En 1960 el biólogo marino Alistair Hardy se atrevió, pero solo tras jubilarse, a proponer que los primeros homínidos «nacieron» junto al agua y no en la sabana, como sostiene el paradigma científico dominante.
Expulsados de las copas de los árboles por la competencia, nuestros antecesores habrían sido simios que vivieron en las costas marinas y los márgenes de los ríos durante un largo periodo de tiempo. Allí habrían incorporado muchos de los rasgos que hoy día hacen que los seres humanos seamos tan diferentes de primates como el chimpancé, cuyo genoma es enormemente parecido al nuestro.
El investigador del CSIC Carlos Duarte explica que, según Hardy, “en este nuevo hábitat los homínidos adquirieron nuevas habilidades, como el hábito bípedo para poder adentrarse en el agua manteniendo la cabeza fuera de ella para respirar, y algunas otras características que compartimos con los mamíferos marinos, como la piel desprovista de pelo, la distribución de grasa subcutánea, que aísla térmicamente en el agua, y la dependencia de los ácidos grasos de origen marino omega-3”.
La hipótesis de Hardy es controvertida, pero también seductora y cuenta con partidarios notables, como el paleontólogo Phillip Tobias, el naturalista y divulgador David Attenborough o la guionista de televisión Elaine Morgan.
Para Morgan, fallecida en 2013, que gorilas y chimpancés caminen sobre dos patas cuando tienen que cruzar un río, que los pocos mamíferos terrestres que carecen de pelo -como el elefante y el rinoceronte- hayan tenido un antepasado acuático conocido, o que ningún primate sea capaz de acumular grasa en todo el cuerpo y convertirse en obeso, como nos ocurre a los humanos, refuerzan la idea de nuestro pasado acuático. Es más, la capacidad innata que tenemos los humanos de contener voluntariamente la respiración, fruto de adaptaciones de la laringe que no comparte ningún otro primate, habría jugado un papel importante en el origen del habla. La reciente demostración por parte del neurólogo británico Michael Crawford de que el desarrollo cerebral humano y las capacidades intelectuales dependen del consumo de ácidos grasos de origen marino ha aportado un nuevo vigor a esta teoría.
Aunque los partidarios de la hipótesis del mono acuático son cada vez más, conviene no olvidar que se trata solo de una hipótesis y que también cuenta con un gran número de detractores. Para muestra lo que dice el investigador del Museo de Historia Natural de Londres Chris Stringer: “El conjunto de características sobre el simio acuático incluye atributos que aparecieron en momentos muy diferentes en nuestra evolución. Si todos ellos fueran el resultado de nuestras vidas en ambientes acuáticos, tendríamos que haber empleado millones de años de evolución en ese medio, y no hay pruebas de ello; por no hablar de que los cocodrilos y otras criaturas habrían hecho de los entornos acuáticos un lugar muy peligroso“. Duarte, sin embargo, responde que Stringer “parece olvidar que la sabana, el hábitat alternativo, con leones, hienas y otros depredadores, no parece un ambiente más seguro”.
La controversia está servida…
Desde la Plaza/CienciaparaLlevar/AMH
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