El cuerpo de los pulpos es único: poseen un cerebro complejo y un cuerpo blando del que salen ocho brazos radialmente simétricos, con una flexibilidad impresionante y casi ilimitada cuando los mueven.
Estos invertebrados no solamente predicen campeonatos de fútbol –como el mítico pulpo Paul–, sino que cuentan con una inteligencia que les permite realizar movimientos complejos para nadar, rastrear y cazar de forma controlada, sin la restricción que impone un esqueleto rígido que determine la posición de su extremidades.
La ciencia lleva un tiempo inspirándose en ellos y el reto es llegar a construir robots flexibles con finalidades médicas o para abordar operaciones de rescate. Sería un robot como T-1000 en ‘Terminator 2’, que podía cambiar de estado para acceder a espacios reducidos.
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Pues bien, cada vez la realidad se encuentra más cerca de la ficción y los avances no solamente vienen del campo de los materiales que posibiliten esta hazaña. Todavía queda mucho que aprender de la naturaleza.
Un grupo de investigadores de la Universidad Hebrea de Jerusalén, con la ayuda de cámaras de alta velocidad, han puesto de manifiesto la manera en la que los pulpos coordinan sus brazos para arrastrarse, algo que podemos seguir en el proyecto ‘Octopus’ del centro israelí.
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