El pogo es un baile, casi una ceremonia, que en los años álgidos del punk y el hardcore, cuando el CBGC estaba en su apogeo y bandas como «Agnostic front», «Minor threat», «DRI», «Suicidal tendencies», o los propio «Ramones», arrastraban legiones de fans a locales llenos de humo y cerveza, se convertía en un elemento más de la liturgia musical.
Abrirse paso a empujones, en un ritual intenso que servía para descargar adrenalina, era la esencia del pogo y su final último, y Dan Witz, un artista de calle neoyorquino rendido ahora a la pintura hiperrealista y que cita en sus influencias a clásicos como Bosch o Brueghel tuvo claro como rendirle homenaje: “Llegué a la conclusión de que la pintura era un medio perfecto para representar la locura y la intensidad que conllevaba el pogo y que yo echaba de menos al finalizar mi breve carrera musical, una manera de recuperar esas emociones”.
El resultado de esa transición entre la pintura y la música, puede verse estos días en las paredes de la galería de Jonathan LeVine en Nueva York City. Allí, en gigantescos frescos, los días de gloria del baile más anárquico que ha parido la música vuelven a la vida y el espectador puede perderse en el enérgico caos que se producía entre la masa que poblaba aquellos conciertos.
Witz, uno de los artistas callejeros más reputados del mundo, reconoce que más allá de la pintura sus referentes son algo más terrenales: “Oír a los Clash, ver a los primeros punks y después descubrir los primeros trenes llenos de grafitis. Todo ello influyó en mi forma de ver la vida, especialmente cuando uno sale de la escuela de arte y cree que el arte contemporáneo nos ha fallado y que es hora de tratar de tomar las calles”. El estadounidense, con 18 libros sobre street-art a sus espaldas, y miles de kilómetros en la mochila encara ahora su segunda exposición en la ciudad de los rascacielos sin renunciar a su visión del mundo.
Desde la Plaza/PunkNotes/AMH