Ayer iba entrando al Metro de la Paz. No atiné a cruzar la avenida en un lugar coherente pa que no me atropellaran y me quedé como una pánfila justo enfrente de la estación intentando cruzar. Pero, mientras iba caminando pelo a pelo a ver si me daba chance de darle en medio del mar de carros, un tipo en una picó plateada baja la velocidad y me dice “Epa bebé, ¿te llevo? Vente conmigo”.
Lo miro mal encarada y sigo caminando. No contento con eso, acercó la camioneta hasta la acera y me dijo “¿Vas apurada? Vente que yo te llevo y nos conocemos”. Me detuve. Me volteé. Y lo próximo que estaba diciendo era “¿tú quieres unos coñazos en el medio de la calle? Bájate que yo te los doy”. Qué cuchi.
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Yo, en vestido y converse, diciéndole a un tipo en una camioneta dese calibre que le iba a meter unas manos. El tipo se rió (todo esto mientras hablaba por teléfono, OJO) y me dijo de nuevo que si me quería montar con él. Ja. ¿Saben esa postura que implica amenaza, evalúo de la situación e incredulidad al mismo tiempo? Cuando pasas todo el peso a la cadera derecha, dejas caer el hombro y tuerces la boca. Y depende de la gravedad de la situación mueves el cuello pa un lado. Osea, un “no vengas tú, gafo”.
Le dije “arranca, ¡vale! Sigue pallá”. El tipo ahí, viéndome, pensando no sé qué sin mover su peazo e camioneta. Lo miré de nuevo y le grité “ARRANCA PALLÁ, ¡MUÉVETE!” y el tipo contestó, pero a quien tenía en el teléfono, no a mi, “esta está es loca” y arrancó.
Yo crucé mi calle como me dio la gana, sin mucha cautela y logré llegar al otro lado donde el viaje en Metro me esperaba. A todas estas me voy pensando “Hmm. Pero en verdad no estoy ni tan molesta. Qué raro”. Y me contesté a mi misma que bueno, en verdad ya es normal. Yo he logrado naturalizar contestarle a los malparidos estos cada vez que sienten que tienen derecho de estarme diciendo estupideces en el medio de la calle.
Ahora, pensando ya. Reflexionando. ¿Cuántas veces al día pasa algo como eso? ¿Cuántas veces al día, más si voy sola, se me atraviesa un tipo con su derecho autoganado de decirme lo que le dé la gana, lo primero que le pase por la cabeza? Desde “Buenas noches, princesa” hasta escuchar bien cerquita al oído, con el aliento cálido y baboso, qué quiere hacer conmigo en la noche. Qué romántico que me viole de noche y no ahorita en pleno día. Gracias, de verdad.
De un tiempo para acá yo siento una concienciación de las mujeres respecto a esto, y entre mis amigas lo conversamos todo el tiempo. Al inicio me sentía culpable, débil y fastidiosa porque bueno, esto es una cosa normal que sucede en Caracas todos los días y para qué quejarse.
Es lo mismo que venir a decir que cerraron el banco a las 3.20 y no a las 3.30 en quincena. Pero pasar de allí, de la jevita que se queja de los tipos, a voltearme y decirles sus cuatro cosas en el medio de la calle hubo todo un ejercicio.
Entendámoslo de una, a ver si nos da la gana de usar el coco de una buena vez: no. Esto no está bien, las mujeres no tenemos por qué calárnosla y es bien agresivo. Sí, el tipo me llama loca porque para él es normal, según él no está haciendo daño.
Es un piropito que le soltó a una jevita en la calle, sólo que él no tiene idea de cuántas veces nos ha pasado esto a nosotras, y cuántos niveles de agresividad tiene.
No sabe que nos agarran la nalga en el Metro, que si un tipo va caminando en dirección contraria a una nos manosea desde las piernas hasta la barriga, que nos tocan el pelo, que se nos acercan y nos hablan cerquita a la cara, que nos dicen cómo nos van a violar.
Un día iba en una camionetica por la avenida Andrés Bello. Nos paramos ahí en el semáforo de la bomba, diagonal al Arístides Rojas. Del lado derecho de la calle hay dos muchachas paradas, supongo que estaban esperando camioneta. Y cruzando la bomba venía otra, tenía pinta de estudiante.
Mientras ella está llegando a la acera, viene un tipo caminando. La chama pasa el murito de la bomba, pasa a las otras dos muchachas y empieza a cruzar la calle.
Y mientras, yo veo al tipo y lo sigo, porque sé qué va a pasar. Sé que va a mirar a las dos chamas que están paradas, les va a decir algo bien feo, va a cruzar la calle y se va a parar justo donde la otra se detuvo a esperar su camioneta. Se va a detener enfrente de ella, cerca, le va a decir unas cosas, y va a seguir caminando.
Y las tres, con miedo pero sin cambiar un solo poro en la expresión de sus caras, van a moverse ligeramente. Alejándose para que el tipo no las toque. La que había cruzado la calle, que estaba sola allí, tenía los brazos cruzados. Y desde la camionetica yo vi y sentí como endureció y se apretó los brazos con las manos, con miedo.
Sí, quizás ahora habemos unas que les ofrecemos golpes a los tipos en la calle y les contestamos bien gritao, bien manoteao y bien feo, mientras corremos el riesgo consciente de que un día de estos uno se baje y nos los acepte.
Cada vez que me volteo y contesto me da un vacío en el estómago, pero no me detengo. Y no me detengo porque por responsabilidad a mi ser, a mi cuerpo de mujer, me respeto y me cuido y me defiendo como puedo, así pueda parecer insensato.
Gracias a todas las mujeres fuertes que hacen lo mismo: a mis amigas y hermanas, que también ofrecen golpes y están dispuestas a darlos, y a todas las mujeres que se saben libres y se respetan, y le están poniendo un parao de frente a esto.
Eso sí, vamos todxs a cuidarnos. Esta chamba no es sólo de nosotras.
DesdeLaPlaza.com/Sahili Franco