Aunque en nuestro país comenzase a ser utilizado más tarde, el término “metrosexual” ha cumplido ya 20 años, y quién sabe si seguirá siendo utilizado en un futuro. El hombre que lo acuñó tras visitar una exposición organizada por la revista GQ, Mark Simpson –entre otras cosas, biógrafo de Morrissey–, ha señalado en otro artículo que tiene vocación de ser tan influyente como aquel la deriva que ha sufrido la masculinidad durante las últimas dos décadas, muy diferente de la de aquel David Beckham que representaba el canon del metrosexual en los años noventa.
¿Podemos hablar de una nueva raza de hombres preocupados por su aspecto? Sí, y para ello se ha sacado de la manga el concepto de “spornosexual”. Una unión del deporte (sport), el porno y lo sexual. En definitiva, el nuevo hombre, ese metrosexual remozado que se diferencia del metrosexual canónico en que es bastante más musculoso, dedica más tiempo a ejercitarse y, en definitiva, convierte su cuerpo (y no su ropa interior o vestuario) en una de sus principales vías de expresión. No es lo que te compras, es lo que eres.
¿Quién necesita ropa teniendo cuerpo?
“Con sus cuerpos minuciosamente cincelados y bombeados, con esos tatuajes que hacen resaltar sus músculos, sus piercings, sus barbas adorables y sus escotes pronunciados no hace falta más que echar un vistazo para que quede claro que esta nueva generación de metrosexuales tienen menos que ver con la ropa que la precedente”, explica Simpson. Existe otra diferencia fundamental entre los metrosexuales de los noventa y los actuales: mientras que aquellos todavía eran juzgados con dureza por una sociedad que no sabía muy bien donde encajarlos, los actuales gozan de una amplia aceptación, y responden a un estereotipo más viril que el de sus predecesores.
Para la generación de hoy, las redes sociales, los selfies y el porno son los grandes vectores del deseo masculino de ser deseado
“Entusiastamente auto-objetificadores, la segunda generación de la metrosexualidad es completamente zorra (de tarty, algo así como “golfo” o “putesco”)”, desarrolla el autor de Metrosexy: a 21st Century Self-Love Story (2011). “Sus propios cuerpos (más que sus trapitos y sus productos) se han convertido en el accesorio definitivo, convirtiéndoles en mercancías cachondas en el gimnasio, que se pueden compartir y comprar en un mercado online”. Al contrario de lo que ocurría con los portadores orgullosos de los calzoncillos Calvin Klein, los “spornosexuales” son en sí mismos la mercancía. El cuerpo masculino, al igual que ocurrió con el de la mujer durante gran parte del siglo XX, se traslada al centro de la comercialización de la vida personal.
En definitiva, si los metrosexuales tenían muy poco de sexual, la nueva generación incide con fuerza en esa cualidad; no hay nada de la ambigüedad del dandy, pero sí de la virilidad de los actores porno. Los músculos, los torsos desnudos, la ropa de gimnasio no mienten: “el deporte se mete en la cama con el porno mientras el señor Armani toma fotografías”, como lo describe con gracia Simpson. Para ello cuentan con un fiel aliado, redes sociales como Instagram en la que compartir sus fotografías. El escaparate perfecto para el producto: “Para la generación de hoy, las redes sociales, los selfies y el porno son los grandes vectores del deseo masculino de ser deseado”.
“A diferencia de los anuncios del Beckham más viejo en los que sus atributos probablemente fueron mejorados artificialmente, los ‘spornosexuales’ de hoy se han photoshopeado en la vida real”. ¿Quién necesitaría una ayuda de los programas de edición de imágenes si el esfuerzo personal puede ponerte en buena forma y, además, hacerte conocer gente? “Quieren ser sus cuerpos, no su guardarropa. Y mucho menos sus mentes”.
Si el futbolista David Beckham, atlético pero no especialmente musculoso, se convirtió en el epítome de la metrosexualidad después de que un artículo publicado en 2002 por el propio Simpson –al que hay que reconocerle su habilidad para introducir nuevos conceptos en el argot internacional– lo definiese como tal, en esta ocasión propone como candidato a Daniel Osborne, uno de los participantes del reality guionizado The Only Way Is Essex.
No hay más que darse una vuelta por su cuenta de Twitter (o realizar una sencilla búsqueda en Google) para averiguar por qué: abundan los autorretratos –siempre sin camiseta–, las fotografías semidesnudo al borde de enseñar regiones de su cuerpo no aptas para Twitter y, en general, un nada disimulado exhibicionismo de los resultados de esas largas tardes pasadas en el gimnasio. “Imagínate a Dan Osborne en un bañador Speedo brillante”.
¿Dónde queda el hombre en todo esto?
La nueva tendencia vuelve a sacudir una vez más la imagen del hombre, que ya había cambiado suficientemente durante las últimas décadas. Como recordaba Simpson, a principios de los años noventa, la mayor parte de la población no supo muy bien qué hacer con los metrosexuales. ¿Eran homosexuales? ¿Afeminados? ¿Les gustaban las mujeres? El dandy a lo Oscar Wilde era el estereotipo más cercano a ese narcicismo de los metrosexuales que, como el autor recuerda, promocionaban ante todo “el deseo masculino de ser deseado”.
No se trataba únicamente de utilizar lápiz de ojos o de cremas, sino de la decisión de los hombres de convertirse en lo que deseasen ser… Simplemente para ellos mismos. En el cambio de milenio, la metrosexualidad pasó de ser algo incomprendido a popularmente aceptado e, incluso, aplaudido. “Las revistas del papel cuché cultivaron la metrosexualidad temprana. La cultura de la celebridad la ha puesto en órbita”. ¿Serán Cristiano Ronaldo, Nacho Vidal o Mario Ballotelli los nuevos metrosexuales?
Desde la Plaza/GQ/AMH