Había una vez una niña que se llamó Argelia Laya. Ella nació de una planta de tamarindo.
Decía que cuando creciera quería ser maestra y lo fue.
Era blanca con negro. Su pelito era blanco y su cuerpo era negro como la pepa de tamarindo, y la cabeza llena de hojitas.
Argelia fue maestra cuando estuvo embarazada de Pedro, y en las escuelas no se permitía estar embarazada sin esposo. Argelia insistió y desde su condición de discriminada luchó por los derechos de la mujer.
A Argelia le gustaba ponerse un solo zarcillo, un solitario.
Ella vivía en el piso 14 de un superbloque en El Valle. Allí escondía a sus amigos perseguidos por “los malos” (*) y les daba comida y techo.
Al morir se devolvió a Barlovento… y volvió a ser una pepa de tamarindo.
Escuche el cuento, en la propia voz de Pola, de cuatro años:
—
(*) Argelia Laya formó parte de la lucha armada del Partido Comunista de Venezuela en los años ’60, pasando a la clandestinidad bajo el nombre de “Comandanta Jacinta”. Fue promotora del voto femenino y de la Ley para la Eliminación de todas las Formas de Discriminación contra la mujer. Toda su vida enseñó. La acompañaban los libros. Después ella los acompañó. Para siempre, como a las mujeres.
“Los malos” se disfrazaban según las circunstacias, desde el dictador Pérez Jiménez, hasta los “demócratas” Betancourt y Leoni. Todos persiguieron, mataron y desaparecieron a los disidentes, amigos de Argelia y marcaron a la propia maestra, que figuró en una lista de fusilados.
–