En el ejemplar del jueves 22 de junio de 1815 el Times de Londres daba cuenta de lo sucedido en los últimos días al otro lado del Canal de la Mancha: «Un comunicado del duque de Wellington, fechado en Waterloo el 19 de junio, da cuenta de que la víspera Bonaparte atacó, con todas sus tropas, a las líneas británicas, apoyadas por un cuerpo de prusianos. Dicho ataque, después de un largo y sanguinario conflicto, terminó con la derrota total del ejército enemigo».
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Dos siglos después, muchos de los miles de turistas que visitan cada año el escenario de Waterloo creen que la batalla la ganó Napoleón. Pero no. A pesar de que esta vasta planicie situada al sur de Bruselas está llena de símbolos que evocan al emperador hasta en el más mínimo detalle de sus últimos momentos de gloria, son en realidad el escenario del final de una epopeya de tres lustros que recorrió el continente europeo desde Cádiz hasta Moscú.
Los campos de batalla que tomaron el nombre del villorrio donde Wellington tenía su cuartel general son ahora una de las principales atracciones turísticas de Bélgica, un país que no existía en aquel momento y que muy probablemente no habría nacido si Napoleón no hubiese sido vencido.
Representantes de todos los países que participaron en el combate han sido invitados por el Rey Felipe de los Belgas a las ceremonias previstas para hoy, envueltas aún en sensibilidades entrecruzadas. Bélgica quiso emitir una moneda conmemorativa de 2 euros, pero la República Francesa lo ha vetado porque no quería ver circulando por toda Europa un recuerdo de la derrota del emperador.
Ni el presidente Hollande, ni la canciller Angela Merkel (Alemania no existía tampoco, pero el reino de Prusia fue un actor central) estarán en el montículo que se levantó después de la batalla, en el lugar donde fue herido el Príncipe de Orange, cuando Bélgica era todavía parte del Reino de los Países Bajos. Los Reyes Guillermo y Máxima de Holanda estarán presentes a pesar de las reticencias de parte de la prensa holandesa, que reprocha a los belgas que se hayan apropiado de un episodio en el que solo fueron actores pasivos.
En suma, el Príncipe de Gales es, seguramente, el invitado que va a estar más cómodo en esta ceremonia, que se completa este año con una espectacular reconstrucción de la batalla con casi tantos figurantes como soldados participaron en los hechos. En 1815 se enfrentaron 122.000 franceses con 366 cañones, contra 230.000 aliados, entre británicos, holandeses y prusianos y medio millar de piezas de artillería.
Dos siglos después queda solamente la fascinación ante la figura de un emperador a un tiempo considerado héroe y villano. En Francia solo el exprimer ministro socialista Lionel Jospin se ha atrevido a escribir una biografía crítica de Napoleón. Los belgas han hecho cervezas, chocolates y todo un largo etcétera de objetos conmemorativos, con la certeza de que dentro de otros 100 años seguirán llegando turistas a contemplar ese espacio donde murieron o fueron heridos en una jornada 115.000 hombres de los dos bandos (66.000 franceses y 55.000 aliados), y seguirán contemplando la recreación que se hace todos los años, y tal vez esperando que un año por fin sea Napoleón quien gane.
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