¿Alguna vez han terminado un libro con una sensación de vacío que les quema el esófago? Así, como una sensación de tristeza. Algo parecido a la despedida de golpe, a la pérdida inesperada de algo muy querido.
¿Les gustaría tener una especie de máquina del tiempo y retroceder para vivirlo de nuevo? Una segunda oportunidad, le dicen. Pues bien, con «Rayuela», la novela magistral del argentino magistral (léase: Julio Cortázar), tienen la oportunidad de hacerlo.
Primero quisiera aclarar que esta nota va especialmente dedicada a quienes aún no se han dejado hipnotizar (o fregar la vida) por «Rayuela». En el título espero que haya quedado claro. A veces uno se mete en una especie de burbuja y termina mirándose el ombligo. En estos días que la he cargado conmigo, para releerla (de nuevo) y estudiarla a detalle, mucha gente me ha preguntado, con real inocencia: ¿De qué trata? ¿Es bueno ese libro? Preguntas que me pasaron un corrientazo necesario. No todas las personas se sumergen en el mismo tanque que uno.
«Rayuela» es una especie de contranovela, porque en un acto de rebeldía se apropia del formato para destruirlo llevándole la contraria. Y en ese «destruir» buscar un renacer. Habla sobre la vida de un argentino llamado Horacio Oliveira que se muda a París y se enamora de una uruguaya llamada Lucía, alias la Maga. Allí entran en el juego la bohemia, el jazz, el alcohol, la fumadera y las tertulias interminables sobre la vida y el arte y la literatura y la muerte y las miserias humanas. Digamos que ahí comienza. Es el escenario inicial. Luego se desencadenan, como siempre se espera de una novela, una serie de acontecimientos que se van desarrollando hasta madurar y morir y surgir otra vez para producir nuevos acontecimientos que se desarrollan hasta madurar y morir.
Pero para hoy quisiera decirles, a quienes aún no han leído «Rayuela» por primera vez, que en ella tienen la oportunidad de avanzar y retroceder, de comenzar una y otra vez, de apropiarse de ella y destruirla, rehacerla y mejorarla en cada lectura. Porque les da la bienvenida en su primera página con algo que se llama «Tablero de dirección», ya que su papá, su creador, su autor (Cortázar, el matatán de la literatura latinoamericana) quiso hacer algo distinto y procurar lectores activos y no pasivos. Protagónicos y no sólo testigos. Por eso, hay dos formas de leerla. Eso lo explica en su «Tablero de dirección». Dice Cortázar: «A su manera este libro es muchos libros, pero sobre todo es dos libros. El lector queda invitado ‘a elegir’ una de las dos posibilidades siguientes: El primer libro se deja leer en la forma corriente, y termina en el capítulo 56, al pie del cual hay tres vistosas estrellitas que equivalen a la palabra ‘Fin’. Por consiguiente, el lector prescindirá sin remordimientos de lo que sigue».
Luego, Cortázar presenta una especie de mapa para la segunda manera de leer a «Rayuela»: Comenzando por el capítulo 73 y terminando en el 131, pasando por un orden indicado al final de cada capítulo que te hace, literalmente, ir de adelante haciá atrás y luego volver para avanzar y así durante todo el libro. A partir de allí comienzan las complicaciones cotidianas de los capítulos «prescindibles» que a la segunda manera se vuelven imprescindibles para hacerte el dueño de tu propia novela aunque, literalmente, no la hayas escrito.
Son pocas las lecturas que te permiten (o invitan) a jugar de esta manera. Porque la rayuela (que le da el título a este libro) es el que conocemos como el juego del avioncito. Ese en el que dibujas con tiza sobre el suelo una especie de avión (obviamente) con casillas de abajo hacia arriba y que avanzas tirando una piedrita para luego saltar con un pie sin perder el equilibrio hasta llegar al final, al diez, donde se supone que te espera el cielo. Ese juego se traduce en un libro de muchísimas páginas que te empuja, como si tú como lector, fueras esa piedrita inofensiva a la merced del azar. Cada casilla está llena de preguntas que no necesariamente tienen respuesta. Y todo esto resulta en una búsqueda metafísica de algo que posiblemente nunca podamos encontrar.
Si se sacuden de la rutina y necesitan ir más allá del día a día, entonces «Rayuela» es ese lugar que deben habitar.
Y así como Cortázar siempre me invita a volver a su juego, yo les extiendo la invitación.
¿Aceptan entrar?
DesdeLaPlaza/Gipsy Gastello