En una guerra sin balas en la que la humanidad es la presa más ansiada de todas o, para ser más precisos, la única presa en la mirilla del arma, surge la poesía como gran salvadora del futuro.
Es en ella, en sus versos enamorados y aguerridos, donde la humanidad encuentra refugio y alivio. Los libros, entonces, se convierten en la mejor trinchera de todas.
Aquí está Rubén Darío, más vigente que nunca, ese que no muere porque nos dejó su poesía, capaz de vencer a la oscura sombra de la muerte.
Hoy, en una guerra sin balas, en un mundo imperado por lo material, por el culto al objeto sobre nosotros los sujetos, Rubén Darío nos llama, desde sus versos, a no perder la calma.
Y nos dice:
La tierra está preñada de dolor tan profundo
que el soñador, imperial meditabundo,
sufre con las angustias del corazón del mundo.
Verdugos de ideales afligieron la tierra,
en un pozo de sombra la humanidad se encierra
con los rudos molosos del odio y de la guerra.
En este Canto de Esperanza de Rubén Darío, la esperanza que aguarda religiosa, se abre paso:
¡Oh, Señor Jesucristo! ¿Por qué tardas, qué esperas
para tender tu mano de luz sobre las fieras
y hacer brillar al sol tus divinas banderas?
Surge de pronto y vierte la esencia de la vida
sobre tanta alma loca, triste o empedernida,
que amante de tinieblas tu dulce aurora olvida.
Ven, Señor, para hacer la gloria de ti mismo,
ven con temblor de estrellas y horror de cataclismo,
ven a traer amor y paz sobre el abismo.
Y tu caballo blanco, que miró el visionario,
pase. Y suene el divino clarín extraordinario.
Mi corazón será brasa de tu incensario.
Rubén Darío hace de la poesía la más hermosa de las oraciones. Qué lindo sería que lo invocaran en las iglesias.
DesdeLaPlaza.com/Gipsy Gastello
@GipsyGastello