estamos rindiéndole culto al libro en su día, que fue el 23 de abril, por cierto, qué tal si te animas a contar tu historia. Aquí te dejo la mía, una historia más entre miles de millones alrededor de ese objeto con alma, de ese artefacto tan poderoso, de esa cosa de papel que todo lo guarda, de ese mágico y misterioso qué se yo llamado libro: el mejor compañero de viaje, el amigo que jamás te abandona.
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