El escritor español plasmaba a menudo el amor, la muerte, el deseo y la obsesión a través de sus letras. En España y en muchas partes del mundo recuerdan este poeta y dramaturgo español Federico García Lorca (1898-1936), quien reflejó como pocos autores el espíritu de su país natal, el folclorismo y el hálito popular.
Miembro de la llamada Generación del 27, Lorca es considerado uno de los autores más influyentes de la literatura española de la época, en la nación ibérica y en América Latina, donde estuvo en países como Cuba y Argentina.
Aunque existen varias versiones sobre la fecha de su muerte, la más aceptada es que el poeta granadino falleció el 17 de agosto de 1936. Hoy recordamos a Lorca con tres de sus poemas:
“Casida del Llanto”, del libro Diván del Tamarit
He cerrado mi balcón
Porque no quiero oír el llanto
Pero por detrás de los grises muros
No se oye otra cosa que el llanto.
Hay muy pocos ángeles que canten,
Hay muy pocos perros que ladren,
Mis violines caben en la palma de mi mano.
Pero el llanto es un perro inmenso,
El llanto es un ángel inmenso,
El llanto es un violín inmenso,
Las lágrimas amordazan al viento,
No se oye otra cosa que el llanto.
“Casada infiel”, de Romancero Gitano
Y que yo me la llevé al río creyendo que era mozuela, pero tenía marido.
Fue la noche de Santiago y casi por compromiso. Se apagaron los faroles y se encendieron los grillos.
En las últimas esquinas toqué sus pechos dormidos, y se me abrieron de pronto como ramos de jacintos.
El almidón de su enagua me sonaba en el oído, como una pieza de seda rasgada por diez cuchillos.
Sin luz de plata en sus copas los árboles han crecido, y un horizonte de perros ladra muy lejos del río.
Pasadas las zarzamoras, los juncos y los espinos, bajo su mata de pelo hice un hoyo sobre el limo.
Yo me quité la corbata. Ella se quitó el vestido. Yo el cinturón con revólver.
Ella sus cuatro corpiños. Ni nardos ni caracolas tienen el cutis tan fino, ni los cristales con luna relumbran con ese brillo.
Sus muslos se me escapaban como peces sorprendidos, la mitad llenos de lumbre, la mitad llenos de frío.
Aquella noche corrí el mejor de los caminos, montado en potra de nácar sin bridas y sin estribos.
No quiero decir, por hombre, las cosas que ella me dijo.
La luz del entendimiento me hace ser muy comedido.
Sucia de besos y arena yo me la llevé del río. Con el aire se batían las espadas de los lirios.
Me porté como quien soy. Como un gitano legítimo.
Le regalé un costurero grande de raso pajizo, y no quise enamorarme porque teniendo marido me dijo que era mozuela cuando la llevaba al río.
“Asesinato” de Poeta en Nueva York
¿Cómo fue?
-Una grieta en la mejilla. ¡Eso es todo! Una uña que aprieta el tallo.
Un alfiler que bucea hasta encontrar las raicillas del grito.
Y el mar deja de moverse. -¿Cómo, cómo fue? -Así. -¡Déjame! ¿De esa manera? -Sí.
El corazón salió solo. -¡Ay, ay de mí “Soneto de la dulce queja”, de Sonetos del Amor Oscuro.
Tengo miedo a perder la maravilla de tus ojos de estatua, y el acento que de noche me pone en la mejilla la solitaria rosa de tu aliento.
Tengo pena de ser en esta orilla tronco sin ramas, y lo que más siento es no tener la flor, pulpa o arcilla, para el gusano de mi sufrimiento.
Si tú eres el tesoro oculto mío, si eres mi cruz y mi dolor mojado, si soy el perro de tu señorío, no me dejes perder lo que he ganado y decora las aguas de tu río con hojas de mi Otoño enajenado.
DesdeLaPlaza.com/Telesur/MB